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OPINIÓN - VIERNES, 25 DE ENERO DE 2013

 
OPINIÓN / LA DIANA

La Celtiberia

Por Jauma


Alo largo de muchos siglos, tras numerosas invasiones, oleadas migratorias, avatares de la historia, nuestra Celtiberia se ha configurado como un amplio territorio de diferentes pueblos, culturas y sensibilidades, con una serie de elementos en común, que cada día son menos.

Quizás acabemos teniendo a nuestra historia como único símbolo de comunión, la que hacemos cada día va adquiriendo un movimiento centrifugo que nos separa a cada momento.

Pero qué somos sin un pasado común, qué significa para las generaciones por llegar disponer o no de un anclaje en la memoria que nos diga, al menos, de dónde venimos, entendido como seña de identidad no ya de tamaño tribal, sino a una escala perceptible, como tribus arrancamos nuestra prehistoria y con la amalgama de culturas, etnias, modos de vida, alcanzamos la consideración de pueblo enmarcado en unas fronteras que, poco más o menos, han permanecido invariables a lo largo del tiempo, se han conformado en su interior reinos, se han dividido y unido por herencias reales, se han enfrentado a enemigos comunes y por último han formado un solo reino para poder afrontar mejor los retos de un futuro que hoy es historia.

Con todo ello se han conseguido grandes éxitos, el salto americano es uno de los más importantes hitos de este país, y también grandes fracasos, ante los retos de un mundo cambiante, no hemos sabido adaptarnos con celeridad a ellos y nuestras arcaicas estructuras nos han pasado factura.

Pero siempre en primera persona del plural, siempre manteniendo el sentido de grupo, el sentimiento nacional, como parte de nuestras señas de identidad.

Cada día construimos nuestra historia y cada día estamos más alejados unos de otros, tendiendo a formar entes separados.

El siguiente escalón se llama Europa, no solo como territorio económico común, sino como aglutinador de todas esas tendencias que buscan la unicidad.

Pero como concepto homogéneo de pueblos unidos bajo una causa común también está fracasando, quizás sea el signo de los tiempos, pero lo cierto es que no terminamos de encontrar el camino y nos perdemos por veredas que no suelen conducir a ningún lado.

La libertad es la máxima que nos empuja hacia nuevos horizontes, y eso es lo único salvable de todo este marasmo.

Porque lo cierto es que los nacionalismos solo han conducido al patriotismo mal entendido que encierra ideas totalitarias, da igual el signo.

Y eso es algo que se percibe en los discursos pronunciados desde la intolerancia que hace de lo diferente un enemigo a batir, el nacionalismo se envuelve en conceptos antiguos, en ideas trasnochadas de gran simpleza y fuerte impacto emocional, burdas tergiversaciones de la historia que provocan reacciones viscerales de difícil encaje en nuestra escala de valores.

Todo ello forma parte de la estrategia de unos pocos, que están dispuestos a socavar los cimientos de la convivencia con tal de obtener una posición o una rentabilidad difícilmente justificable en otros escenarios.

Tampoco la respuesta puede darse rebajándose al nivel de aquellos que protagonizan estos falsos desencuentros, puesto que entonces nos convertimos en aquello que repudiamos.

El resultado hace que nos sintamos un tanto desorientados y sin saber muy bien qué hacer, puesto que da igual la opción que tomemos, siempre obtendremos una respuesta negativa, en clave ideológica, que suscitará nuevos desencuentros, en un laberinto sin salida.

Es fácil de entender que el tamaño es importante a la hora de hacer frente a los retos de una economía global, a la hora de defender frente a terceros nuestras posiciones, a la hora de crear riqueza y de repartirla de la manera más igualitaria posible, por lo tanto el que seamos una nación sólida, creíble, dinámica y moderna, con ideas nuevas y capacidad de liderazgo, es básico para nuestros propios intereses, no para los de un determinado grupo social o étnico, sino para el conjunto de personas que conformamos la nación, porque al fin y al cabo no somos más que eso, un grupo de individuos unidos bajo una cultura, una lengua y territorio comunes, que nos da cobertura formal y nos protege de los sinuosos movimientos económicos de un mundo cada vez más globalizado y hostil.

Todo eso es el legado de nuestros antepasados, que deberíamos mejorar antes de pasarlo a la siguiente generación, y todo eso es lo que estamos desmontando pieza a pieza para luego no saber muy bien como volver a montarlo para que funcione.

Es evidente que toda esa herencia no es buena, que todo lo que nos ha llegado no podemos mantenerlo tal cual, nuestra obligación es eliminar lo malo, aceptar lo bueno y seguir adelante, al fin y al cabo, somos celtiberos, nos guste o no.
 

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