Marchando una de asuntos
futbolísticos. Me pide un aficionado que tiene a bien
recordarme que llevo ya muchos días sin decir ni pío de
cuanto viene aconteciendo en el Madrid. Y, como lleva razón,
aprovecho el que las aguas bajan turbias en el club merengue
para hacerlo (aunque sea a costa de no escribir acerca de
cómo los dirigentes de la empresa ACC-Lirola están
afanándose en poder presentarse el 1 de febrero con todo el
material necesario para comenzar su tarea de limpieza viaria
en la ciudad. Tiempo habrá de hacerlo).
Florentino Pérez es hombre poderoso. Quien evita
meterse en líos. Huye de ellos. Y no hay que ser muy listo
para saber los motivos. Su poder como presidente del grupo
ACS y las obligaciones que derivan de ese cargo, amén de su
forma de ser, le exigen tener que estar siempre
comportándose con sumo tacto y prudencia excesiva.
El presidente del Madrid, desde su primera etapa, ha venido
recibiendo informes de todos los entrenadores sobre los
defectos de Iker Casillas. Del Bosque, Capello, Juande
Ramos, Pellegrini, etcétera, expusieron sus escasas
posibilidades en el juego por alto y su deficiente manejo
del balón con los pies.
Los defectos de Casillas se hicieron crónicos hace ya la
tira de tiempo a la par que los periodistas lo santificaban
–es el más importante santo laico que hay actualmente- por
detener dos o tres penaltis tan mal tirados como decisivos.
Y algunas paradas de facilidad de movimiento. A un santo
laico, prefiero semejante definición a mito, se le tiene que
perdonar todo. Faltaría más. La santidad está exenta de
fallos y, por tanto, nada más que admite bendiciones para
darle gracias al santificado por todo cuanto hace por
nosotros. En este caso, por los madridistas y, más
importante aún, por los españoles que todavía viven
extasiados por los títulos obtenidos por la selección
española.
La santidad del muchacho de Móstoles ha conseguido que sea
intocable en todos los sentidos. Y pobre de quien ose decir
que es el portero más malo jamás visto cuando le toca
intervenir en los balones por alto. Y Florentino Pérez ha
tenido que envainársela también en ese aspecto.
El presidente del Madrid, como todo presidente, tiene sus
debilidades: las suyas son Sergio Ramos. Un cateto en
el sentido más estricto de la palabra. No puede disimular su
origen. Magnífico jugador que, en cuanto se pone exquisito,
pierde la mitad de su rendimiento y perjudica
ostensiblemente a su equipo.
Ramos y Casillas, que llevan ya su tiempo en el Madrid y en
la selección, han formado un dúo para gobernar el vestuario.
Porque saben que cuentan con el beneplácito de la prensa y
están asesorados por un traidor a la causa madridista:
Valdano. Los tres forman un trío dispuesto a que
Mourinho se aburra, despotrique, pierda los papeles, y
termine marchándose, cuanto antes, por mor de una
persecución insoportable y canallesca. Florentino Pérez lo
está sufriendo en su carne.
En Mestalla, el miércoles pasado, Casillas estaba ofreciendo
una actuación deplorable en los balones por alto. Salía a
por ellos con los ojos cerrados. Encogido. Con muchísimo
miedo. Y tuvo la mala suerte de que Arbeloa, ante
semejante confusión, le propinara una patada. Se habló de la
lesión, pero no de cómo estaba dando el cante. El Madrid
necesita un portero cuanto antes. Capaz de pasarse a la
prensa madrileña por la entrepierna. Y, sobre todo, a
Relaño. Director del As. Cuya devoción por el santo es
sospechosa.
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