No ha mucho tiempo, Antonio
Gala, que suele decir verdades como puños, con ese
desparpajo que le caracteriza, opinó de esta manera: “Da la
impresión de que este país está gobernado por una colección
de tontos que se han reunido para jugar a algo, a las cartas
o al dominó, y no saben las reglas. Y luego está el pobre de
Rajoy, que a mí siempre me dio risa, pero ahora me da
pena porque no sabe qué hace. La verdad es que estamos
penando por una pandilla de gilipollas”.
Gilipollas peligrosos -cabe decir, en estos momentos, cuando
estamos viviendo una crisis generalizada-, que, debido al
odio que han ido generando, pueden propiciar un estallido
social de dimensiones imprevisibles. Pues no hay que ser muy
listo para percatarse de lo que se viene cociendo de forma
soterrada.
La soterrada y dolorosa ansiedad cotidiana de millones de
ciudadanos que están al borde de la desesperación. La cual
es siempre mejor actitud que la desesperanza; por ser ésta
un dejarse llevar por los acontecimientos, sin el menor
atisbo de acabar con los padecimientos.
Los padecimientos son muchos. El primero es el paro.
Terrible drama. Y del que nunca nos cansaremos de hablar. Y
mucho más pensando que mañana, hoy ya para ustedes, puede
que el número de los parados haya aumentado. Pésima noticia.
Cuando los escándalos de corrupción están en su punto
culminante y las gentes comienzan a creer a pie juntillas
que los políticos honrados son los menos. Y, al paso que
vamos, hasta los menos perderán el poco crédito que les
queda.
Frente al pánico de los parados, tantas veces reflejado en
este espacio, por haberlo vivido quien escribe en propia
carne, se halla la constante realidad de la corrupción. Cada
vez más extendida y contra la que se sigue poniendo remedios
de poca monta. Y que sirven, además, para comprender que
hombres como Luis Bárcenas, por poner el último
ejemplo de escándalo del trinconeo selecto, pueden darle un
regate a la Justicia por bien del interés de cuantos militan
en el Patio de Monipodio del siglo XXI.
No hace falta nada más que ver cómo a los partidos, me
refiero a todos, aunque, lógicamente, ahora quien está en el
candelero del arte del mangar sea el PP, lo primero que se
les ocurre es meterles el miedo en el cuerpo a los medios
amenazándoles con el poder que ellos tienen. Sobre todo
cuando son Gobierno, ya sea central o autonómico, dado que
gozan de armas suficientes como para amedrentar a quienes
están obligados a denunciar las muchas tropelías que se
vienen cometiendo.
Dice un político de baja estofa, por su forma de referirse a
cómo actúan los medios ante la corrupción, que los
gobernantes cuentan con poder suficiente para bajarles los
humos a cuantos periodistas vayan más allá en sus
averiguaciones que las justas. Y, tras jactarse de lo que él
piensa, mira a su alrededor a ver si recibe el aplauso de la
claque que le acompaña.
Entretanto, recibo yo una nota de alguien que me pregunta
por la causa que hace posible que nuestro alcalde no se haya
interesado todavía por el comportamiento de uno de sus más
leales servidores. Y me dice que no acaba de entender a qué
espera para hacer las averiguaciones que el caso está
pidiendo a gritos. Porque la gente pregunta y sigue
preguntando acerca de quién es el Rey Mago, tan dadivoso en
todos los sentidos, del que yo he escrito en varias
ocasiones y de su experiencia para manejar contratos y
facturas…
|