Porque… el Doctor Abdelkrin, era un hombre de bien…era un
hombre bueno, cuya existencia fue necesaria para muchos. Es
más… creo… que en toda Ceuta seria difícil encontrar a una
persona que no hayamos tenido una historia llena de
humanidad con él. Por eso, ante el estupor de su definitiva
marcha no he sabido que decir. Y tan solo se me ha ocurrido
contar un cuento. Cuento que le dedico a él, porque creo que
así, con sus más y sus menos, fue su vida entera de entrega
y dedicación a los demás.
“Érase una vez que se era... Un elefante azul con patines
rojos, que todos los días cantaba una canción de cuna a
todas las palomas naranjas y otros colores, que se
arrullaban en las cestas de lana que la selva todas las
tardes fabricaba. Por cierto…los patines rojos eran para ir
más de prisa a donde los demás animalitos le necesitaban, ya
que a estos siempre algo les pasaba. Porque, no lo he dicho
antes pero este elefante azul de patines rojos era un
elefante bueno, que por las mañanas nadaba en el lago
haciendo cascadas con su trompa, para que los pájaros y los
peces de colores jugaran. Y por eso, todos los animales de
la selva, las flores y sus árboles, le querían y estaban con
él encantados.
Por cierto, la trompa de la que nunca se desprendía el
elefante azul de patines rojos, era algo que desde muy niño
se había esforzado en tener. ¡Solo, los demás niños con los
que a veces jugaba, saben cuanto le costo conseguir esa
trompa tan excelente!. Porque su trompa era extraordinaria,
ya que con ella sabia lo que a los demás les pasaba y además
con ella sus daños les curaban. ¡Trompa, que por cierto ni
de noche ni de día nunca se quitaba!
Pero un día, algo cambio en el bosque de los sueños de
color. Y de esta manera, que no de otra, en algún lugar y
por alguna razón, un periquito verde y amarillo de color
pedaleando una bicicleta blanca por las sendas de la selva
apareció. Y fue tal la sorpresa y la emoción, que desde ese
momento hasta las estrellas, la luna y el sol se reunieron
formando un celeste balón, para ver todas juntas la bonita
atracción que tanto les divertía en la soñada selva del
elefante azul con patines rojos. Era tal el espectáculo que
todos los animales de la selva, las flores y sus árboles,
dejaron de jugar y hacer caso al elefante azul de patines
rojos, para ver con entusiasmo las piruetas que el periquito
verde y amarillo hacia con su bicicleta blanca. Y todos
estaban contentos y aplaudían el espectáculo, olvidándose
del elefante azul de patines rojos, ya que distraídos con el
periquito apenas jugaban él.
Y elefante estaba triste, porque ni cuando hacia cascadas de
agua con su trompa en el agua, los peces y los pájaros ya no
jugaban. Por eso, desde aquel día, debajo de un árbol solo
estaba. Y así pasaban los días y hasta las semanas. El
elefante azul solo bajo su árbol, y todos los demás animales
de la selva de color divirtiendose con el periquito que
hacía piruetas con la bicicleta blanca.
Mas, un día algo sucedió. El periquito verde y amarillo se
distrajo cuando hacía rodar su blanca bicicleta chocando con
una gran jirafa, que ensimismada con las copas de los
árboles por allí pasaba. Con el golpe, una rueda de la
bicicleta se deshinchó y además a la jirafa le hizo tanto
daño en una pata que se puso a llorar, y como era tan alta
parecía que en vez de lágrimas, sobre el suelo de la selva
soñada de color cayeran las gotas de agua de una nube
enfadada. Y tanto se asustaron los animales, las flores y
sus árboles, que unos se marcharon corriendo a esconderse y
los otros se callaron arropándose en el silencio. Y allí,
solo quedaron, el periquito, la bicicleta deshinchada y la
jirafa llorando. Y todo el bosque parecía triste, porque
nadie jugaba ni cantaba.
Y fue tanto el silencio, que hasta el árbol bajo el que
elefante azul de patines rojos se encontraba llegó. Y al
elefante, este silencio le extraño mucho. Por eso,
preocupado y como también era muy curioso, se puso a patinar
por toda la selva para averiguar que es lo que había pasado.
Y patino...y patino… tanto, que al final, ni antes ni
después sino al mismo tiempo, llegó al lugar donde el
periquito y la jirafa lloraban junto a la deshinchada
bicicleta blanca. Y al verlos al elefante le dio mucha pena.
Porque… no sé si los demás lo saben, pero al elefante azul
no le gustaba ver llorar a nadie y por eso siempre les
ayudaba. ¡Era su propia naturaleza la que se lo ordenaba!.
Pronto, se puso manos a la obra, y en un trís trás con su
trompa infló la rueda pinchada de la bicicleta blanca del
periquito verde y amarillo, que feliz y riéndose de nuevo se
montó en ella para seguir haciendo sus piruetas. Pero la
jirafa seguía llorando de dolor por el daño que le hacia la
pata magullada. Tampoco dejaría de ayudarla el elefante azul
de patines rojos, así que llenándose la trompa de barro
caliente al que añadió hierbas calmantes y medicinales que
el conocía, y olvidándose de su mal sabor, roció la pata de
la jirafa con el lodo que su trompa acumulaba. Y la jirafa
sonrió viendo su pata llena de barro e hierbas, pero que ya
curada no le causaba ningún dolor.
Después, el elefante azul de patines rojos, se fue corriendo
al río para lavarse, porque la trompa le dolía y además le
olía mal. Y ya, como siempre, olvidándose del bien que
siempre hacía, estaba en el río haciendo cascadas que
limpiaban su trompa manchada. Pero, cuando en esto estaba,
oyó risas y ruidos a su alrededor. Y vio que los peces y los
pájaros de color jugaban de nuevo con el agua derramada que
de su trompa arrojaba, y también vio como la jirafa y el
periquito con su bicicleta blanca le daban las gracias desde
la orilla del río donde él se bañaba. Entonces, el elefante
azul de patines rojos también sonrió y así siguió siempre
ayudando a todos los que lo necesitaban.
Pero, un día, el elefante azul de patines rojos se durmió y
nunca más se despertó. Sus sueños se fueron a un castillo
encantado donde los que caminan no pueden alcanzar, y allí
es donde ahora anda jugando y ayudando a los habitantes de
su nuevo mundo. Y en la selva soñada de color los animales,
las flores y sus árboles, el periquito verde y amarillo con
su bicicleta blanca y… hasta la jirafa, miran todos los días
al cielo recordando al elefante azul de patines rojos que
con su trompa a todos tanto ayudaba.”
Y… colorín…colorado este cuento se ha acabado.
Adiós… Doctor Abdelkrin. ¡Gracias por haber existido!
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