Antes de escribir hoy, decido
tomarme mi tiempo para elegir el tema y, como me pide el
gerente del periódico, Ángel Muñoz, adaptarlo a la
vida de la ciudad. Pero no siempre es posible para alguien
que escribe todos los días y fiestas de guardar. Y mucho
menos cuando la corrupción a escala nacional está tan
extendida que no hay día en el cual no se divulgue un nuevo
caso de trinconeo.
El último ha sido escandaloso. Y hasta ha causado estupor
entre quienes estábamos convencidos de que los dirigentes
del PP eran tan listos como para no dejarse engañar por un
tipo que manejaba las cuentas del partido y llegó a
convertirse en el mandamás de la sede de Génova y lo hizo,
además, sometiendo a sus dictados a lo más granado del
organismo.
Me daba la risa el sábado por la noche, viendo el Gran
Debate de telecinco, programa donde se enfrentan partidarios
de uno y otro partido, o sea, de socialistas y populares,
oyéndole decir a Edurne Uriarte (politóloga y
periodista, catedrática de Ciencia Política de la
Universidad del Rey Juan Carlos de Madrid y columnista y
debatiente a sueldo en televisiones) que ella creyó a
Bárcenas porque la sedujo de tal manera que entiende cómo
Rajoy confió ciegamente en el alpinista onubense y que
se convirtió en el dueño y señor del partido de la gaviota.
La sapiente Edurne, íntima amiga que ha sido del ministro
Wert, y que habla como si jamás hubiera roto un plato en
su vida y hubiese crecido mirando entre visillos, para no
contagiarse de la zafiedad que recorre las calles, no se
daba cuenta de que su defensa de Rajoy era tan débil como
nociva para éste.
Pues hay que ser muy estulto para pasarse media vida al lado
de alguien y desconocer su modo de actuar. Edurne Uriarte,
con su defensa ardorosa de lo indefendible, puso en
evidencia a su protegido: haciendo grande a Bárcenas y
dejando al presidente del Gobierno a la altura de ese
‘maricomplejines’ del que habla y no acaba Federico
Jiménez Losantos.
Es como si mañana a mí me dijeran que tal político de la
localidad había sido cogido in fraganti llevándoselo
calentito. A buen seguro que no me causaría la menor
sorpresa. Porque, incluso sin estar como ha estado Rajoy en
el meollo de la cuestión, me sé de memoria quienes están
hasta arriba de sospechas. Y no infundadas.
Lo de Luis Bárcenas es asunto tan sumamente grave como para
que la inquietud predomine en la calle Génova. Porque ahora
mismo la democracia está en una tenaza: de un lado la
corrupción y la ineptitud y la falta de voluntad de acabar
con ella, y de otro la iracundia de un pueblo que ve cómo
hay cada vez más una minoría más rica y una mayoritaria
clase media que se va empobreciendo y los pobres están
viviendo de la caridad.
¿Cómo se sale de la tenaza?: ante situación tan difícil se
necesita un Gobierno muy fuerte y presidido por alguien que
los tenga como el caballo del Espartero. De no ser
así, y en vista de la decadencia por la cual pasan los
medios, donde no hay lugar para heroicidades, los políticos
seguirán delinquiendo. Parafraseando a Abraham Lincoln:
a los políticos hay que someterles a vigilancia permanente.
Máxime cuando se está viendo que la democracia no encuentra
hombres de autoridad; no con la autoridad del que manda
porque ejerce una función, sino de la autoridad que nace de
la conducta desinteresada y limpia del afán de servir. Hay
motivos suficientes para decir que España está enferma de
corrupción.
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