Todo comienza con sentimiento. Si
nos despertamos enfadados cogemos la onda y encontramos los
acontecimientos y las personas que nos harán enfadar. Por lo
tanto, hay que procurar por todos los medios echarse abajo
de la cama buscando cualquier detalle que nos alegre la
vida. Que nos ponga en disposición de afrontar el día con
ese sentimiento intenso y estimulante de interés o adhesión
hacia alguien o hacia algo. En suma: entusiasmo.
Entusiasmo. Palabra mágica que no debe faltar nunca a la
hora de emprender la tarea diaria. La carencia de pasión por
lo que ha de hacerse conduce a la desgana y las obligaciones
acaban realizándose de forma rutinaria. O sea: “Costumbre
inveterada, hábito adquirido de hacer las cosas por mera
práctica y sin razonarlas”.
Durante los días que he estado fuera de Ceuta, he podido
comprobar cómo los empleados de bares y cafeterías
redoblaban sus esfuerzos para atender a los clientes. Los he
visto multiplicarse en sus funciones. Desvivirse por
hacerles la vida agradable a cuantas personas demandaban
servicio. En los mostradores reinaba cierta alegría. Hombres
y mujeres sonreían y evidenciaban disfrute en cuanto veían
traspasar a alguien el umbral del establecimiento. Se ha
recuperado, en gran medida, según mis observaciones y
también por lo que me han contado personas cualificadas al
respecto, el deseo de trabajar con enorme interés. Y, desde
luego, gozar de un empleo está siendo considerado como un
regalo del cielo.
Un regalo del cielo en un país con más de seis millones de
parados que ha propiciado que el miedo haya cundido entre
las personas que aún disfrutan de un trabajo. Y ese miedo,
que atenaza y que en muchos casos es motivo de alifafes,
causados por pensar en la posibilidad de quedarse sin
empleo, es combatido entregándose de lleno a la tarea y
haciendo demostraciones palpables de una felicidad a
raudales por tener el privilegio de formar parte de una
nómina.
Un maître veterano, de un restaurante situado en zona
residencial, amigo de un buen conocido mío, nos dijo
mientras cenábamos que la crisis económica, al margen de la
enorme ruina que está causando en todos los sentidos, había
conseguido, sin embargo, que la gente acudiera al trabajo
con un interés jamás antes visto. Es más, siguió diciendo,
no hace falta recomendar atención ni estimular a los
empleados para que cumplan con sus cometidos lo mejor
posible. Porque la entrega es absoluta. Incluso suelen
preguntar si lo están haciendo bien. Y es que existe un
miedo cerval a quedarse parado. Máxime cuando hay
innumerables personas esperando que se les llame. Y,
créanme, apostillaba el veterano maître, que hay muy buenos
profesionales en la lista de espera.
He visto también que hay un enorme interés mutuo entre las
personas. Sacan tiempo para sentarse en los cafés y charlar.
Tiempo para seguir sentados después de la cena, en un
restaurante, y hacer de la sobremesa un monumento al ocio.
Aunque parezca una contradicción, debido a los problemas
económicos que nos acucian y al desorden en las
instituciones, a la corrupción y descrédito de políticos y
sindicalistas. He notado que la gente vuelve a paladear
cualquier momento. Eso sí, se reconoce cada vez más que los
Grandes Negocios y la Política son gemelos, son los
monstruos que lo matan todo, que lo corrompen todo. Existe
una calma chicha. ¿Será ésta previa a un estallido social?
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