Es la crisis. La crisis económica.
Es lo que se oye a cada paso en todos los sitios. Gente de
toda condición nos atrevemos a hablar de inflación,
deflación, balanza de pagos, desarrollo y hasta de cómo el
capital nunca pierde aunque, como toda la vida, lo haga a
costa de explotar a los que menos tienen.
Hay gentes que nunca hablaron más que de fútbol y ahora lo
hacen de la prima de riesgo como papagayos. Y uno se queda
admirado de que hayan aprendido en tan corto espacio de
tiempo cuestiones sobre economía. Especialidad de la que me
guardaré decir lo más mínimo, porque luego se me cabrean los
economistas y mandan notas al periódico pidiendo mis
rectificaciones. Así que chitón…
En realidad, el comienzo del 2000 olía ya a chamusquina. Y
los más listos decían que la espada de Damocles de la
economía pendía sobre nuestras cabezas. Debido a que la
burbuja inmobiliaria de Aznar podría explotar en
cualquier momento. Incluso uno oía a quienes decían saber de
la cosa que el legado que nos dejaba Aznar era una España de
mentiras económicas.
Pero uno, como no sabía ni papa de economía ni de burbuja
inmobiliaria y aun pensaba que los que metían la mano en la
caja eran nada más que tres o cuatro políticos de poca
monta, se atrevía a decir que la venalidad en pequeñas dosis
era necesaria porque lo había leído en vaya usted a saber
dónde. Que ni me acuerdo en estos momentos.
De pronto, al comienzo de una tarde, donde la cerveza entra
de lujo, le oí chamullar a un empresario que al ritmo que
íbamos llegaría el momento en que habría que ponerlo todo en
tela de juicio, idear otras salidas, otros métodos, otros
comportamientos, otras relaciones. Y, desde luego, tras
explicarse por encima, sentenció: “ya nada volverá a ser lo
mismo cuando la política empleada por Aznar dé la cara. Y
apostilló: ¡Pobre Zapatero, la que le espera…! Será
el que pague todos los vidrios que han roto Rato y
los suyos”.
Aquel empresario hablaba con tal desparpajo de cuestiones
tan importantes que a los presentes nos daba por reírnos.
Incluso pusimos al hombre, con nuestra sorna descarada, al
borde de la histeria. Me recuerdo que nuestra falta de
respeto, por parecernos que farfullaba tonterías, logró que
nunca más frecuentara nuestras reuniones. Menos mal que no
era de Ceuta y mucho me temo que, como aquí no se le ha
perdido nada, nunca más venga y aproveche la ocasión para
sacarnos los colores a cuantos descreídos tomábamos sus
predicciones a cachondeo.
En estos momentos, de incertidumbres funestas, vengo oyendo
el siguiente comentario: “Hay una propaganda gubernamental
bien orquestada para meternos el miedo en el cuerpo. Ya que
cuanto más inquietas están las gentes más votan al poder
establecido”. Pero también existe este otro: “Los
socialistas pintan con tonos lúgubres la actualidad para
socavar la moral de la nación y echar abajo al Gobierno del
PP”. Ambos razonamientos me parecen, por lo menos,
especiosos.
Aun así, me repito que ambos comentarios son majaderías de
personas que quieren saber de todo con tal de opinar y
sentirse importantes. Si bien, cuando menos lo espero, me
acuerdo del empresario que nos hablaba del más que posible
estallido de la burbuja inmobiliaria. Y de cómo nos reíamos
de él. Quiero decir del empresario pronosticador. Y,
entonces, medito sobre la mafia política. Y me echo a
temblar.
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