Días atrás, en diciembre de un año
del cual mejor no hablar, comía yo, deprisa y corriendo, con
el entrenador del Ceuta, Álvaro Pérez, en el hotel Tryp, era
sábado y se aproximaba la hora del partido del primer equipo
local frente al Portuense. Sí, ya sé que el hecho que voy a
referir lo he contado ya, pero no tengo el menor
inconveniente en repetirme por necesidades del guión. Y
porque me da la gana.
En principio, porque me da la gana recordar la magnífica
temporada que viene realizando un equipo desdeñado por las
autoridades y confeccionado con urgencias y con las mínimas
posibilidades para acertar en los fichajes y además con la
imperiosa necesidad de convencer a los futbolistas que el
asunto, a pesar de innumerables contrariedades, iba a
funcionar. Y, desde luego, qué decir de la contratación de
Mane y del reseñado Álvaro Pérez.
A lo que iba, y perdonen la digresión, comía yo con AP en el
Tryp, cuando involuntariamente le propiné un codazo a una
copa de vino y el buen caldo se deslizó por la mesa y, en un
amén, se extendió por un puño de la camisa y parte del
pantalón del técnico canario. Y ya saben ustedes lo mal que
sienta semejante accidente. El cual deja a ambas partes sin
habla y con diferentes sensaciones. En suma, el momento es
enojoso.
Mi reacción fue rápida: creo que hablé de pagar el servicio
de tintorería… Pero bien pronto hice la siguiente
predicción: “Mira, Álvaro, ten la completa certeza de que
hoy tu equipo le marcará cuatro goles al Portuense. Y si
fallo, en mi pronóstico, pago yo una comida. Aunque te
aseguro que el derramamiento del vino es señal de buen
bajío”.
El Ceuta, como todos ustedes saben, y si no yo se lo digo,
consiguió cuatro tantos. Y Álvaro Pérez, nada más acabar el
encuentro, le contó a un amigo, que a su vez lo es mío, la
anécdota. Y lo hizo, además, celebrando el derrame del vino
sobre sus prendas y, sobre todo, reconociendo que me debe
una comida.
Hace días, el amigo de Álvaro, que también lo es mío, tras
ponerme al tanto de lo que le había dicho el entrenador,
antes de viajar a su tierra, de vacaciones, tuvo a bien
recordarme otras predicciones mías, relacionadas con el
fútbol. Puesto que tiene una memoria prodigiosa. Y me
recordó la de aquel Ceuta-Sevilla Atlético, dos temporadas
ha, en la que, cuando ganaba el equipo local por un tanto a
cero, a mí me dio por vaticinar que los sevillistas estaban
en condiciones de ganar por cinco goles. Lo hice, durante el
descanso, y creo que fue Pepe Sillero, extraordinario
aficionado, quien vino a preguntarme si era cierto lo que ya
se rumoreaba por la tribuna. Y le dije que sí. Los cinco
goles del filial sevillista fueron llegando con celeridad.
Otra predicción, que puedo arrogarme, fue la que le hice a
Goicoechea, en presencia de mi estimado Luis
Parrillas, dos días antes de enfrentarse la ADC al
Murcia, en La Condomina, un domingo de Ramos. Le auguré la
mala noticia, en una conversación de sobremesa, si juegas
como dices, te pueden caer seis goles. Y acerté. Podría
seguir enumerando pronósticos acertados. Pero ni cabría
aquí, ni tampoco quiero presumir más.
No obstante, me voy a jugar todo mi prestigio de mago, a lo
Karag, augurando la victoria del Ceuta en San Roque.
Ante un equipo que tiene los mismos problemas que el equipo
ceutí para ganar fuera y, sin embargo, es fuerte en su casa.
Si no acierto, prometo, además de no darme pote al respecto,
nunca más, perdonarle la comida que me debe el entrenador
del Ceuta.
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