La gente está cada vez más
soliviantada por mor de la crisis económica y porque tiene
todo el miedo del mundo a formar parte de la nómina de
parados que es millonaria, millonaria, millonaria. Los
parados, a su vez, están que se suben por las paredes. Y
muchos de ellos tienen más que asumido que nunca volverán a
tener la oportunidad de acudir a un tajo en condiciones. El
pánico de los parados es indescriptible. No me cansaré de
repetirlo. Puesto que he pasado por ese mal trance.
Los jubilados hacen malabares con su paga de supervivientes
con el fin de que sus hijos y nietos puedan comer caliente
hasta que Dios quiera. Todo antes de que los suyos se vean
obligados a tener que recurrir a los comedores sociales en
actitud vergonzante. Porque comer la sopa boba está más que
bien antes de morir por inanición. Pero tampoco es menos
cierto que la pérdida moral ocasiona trastornos
imperecederos. No se trata de recibir caridad sino de
obtener justicia.
Las gentes están que trinan. Y cuentan con motivos sobrados
para poner el grito en el cielo contra los políticos y sobre
todo contra quienes vienen dirigiendo la economía española,
aunque sean simples subordinados de la señora Merkel.
De Guindos y Montoro son los mejores colocados
para ser quemados en las próximas Fallas valencianas. A no
ser que lo impida Rita Barberá. Que lo impedirá. Ya
que los políticos suelen estar muy hermanados y prestos a
echarle un capote al primero que cometa errores de bulto. Y
qué decir de cómo se protegen cuando alguno de ellos resulta
imputado.
Imputar, según la primera acepción que leo en uno de mis
varios diccionarios, es atribuir a alguien un acto,
normalmente condenable. Los políticos honrados se quitan de
en medio cuando cae sobre ellos la menor sospecha. No es mía
la cita, pero me valgo de ella porque creo que le viene a
esta columna como anillo al dedo.
Quitarse de en medio, es decir, desaparecer de la vida
pública, por estar bajo sospecha, o sea imputado, es lo que
ha debido hacer Rodrigo Rato. El cual, desde hace la
tira de tiempo, todo lo que ha tocado lo ha convertido en
ruina. Pero está comprobado que cada cual poner su nivel de
ética donde le parece. Y la de RR debe ser de una de
condescendencia inconmensurable para admitir cuanto le echen
a la buchaca.
De no ser así, vamos, de no tener tan grandes tragaderas,
Rodrigo Rato le habría dicho a su cuate, el afamado
Alerta, presidente de Telefónica, que rechazaba su
propuesta de incorporación a los consejos asesores de la
Compañía en Europa y Latinoamérica
Las tragaderas de quien fue presidente del Fondo Monetario
Internacional y presidente de Bankia deben estar preparadas
para engullir hasta un venado con la misma o más facilidad
que una serpiente pitón. E incluso digerirlo sin necesidad
alguna de regurgitarlo por culpa de una mala digestión. De
no ser así, díganme ustedes cómo se lo monta Rodrigo Rato. Y
lo peor de todo es que el tío, en cuanto ve que pintan
bastos, sale de los sitios por piernas. Sin mirar hacia
atrás. Aunque luego se vea obligado a comparecer en
cualquier juzgado por estar imputado en asunto feo y se vea
sambenitado.
Vaya con cuidado, pues, este señor, el señor Rato, ya que
los ciudadanos, con el miedo de la miseria patente, pueden
un día perder los estribos. Ya que pobreza y corrupción son
material inflamable. Alguien debe poner coto a tanta
desvergüenza.
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