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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE ENERO DE 2013

 
OPINIÓN / COLABORACION

¿Crisis del capitalismo?

Por Ignacio Azcoitia Gómez


Ante la constante riada de noticias económicas que recibimos a través de los medios de comunicación, todos hemos aprendido unas nociones, aunque sean básicas, de economía. Así, se habla de paro, inflación, sector exterior, PIB y un sinfín de conceptos y variables, por medio de los que pretendemos intuir la evolución de la crisis, y sobre todo su tendencia futura, así como las posibilidades de recuperación.

Si profundizamos algo más en la esencia de los conceptos económicos, habría que preguntarse sobre la función de un Sistema Económico en una sociedad. Así un Sistema Económico, sea cual sea, pretende dar respuesta a las necesidades de su población y a través de la satisfacción de esas necesidades conseguir la felicidad de sus ciudadanos. Y esta idea está, en los momentos actuales, de absoluta actualidad. Hasta hace poco, cualquier presentador de televisión despedía su programa con un “hasta mañana” o “hasta el próximo programa”, hoy lo más probable es que nos desee “que seamos felices” incluso en muchas iglesias, el sacerdote se despide de los fieles con un “que tengáis una feliz semana” lo que resulta, al menos para mí, sorprendente. Sin embargo, nadie se para a definir el concepto de felicidad, con lo cual, el deseo queda más bien difuso. Y es que definir el concepto de felicidad no es tarea fácil y mucho menos homogénea. Sin embargo, la Real Academia de la Lengua define el término felicidad como: “Estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Es ésta una definición de marcado carácter económico que nos viene a decir que la felicidad se consigue mediante la posesión (consumo) de bienes y servicios, que satisfacen nuestras necesidades.

Pero también el concepto de necesidad es subjetivo y poco homogéneo. Nada tiene que ver las necesidades de un indígena en una tribu perdida en la selva amazónica, frente a las necesidades de un ciudadano cualquiera del mundo occidental desarrollado. Pero, ¿quién es más feliz? Sería muy complicado dar respuesta a esta pregunta. Por un lado, un individuo que al ver satisfecha su única necesidad de alimentarse es inmensamente feliz, por el otro lado un individuo cuya demanda de bienes y servicios es infinita y, por tanto, nunca alcanzará la felicidad soñada.

Llegados a este punto, hay que preguntarse, ¿cómo soluciona este problema un Sistema Económico? Hoy, en el mundo se aceptan dos sistemas extremos y una amplia gama de soluciones intermedias. Así, en los dos extremos estarían el capitalismo radical de Estados Unidos, frente al comunismo radical de Cuba o Corea del Norte. En el intermedio, hay un conjunto de soluciones que intentan evitar los problemas de estos extremos y conseguir sus virtudes. Desde una opción política sería el Centro-Derecha del Partido Popular o el Centro-Izquierda del Partido Socialista.

En definitiva, el mecanismo que cualquier Sistema Económico establece para producir bienes y servicios que satisfagan las necesidades de los ciudadanos de una sociedad, se ha analizado a través del denominado equilibrio entre la oferta y la demanda agregada de bienes y servicios que, además, no sólo establece el equilibrio para un país, sino que lo establece para las relaciones económicas de ese país con el resto del mundo, y por tanto, para la globalidad de la economía mundial.

Desde este mecanismo, los ciudadanos de un país demandan bienes y servicios a las empresas y al sector público de su propio país, y al resto del mundo, al objeto de satisfacer sus necesidades. Cuando este mecanismo de oferta y demanda está razonablemente en equilibro, ese país está en equilibrio y los valores económicos más comunes crecen o están en valores asumibles por la sociedad. Si esa situación se produce en muchos países, el mundo en general podría estar en un equilibro razonable desde un punto de vista económico. Se puede concluir que el nivel de felicidad de la población mundial sería razonable.

Gran parte de esta demanda de bienes y servicios se refiere a la demanda de bienes de consumo, es decir, estaríamos hablando del consumismo sistemático, materialista y, a veces, absurdo de nuestra sociedad opulenta, que ha generado un grave problema que no es otro que, el funcionamiento de nuestro Sistema Económico, empieza a no cumplir su función esencial, que es producir felicidad a sus ciudadanos. Y esto se ha producido, en mi opinión, por uno de los defectos del Sistema Capitalista, que es establecer, como dogma de fe, que el crecimiento es condición imprescindible, inevitable y necesaria, para la sostenibilidad del sistema.

Esta creencia dogmática produjo, hace ya unos 25 años, la aparición del fenómeno de la globalización, mediante la liberalización de las fronteras comerciales a nivel mundial, lo que permitió abrir los mercados de grandes poblaciones de los entonces denominados países del tercer mundo. Es decir, el mundo occidental se encontró con que sus mercados nacionales estaban saturados y su población no incrementaba su demanda de bienes de consumo, como consecuencia de ello aparecen situaciones de crisis, porque la capacidad potencial de las empresas, era muy superior a la demanda de los países del mundo desarrollado. La explicación de este fenómeno de saturación de los mercados se encuentra, en mi opinión, en el avance imparable de la investigación, que a su vez supone un crecimiento exponencial del desarrollo tecnológico, que aplicado a los procesos empresariales permite producir más de manera exponencial. En el futuro más próximo esta situación seguirá produciéndose cada vez con mayor fuerza y continuidad. En muchos países del mundo desarrollado la Investigación y Desarrollo (I+D) está asentada como un elemento más del proceso productivo.

Una buena solución, para esta situación, fue la globalización, porque además de incrementar la demanda permitió a los países del tercer mundo comenzar a ser emergentes, por varias vías, entre otras por la instalación de grandes y pequeñas multinacionales que daban empleo y creaban riqueza a unas poblaciones que se encontraban al borde de la subsistencia. Así, han emergido al escenario mundial países como China, India, Brasil, etc., que nunca habrían soñado los niveles de crecimiento conseguidos si no hubiera sido por este fenómeno de la globalización.

Sin embargo, hay que preguntarse cuánto tiempo tendrá que pasar para que nos encontremos de nuevo ante la misma situación. Incluso habría que preguntarse si la crisis actual es un primer reflejo de esta situación que se va a producir de manera casi inevitable.

De ser así, explicaría en gran medida por qué el consumo en España no levanta cabeza, existe capacidad productiva y existe liquidez de las economías domésticas que han aumentado su tasa de ahorro desde que comenzó la crisis. Luego se podría afirmar, desde un punto de vista teórico, que no consumimos más por la sencilla razón de que ese mayor consumo no nos produce alguna felicidad añadida. Por supuesto que existe otra reducción del consumo, que proviene de la disminución de renta de las familias que han pasado a la situación de paro, pero no es de esa reducción de la que estamos tratando ahora.

De ser cierto este planteamiento, en un futuro cercano el sistema capitalista se encontrará ante su gran encrucijada, ya que una vez satisfecha la demanda de bienes y servicios de la población mundial no habrá nuevos mercados que abrir, salvo que aparecieran sociedades marcianas del espacio, y el crecimiento, como dogma de fe para hacer sostenible el sistema será inviable.

La solución puede pasar por dejar de mirar el crecimiento como una solución en sí misma y empezar a valorar la eficiencia como fórmula que permita hacer el sistema capitalista sostenible en el tiempo. Desde mi época de estudiante de economía, se establecía que la productividad se mejora por dos vías diferentes, produciendo más con los mismos recursos o produciendo lo mismo con menos recursos. Posiblemente ha llegado la hora de producir lo mismo pero con menos recursos, es decir, de manera mucho más eficiente, lo que permitirá mantener un nivel de felicidad mucho más que suficiente, adaptado al tiempo actual y permitirá un desarrollo sostenible en el tiempo y equitativo en el reparto de la riqueza.
 

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