Ante la constante riada de noticias económicas que recibimos
a través de los medios de comunicación, todos hemos
aprendido unas nociones, aunque sean básicas, de economía.
Así, se habla de paro, inflación, sector exterior, PIB y un
sinfín de conceptos y variables, por medio de los que
pretendemos intuir la evolución de la crisis, y sobre todo
su tendencia futura, así como las posibilidades de
recuperación.
Si profundizamos algo más en la esencia de los conceptos
económicos, habría que preguntarse sobre la función de un
Sistema Económico en una sociedad. Así un Sistema Económico,
sea cual sea, pretende dar respuesta a las necesidades de su
población y a través de la satisfacción de esas necesidades
conseguir la felicidad de sus ciudadanos. Y esta idea está,
en los momentos actuales, de absoluta actualidad. Hasta hace
poco, cualquier presentador de televisión despedía su
programa con un “hasta mañana” o “hasta el próximo
programa”, hoy lo más probable es que nos desee “que seamos
felices” incluso en muchas iglesias, el sacerdote se despide
de los fieles con un “que tengáis una feliz semana” lo que
resulta, al menos para mí, sorprendente. Sin embargo, nadie
se para a definir el concepto de felicidad, con lo cual, el
deseo queda más bien difuso. Y es que definir el concepto de
felicidad no es tarea fácil y mucho menos homogénea. Sin
embargo, la Real Academia de la Lengua define el término
felicidad como: “Estado de ánimo que se complace en la
posesión de un bien”. Es ésta una definición de marcado
carácter económico que nos viene a decir que la felicidad se
consigue mediante la posesión (consumo) de bienes y
servicios, que satisfacen nuestras necesidades.
Pero también el concepto de necesidad es subjetivo y poco
homogéneo. Nada tiene que ver las necesidades de un indígena
en una tribu perdida en la selva amazónica, frente a las
necesidades de un ciudadano cualquiera del mundo occidental
desarrollado. Pero, ¿quién es más feliz? Sería muy
complicado dar respuesta a esta pregunta. Por un lado, un
individuo que al ver satisfecha su única necesidad de
alimentarse es inmensamente feliz, por el otro lado un
individuo cuya demanda de bienes y servicios es infinita y,
por tanto, nunca alcanzará la felicidad soñada.
Llegados a este punto, hay que preguntarse, ¿cómo soluciona
este problema un Sistema Económico? Hoy, en el mundo se
aceptan dos sistemas extremos y una amplia gama de
soluciones intermedias. Así, en los dos extremos estarían el
capitalismo radical de Estados Unidos, frente al comunismo
radical de Cuba o Corea del Norte. En el intermedio, hay un
conjunto de soluciones que intentan evitar los problemas de
estos extremos y conseguir sus virtudes. Desde una opción
política sería el Centro-Derecha del Partido Popular o el
Centro-Izquierda del Partido Socialista.
En definitiva, el mecanismo que cualquier Sistema Económico
establece para producir bienes y servicios que satisfagan
las necesidades de los ciudadanos de una sociedad, se ha
analizado a través del denominado equilibrio entre la oferta
y la demanda agregada de bienes y servicios que, además, no
sólo establece el equilibrio para un país, sino que lo
establece para las relaciones económicas de ese país con el
resto del mundo, y por tanto, para la globalidad de la
economía mundial.
Desde este mecanismo, los ciudadanos de un país demandan
bienes y servicios a las empresas y al sector público de su
propio país, y al resto del mundo, al objeto de satisfacer
sus necesidades. Cuando este mecanismo de oferta y demanda
está razonablemente en equilibro, ese país está en
equilibrio y los valores económicos más comunes crecen o
están en valores asumibles por la sociedad. Si esa situación
se produce en muchos países, el mundo en general podría
estar en un equilibro razonable desde un punto de vista
económico. Se puede concluir que el nivel de felicidad de la
población mundial sería razonable.
Gran parte de esta demanda de bienes y servicios se refiere
a la demanda de bienes de consumo, es decir, estaríamos
hablando del consumismo sistemático, materialista y, a
veces, absurdo de nuestra sociedad opulenta, que ha generado
un grave problema que no es otro que, el funcionamiento de
nuestro Sistema Económico, empieza a no cumplir su función
esencial, que es producir felicidad a sus ciudadanos. Y esto
se ha producido, en mi opinión, por uno de los defectos del
Sistema Capitalista, que es establecer, como dogma de fe,
que el crecimiento es condición imprescindible, inevitable y
necesaria, para la sostenibilidad del sistema.
Esta creencia dogmática produjo, hace ya unos 25 años, la
aparición del fenómeno de la globalización, mediante la
liberalización de las fronteras comerciales a nivel mundial,
lo que permitió abrir los mercados de grandes poblaciones de
los entonces denominados países del tercer mundo. Es decir,
el mundo occidental se encontró con que sus mercados
nacionales estaban saturados y su población no incrementaba
su demanda de bienes de consumo, como consecuencia de ello
aparecen situaciones de crisis, porque la capacidad
potencial de las empresas, era muy superior a la demanda de
los países del mundo desarrollado. La explicación de este
fenómeno de saturación de los mercados se encuentra, en mi
opinión, en el avance imparable de la investigación, que a
su vez supone un crecimiento exponencial del desarrollo
tecnológico, que aplicado a los procesos empresariales
permite producir más de manera exponencial. En el futuro más
próximo esta situación seguirá produciéndose cada vez con
mayor fuerza y continuidad. En muchos países del mundo
desarrollado la Investigación y Desarrollo (I+D) está
asentada como un elemento más del proceso productivo.
Una buena solución, para esta situación, fue la
globalización, porque además de incrementar la demanda
permitió a los países del tercer mundo comenzar a ser
emergentes, por varias vías, entre otras por la instalación
de grandes y pequeñas multinacionales que daban empleo y
creaban riqueza a unas poblaciones que se encontraban al
borde de la subsistencia. Así, han emergido al escenario
mundial países como China, India, Brasil, etc., que nunca
habrían soñado los niveles de crecimiento conseguidos si no
hubiera sido por este fenómeno de la globalización.
Sin embargo, hay que preguntarse cuánto tiempo tendrá que
pasar para que nos encontremos de nuevo ante la misma
situación. Incluso habría que preguntarse si la crisis
actual es un primer reflejo de esta situación que se va a
producir de manera casi inevitable.
De ser así, explicaría en gran medida por qué el consumo en
España no levanta cabeza, existe capacidad productiva y
existe liquidez de las economías domésticas que han
aumentado su tasa de ahorro desde que comenzó la crisis.
Luego se podría afirmar, desde un punto de vista teórico,
que no consumimos más por la sencilla razón de que ese mayor
consumo no nos produce alguna felicidad añadida. Por
supuesto que existe otra reducción del consumo, que proviene
de la disminución de renta de las familias que han pasado a
la situación de paro, pero no es de esa reducción de la que
estamos tratando ahora.
De ser cierto este planteamiento, en un futuro cercano el
sistema capitalista se encontrará ante su gran encrucijada,
ya que una vez satisfecha la demanda de bienes y servicios
de la población mundial no habrá nuevos mercados que abrir,
salvo que aparecieran sociedades marcianas del espacio, y el
crecimiento, como dogma de fe para hacer sostenible el
sistema será inviable.
La solución puede pasar por dejar de mirar el crecimiento
como una solución en sí misma y empezar a valorar la
eficiencia como fórmula que permita hacer el sistema
capitalista sostenible en el tiempo. Desde mi época de
estudiante de economía, se establecía que la productividad
se mejora por dos vías diferentes, produciendo más con los
mismos recursos o produciendo lo mismo con menos recursos.
Posiblemente ha llegado la hora de producir lo mismo pero
con menos recursos, es decir, de manera mucho más eficiente,
lo que permitirá mantener un nivel de felicidad mucho más
que suficiente, adaptado al tiempo actual y permitirá un
desarrollo sostenible en el tiempo y equitativo en el
reparto de la riqueza.
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