Durante los treinta años que llevo
residiendo en Ceuta, jamás se me ocurrió relacionarme con
los entrenadores de fútbol que fueron pasando por la ciudad.
Con algunos hablé lo sucinto. Y fue así porque me fueron
presentados por coincidir en los sitios más frecuentados de
esta tierra. Pero de ahí no pasé.
Tomé esa decisión con el fin de evitar que surgiera la
amistad y ésta me indujera a sentirme coartado para poder
opinar sobre el equipo en general y de ellos, en particular.
Pues la confianza genera impedimento para analizar
actuaciones de las personas con las que uno simpatiza.
En ocasiones, hube incluso de arriesgarme a ser tachado de
insociable por parte de entrenadores que sabían que yo había
formado parte de la profesión durante muchos años. Y hasta
los hubo que se habían enfrentado a equipos dirigidos por mí
y otros habían estado a mis órdenes cuando eran jugadores.
Aun así, seguí en mis trece: que era la de mantenerme a
distancia de los entrenadores del primer equipo de la
ciudad. Rafael Alcaide Crespín, conocido popularmente
como Crispi, trató de intimar conmigo. Ya que nos
conocíamos desde los años setenta. Pero pronto hice todo lo
posible por evitar el acercamiento.
Con el transcurrir de los años, y debido al interés de un
buen amigo, decidí relacionarme con Goicoechea, como
nunca antes lo había hecho con ningún otro técnico, y pronto
me di cuenta de que estaba metiendo la pata. Así que un buen
día corté por lo sano el participar en sobremesas con él. En
sobremesas o bien tomando la copa de la amistad. Ya que hay
profesionales que piden consejos y cuando se los facilita,
lo primero que debes hacer es rezar para no acertar; pues
como aciertes, nunca más te librarás de la ojeriza de los
fulanos.
Cuando Goicoechea cogió carretera y manta, es decir, tras
salir de naja de la ciudad, jamás volví yo a poner los pies
en el Murube. Como espectador, quiero decir. Y, desde luego,
debo confesarles que, durante veintitantos años, solamente
una vez he visitado las instalaciones del estadio. Y me
prometí, ese día, no volver más, siempre y cuando no me vea
obligado por causa mayor.
Últimamente, sin embargo, mantengo buenas relaciones con
Álvaro Pérez: tipo afable, educado, y buen conversador,
el canario se hace apreciar en cuanto uno cruza con él los
primeros saludos. Con el actual entrenador del Ceuta, a
pesar de haber estado aquí otras temporadas, nunca hasta
ahora había hablado yo. Cierto es que mis charlas con él
están exentas de ese peligro que encierra el que yo tuviera
que opinar de sus planteamientos y demás cuestiones al
respecto. Entonces, posiblemente, mis relaciones no podrían
ser las mismas. Incluso cuento con la enorme ventaja de que
ni siquiera he visto jugar a su equipo.
El sábado pasado, me di una vuelta por el Hotel Tryp y allí
estaba Álvaro Pérez dispuesto a comer para irse rápidamente
al Murube, con el fin de dirigir a su equipo frente al
Portuense. Me senté a su mesa y aprecié en él unos deseos
enormes de conseguir logros con el Ceuta. Y hasta hizo acto
de presencia la anécdota: le di a la copa de vino sin querer
y el pantalón de Álvaro se manchó de tinto. Inmediatamente
vaticiné lo siguiente: la mancha de tinto se va a traducir
en cuatro goles a favor de tu equipo. En cuanto regrese el
canario, habrá de invitarme a comer. Por haber emulado yo,
con éxito, a Acisclo Karag. Mago de los pronósticos.
|