Cuando se habla de la Guerra
Civil, por ejemplo, y alguien dice que si los Militares y la
Falange no se hubieran alzado en julio de 1936 y desde el
primer día no hubieran iniciado el holocausto de muertes,
ninguna de aquellas terribles cosas habría ocurrido.
Inmediatamente, a esa opinión le sucede la contraria: todo
se debió a la revolución de los mineros asturianos en 1934,
y que en 1931 se quemaron muchas iglesias.
A partir de ese momento, las partes enfrentadas no tienen el
menor inconveniente en ir retrocediendo en la historia hasta
las Guerras Carlistas y la Constitución de Cádiz; es decir,
que ante un acto de provocación surge otro y otro y así
hasta el infinito.
Menos mal que las discusiones sobre la Guerra Civil han ido
decayendo. Tal vez porque, desde hace varios años, lo que
viene primando es hablar de la crisis económica y debatir
sobre la culpabilidad de quienes nos han metido en un lío de
dimensiones capaces de hacer disfrutar a esas minorías
selectas, amantes del darwinismo filosófico, y de la idea
que es mejor acabar con los seres humanos no aprovechables…
Verbigracia: los jubilados sin posibilidades de costearse
una larga vida si no es con la paga del Estado para la cual
cotizaron muchos años.
Sí, ya sé que lo dicho es duro. Pero ya hubo un tiempo, no
muy lejano, en el cual se atentó contra las personas
consideradas superfluas y molestas. En fin, dejemos este
asunto, capaz de herir susceptibilidades, y vayamos a ese
otro aspecto de la crisis que suele ser motivo de agrias
polémicas a cada paso.
Si uno dice que el Gobierno actual, además de haber
incumplido todas sus promesas electorales, es una máquina de
hacer parados, no cesa de atentar contra las clases medias y
ha convertido España en un país repleto de pobreza y
miseria, surge la respuesta contundente, cuando no exaltada
del contrario: la culpa de cuanto nos está ocurriendo la
tiene Zapatero. Y hasta dicen de él que bien pudo
haber participado en la elección del toro inmortal, por
excelencia, que mató al torero que andaba mejor que
Robert Mitchum.
Los contertulios, a partir de ahí, se enzarzan en
discusiones acaloradas, nutriéndose de argumentos obtenidos
del pasado reciente. O sea, que salen a relucir los nombres
de González y Aznar como los verdaderos
iniciadores de la desgraciada situación que millones de
españoles están viviendo. Incluso los hay que se atreven a
decir que día llegará en el cual a Mariano Rajoy se
le reconozca que es y está actuando como un bendito. Sí, hay
gente pa tó.
La misma gente que fue capaz de santificar al portero del
Madrid. Y ahora, más que oler a santidad, lo que huele el
muchacho es a ese tufo que deja el canguelo que se apodera
de él cuando le llegan los balones por alto. Lo que está
causando un daño irreparable al equipo de mis amores.
Y, claro está, tampoco sería conveniente olvidar las
discusiones que se suscitan cuando toca hablar de nuestro
alcalde. De quien, si alguien dice que su popularidad está
descendiendo con celeridad, sus partidarios sacan a relucir
que está en posesión de un lenguaje glorificante y
ditirámbico. Y hablan de él como si fuera un Castelar
redivivo. Y a uno, cuando participa en alguna discusión al
respecto, no le queda sino reírse por lo bajinis y tomar
nota del momento. El cual está huérfano de liderazgo. Y ante
ello, ya se sabe, viene el tópico como anillo al dedo: En el
país de los ciegos…
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