Anteayer sábado, como todos los
sábados, salvo fuerza mayor que me lo impida, acudí a los
lugares habituales y charlé con cuantas personas se
encartaron. No pocas me felicitaron por haber cumplido años;
prueba evidente de que este periódico se sigue leyendo cada
vez más. Ya que fue en este espacio donde me dio por airear
que había estado celebrando mis 73 tacos.
En realidad, dije lo de mi aniversario y algo más. Y, claro,
la gente quería saber acerca de ese algo más que se me
ocurrió contar. Se trataba de un posible delito de cohecho,
que ha levantado ampollas en la ciudad y que motivó
comentarios variados durante las fiestas que se han venido
celebrando en los últimos días y, desde luego, en corrillos
y comidas que preceden a la Navidad.
Las comidas navideñas de empresas hicieron posible que el
Hotel Tryp estuviera puesto a tente bonete. Como me dice un
cordobés, amigo, que comparte aperitivo conmigo en la barra
de la cafetería (antes de que se me olvide: lo de tente
bonete es que el establecimiento estaba lleno a más no
poder).
Un lleno hasta la bandera. Del cual yo me alegré muchísimo.
Pues sabida es la mucha ley que yo les tengo a los empleados
de un hotel que no merecen estar sometidos a un destino
preocupante por culpa de unos políticos que no han sido
capaces de cuidar, como deben, ese negocio.
Con mi amigo, hombre de bien y muy amigo de sus amigos, tomo
la copa sabatina, mientras que le oigo decir lo mucho que
suele achicarse durante el mes de diciembre, a medida que se
van aproximando los días señalados. No se corta lo más
mínimo en ponerme al tanto de la soledad que le embarga en
esta época del año.
Y a mí se me ocurre preguntarle si acaso es porque piensa
que todas las personas, menos él, están colmadas de
felicidad. Que solamente él, por motivos de desafectos
familiares y pérdidas irreparables, es el único que sufre de
una soledad que suele acrecentarse en fechas tan señaladas.
Mi amigo titubea. No sabe qué responderme. Y adopta el
silencio por respuesta. El que aprovecho yo para contarle
algo que me había contado, hace ya bastantes años, en
Mérida, un siquiatra y también sicoanalista, mientras nos
poníamos hasta la colcha de Vega Sicilia, en el Hotel
Emperatriz.
Mira, Manolo, me decía Benito, que así se
llamaba el sanador de mentes, en los días que preceden a las
fiestas de navidad y de año nuevo, los que están solos aún
se sienten más solos, porque no dejan de pensar en los demás
colmados por el calor de la familia, rodeados por los seres
queridos. Por esta razón, en el período que antecede a las
navidades, cualquier consulta de psiquiatría se ve repleta
de pacientes por aumento de la depresión y la angustia. La
mayoría de esos pacientes, me confesaba Benito, saboreando
ese gran vino criado en la provincia de Valladolid, están
emotivamente solos (aunque no lo estén físicamente) y, por
tanto, aún se sienten más desesperados, con más frío por
‘dentro’. Con menos ganas de vivir por esa orgía de falso
calor, de falso amor, que la publicidad de los medios de
comunicación nos dispensa para hacernos consumir más, para
vender más, durante las fiestas.
Cuando acabé mi relato, mi amigo pareció venirse arriba.
Pero yo creo que fue porque, en ese preciso momento, la sala
de estar del Tryp estaba ya repleta de mujeres luciendo
mucho garabato.
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