El 31 de octubre de 2009 forma
parte de la historia negra de esta ciudad. Ese día un hombre
fue sambenitado y los heraldos de la mentira decidieron
propalar su descrédito por todo el orbe. Los heraldos de la
mentira hacían befa de alguien cuya bragueta, en ocasiones,
le obnubilaba la razón. La perdición de muchos hombres. Y
casi siempre por acostarse con mujeres cuyos problemas son
mayores que los suyos.
Pedro Gordillo fue perseguido con saña, injuriado,
calumniado, y, lo peor de todo, expuesto a la sevicia de los
vecinos. En aquellos momentos, viendo al hombre acorralado,
sometido a la iracundia de la gente, degradado hasta
extremos insospechados, quise ayudarle con una columna a la
que titulé así: “Se impone la piedad”. Y, desde ese momento,
todos sus enemigos la tomaron conmigo.
Los enemigos de Pedro Gordillo eran muchos. Tantos, que
antes del escándalo tuve a bien avisarle de que había una
camarilla dispuesta a atentar contra su persona y que bien
haría en no descuidarse lo más mínimo. En no perderle la
cara a quienes estaban dispuestos a ponerle fin a su poderío
político. Pero el vicepresidente del Gobierno creía estar
acorazado. Y erró.
El escándalo consistió en mostrarnos un vídeo donde se le
achacaba a Gordillo acoso sexual y promesas que, de haberlas
cumplido, hubieran acabado en delito de cohecho. Un vídeo
que tenía todas las trazas de ser una trampa que le habían
tendido quienes no le podían ver ni en pintura. Fulanos
cuyos nombres me sabía de memoria y que aún los puedo
recitar de carrerilla.
Los mismos Fulanos que se jactaban entre bastidores de
haberle dado matarile político a quien consideraban un
estorbo en todos los sentidos. Aquella traición al entonces
vicepresidente del Gobierno, presidente del Partido Popular
y otro cargo del cual ahora no me quiero acordar, se tradujo
en grandes beneficios para otras personas que vieron el
cielo abierto para comenzar a medrar. Pero lo peor de
aquella traición fue, sin duda alguna, el drama que le tocó
vivir a la familia de Gordillo.
Aún recuerdo la cara de la mujer de Pedro, Conchita
Íñiguez, cuando hablé con ella, estando el juicio
público en plena ebullición. La cara de Conchita era
desoladora. Se le habían echado los años encima y la
tristeza infinita la embargaba. Por más que ella, haciendo
de tripas corazón, trataba de ayudar su marido a soportar la
tragedia que él se había buscado. Un desliz de bragueta,
pero exento de acoso sexual y de prestaciones que hubieran
propiciado el soborno.
Hablando de Conchita Íñiguez, conviene recordar que, a raíz
de aquel feo asunto, fue rechazada por quienes hasta
entonces presumían de tenerla como amiga, y me lo contaba
con un desparpajo que en ella era costumbre. De ella, de
Conchita Íñiguez, me he acordado yo en cuanto he visto
publicada la noticia de que la fiscalía ha decidido pedir el
sobreseimiento del “caso” Gordillo. Lo que hubiera dado ella
por disfrutar de este momento. Del momento en el cual el
fiscal no ve delito en la actuación de su marido. Y
argumenta su decisión.
En fin, sin ánimo de ponerme luctuoso ni de hacer demagogia
de la muerte de la mujer de Pedro, lo cierto es que aquel
escándalo le afectó sobremanera a Conchita e hizo posible
que su enfermedad se agravara. A ver ahora cómo es
compensada la víctima por el sufrimiento. Este periódico,
desde el primer momento, obró con equidad. Conviene
recordarlo.
|