Sara Baras tenía razón cuando decía que si pudiera expresar
con palabras lo que siente, no podría bailarlo. Por eso, su
mejor arma es el movimiento, la tensión en sus brazos y la
fluidez en su contoneo. Se gira sobre sí misma, levita y
deja al público en suspense. Su Pepa, la Pepa de todos los
gaditanos pero también la de todos los españoles que claman
pan y libertad, ha cautivado durante dos noches seguidas al
público ceutí que, prácticamente, ha llenado el Auditorio
del Revellín. Y ella lo tuvo en cuenta, dedicándole la noche
no sólo a quienes la han traído hasta la ciudad autónoma -la
Fundación Chocrón Macías-, sino a su madre, caballa de
nacimiento.
La oscuridad se rompe con el rojo del vestido que Sara Baras
esconde tras un manto negro. Pero antes, como preámbulo, se
pone en marcha el cuerpo de baile -formado por cinco hombres
y ocho mujeres-, coordinado y gesticulante, agresivo y
pasional. Es la guerra de la Independencia. El primer solo
de la ‘Pepa’ no se hace esperar y el Auditorio rompe en
aplausos. Del clamor al silencio más absoluto, el que rompe
la artista con una palmada.
Pero no está sola. También le acompaña José Serrano,
compañero ideal, cómplice en los movimientos que el uno al
otro se dedican. Da igual si el público no es un entendido
en baile y no distingue una soleá de una seguidilla, el
argumento de la historia atrapa de la misma manera con la
sucesión de emociones.
Pero primero fue la palabra. Son pocas, pero precisas. “Y
suenan los cañones, y el miedo y la verdad... y miro por las
calles”. Cádiz se presenta ante el público como un símbolo,
y el pueblo pasea por el mercado, por las calles de una
cuidada escenografía que ubica el nacimiento de la
Constitución de 1812 en el rincón más antiguo de la Europa
occidental.
Una eficaz iluminación que deja sola a la protagonista. El
mundo se detiene y se produce el zapateado de la libertad.
Paso a paso, taconeo a taconeo, Sara Baras recorre el
camino, un camino que la lleva de una punta a otra del
escenario como si, más que bailar, estuviese volando por
encima de las nubes. Magistral. Las Cortes de Cádiz se
constituyen para ver nacer a la Pepa. Suena un tanguillo de
la tierra. El cuerpo de baile se viste de verde y los
cuerpos se convierten en un solo ente, arropados por siete
músicos que combinan la fuerza con la sensualidad, en un
impecable cambio de registro. Movimientos que parecen
fotografías perfectas en las que nada sobra ni falta.
Exquisitos cuadros visuales, pero con sonido y movimiento.
Y en la última vuelta, la de despedida, lanza un beso a un
público que si ya había estado entregado todo el
espectáculo, con ese último gesto, cae rendido.
|