Cuando el número de pobres sigue
aumentando; cuando los dramas ocasionados por la pobreza
extrema siguen aflorando; cuando la indignación de los
españoles contra los recortes hace que la gente se
manifieste casi todos los días y fiestas de guardar; cuando
los ciudadanos asisten iracundos al desmantelamiento del
Estado del Bienestar, la corrupción no cesa.
No hay día en el cual no sepamos de la existencia de un
político corrupto. Abundan como los canguros en Australia.
Toda España se ha convertido en un patio de Monipodio. Por
lo que cada mañana nos desayunamos con la noticia de que un
político se lo ha llevado crudo.
Nunca hasta ahora se había sabido tanto de corruptos y de
los delitos que tienen que ver con el tráfico de
influencias, la falsedad de documentos, la malversación de
caudales públicos, la financiación ilegal de los partidos,
el fraude de subvenciones oficiales, el cohecho, etcétera.
Un delito de cohecho es lo que me contó a mí, un amigo, el
pasado día 12, mientras celebrábamos mi cumpleaños. Me puso
al tanto de cómo un cargo político había sido sobornado por
adjudicación de varias obras públicas a una empresa. Lo cual
conté al día siguiente. Con pelos y señales. Aunque sin
mencionar nombres. Por ahora.
Pues bien, ya han sido muchas las personas que me han
preguntado por el nombre del cargo político que se ha
lucrado mediante un delito de cohecho. Recibiendo a cambio
de su ayuda a la empresa un coche de alta gama, una cocina
tan lujosa como cara, y otros regalos muy preciados.
Y no he tenido más remedio, ante el deseo de saber más de
mis lectores, que responder con una expresión tan socorrida
como tópica: “Se dice el pecado pero no el pecador”. Aunque
espero que nuestro alcalde, siempre tan dispuesto a
descubrir a los que delinquen, trate de ahondar en el asunto
para que no le estalle en las narices el escándalo. Cuando
menos lo espere.
Pero mis lectores son como son e insisten en decirme que una
denuncia debe ir acompañada con nombres y apellidos. De lo
contrario, no deja de ser un rumor. Y que de rumores están
ellos más que saturados.
Yo comprendo a mis lectores, cómo no, pero también ellos
deben ponerse en mi lugar. En el lugar de quien aún no está
en condiciones de ofrecer más datos en relación con un
delito tipificado, insisto, como cohecho o soborno.
Pues no conviene olvidar que el columnista punta de
cualquier diario ha de moverse entre el compromiso
empresarial y el político. Y, claro está, el primero
recomienda prudencia y el segundo exige que cuente algo de
interés general para que quien más manda sepa lo que ocurre
a su alrededor y no dude en hacer las investigaciones
correspondientes al caso y, luego, tome las decisiones
adecuadas. Sin que le tiemble el pulso.
Ojalá que nuestro alcalde se tome en serio la cosa y al
igual que derrocha adjetivos a granel en todos los actos a
los que asiste, por voluntad propia, sea capaz también de
mostrar interés por acabar con una corrupción que amenaza,
al paso que va, con poner el sistema patas arriba. De no ser
así, mucho me temo que la corrupción seguirá campando por
sus respetos. De hecho, la gente tiene ya asumido que
llevárselo calentito es una norma aceptada por los políticos
entre bastidores.
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