El comercio transfronterizo de los polígonos del Tarajal,
esa economía que tantos millones de euros comporta y reporta
a los empresarios de las naves y, por ende a la ciudad de
Ceuta, requiere un minucioso y cuidado enfoque, ya que si
los intereses comerciales (que es tanto como decir
económicos que en los tiempos que corren son valiosísimos)
entran en conflicto con la necesaria seguridad fronteriza,
darían lugar a un binomio incompatible y perverso con el
consiguiente perjuicio en uno u otro sentido.
Se hace obligado más que necesario, compatibilizar ambos
intereses y que éstos no entren en confrontación, ya que
supone decidir qué brazos nos cortamos: el derecho o el
izquierdo. Por ello, a la necesaria fluidez y agilidad
fronteriza hay que dotarla de mecanismos eficaces para no
suponga dicha agilidad un “coladero” de delincuentes o una
posibilidad abierta para quienes buscan un mundo mejor y se
pudieran camuflar bajo el señuelo de unos falsos porteadores
cuyo fin último no es ganarse algunos euros “extras” sino
hacer lo que haga falta (robar, atracar, hurtar o delinquir
en definitiva para asegurar su subsistencia), lo que
supondría sembrar la inseguridad en una ciudad pacífica y de
convivencia como la nuestra.
De manera que la flexibilidad en la frontera con el objetivo
de agilizar el tránsito, no puede ser una carta en blanco
para que la delincuencia campe a sus anchas por nuestros 19
kilómetros cuadrados. De ahí que si las medidas de control
provocan atascos, los comerciantes han de entender que
también se benefician de robos en sus establecimientos.
Es obvio que resulta un difícil equilibrio entre lo
necesario y lo deseable, entre la obligación y el sentido
comercial, entre el imprescindible control identificativo y
la pretensión comercial de “cuantos más clientes, mejor”.
Pero ¿qué clientes? Porque los delincuentes no son clientes
de nada ni de nadie.
Una frontera con un elevadísimo volumen de tránsito requiere
un control para aquéllos que provenientes de un país con
unos niveles de renta muy inferiores a los nuestros, se
quieren “buscar la vida” en Ceuta, si bien hay que
preguntarse de qué manera.
Ya sucedió algo similar al conflicto que ahora se ha
generado cuando se sugirió la apertura de la frontera de
Benzú para que la gente de Beliones tuviera un acceso fácil
y se aludió a la inseguridad como argumento para impedir un
tránsito que no parecía reunir todas las garantías de
seguridad.
En este caso que nos ocupa habría que recurrir al símil que
una vez hizo el ex director deportivo del Real Madrid, Jorge
Valdano sobre “la manta corta”: que si tiras de ella para
taparte la cabeza, te desabrigas por los pies y si lo haces
al contrario, entonces te destapas la cabeza. Es decir, no
hay tela para más: o procuramos entre todos, hacer
compatibles intereses comunes o todos saldrán perjudicados.
La solución no es fácil pero los comerciantes también han
reclamado en muchísimas ocasiones que se extremen las
medidas de seguridad en los Polígonos del Tarajal. Si hay
“carta blanca” para el tránsito fronterizo o, como diría un
político, si hay “café para todos” (en este caso, habría que
hablar más bien de té para todos), esas garantías serían muy
difíciles de contemplar y asegurar.
Es necesario un entendimiento razonado y razonable para que
ambos intereses se puedan conjugar sin perjuicio de las
partes. Un binomio difícil de ajustar pero, como se dice que
la virtud está en el término medio, habrá que dar con la
fórmula de evitar que la frontera sea un “coladero” y, a la
vez, no restar potencial clientela a las naves de los
polígonos del Tarajal. Habrá que utilizar la manta, como
hemos dicho, de la mejor manera, pero sin romperla, de tanto
tirón arriba o abajo.
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