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OPINIÓN - VIERNES, 14 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Político trincón
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Hace ya bastantes años, alguien estaba pasando por un mal momento y creyó que yo podría ayudarlo. No le prometí nada, pero mis gestiones culminaron con éxito. El éxito fue que ese alguien pudo recuperar la tranquilidad gracias a que quien podía cedió en sus pretensiones. Las que hubieran causado mucho pesar a la persona que recurrió a mí.

Desde entonces, solemos reunirnos todos los 12 de diciembre, con el fin de recordar la feliz conclusión de lo que era un desagradable asunto para él, a la par que celebramos mi cumpleaños. En esta ocasión, han sido los 73. Un taco de años.

Mi amigo es más joven que yo. Bueno, más joven que yo es ya cualquiera. Y trata, como siempre, de halagar mi vanidad diciéndome lo normal en estos casos: “Se nota que has hecho un pacto con el diablo y nadie diría la edad que tienes…”.

Cumplidos que vienen a recordarme, por si se me hubiera olvidado, que ser septuagenario bien despachado es lo que me hace saber el terreno que piso y lo que me espera en el tramo final de la vida. Tan final, que hasta el carné de identidad que he renovado, hace días, es ya para siempre.

Pero no creas, le digo, que los muchos años cumplidos me abruman y desasosiegan. No. Por una razón muy sencilla: sigo sintiéndome más joven que mi edad. Y el día que no sea así, por las circunstancias que fueren, será cuando la vejez habrá hecho mella en mí.

Tras mi respuesta, cuando aún estamos saboreando unos aperitivos, antes de pasar al comedor del restaurante donde festejar nuestra amistad, mi amigo me dice que se me nota a la legua esa tranquilidad que proporciona no haber metido nunca la mano en caja ajena.

Puede ser que sea como tú dices. Porque si bien he cometido errores de humano, muchos, puedo asegurarte que la corrupción nunca me sedujo. Nunca lo hubiera dicho, porque a mi amigo, quizá por los estímulos vinateros o porque los políticos están dando motivos suficientes para que la aversión hacia ellos vaya aumentando sin cesar, principió a contarme una historia local, acerca de un político que un día cogió la senda equivocada.

Resulta que es un cargo que en un momento determinado influyó para que se le adjudicara varias obras públicas en la ciudad a una misma empresa. Y la empresa, agradeciéndole los servicios prestados, no dudó lo más mínimo en recompensar al político con creces. Puedo decirte, Manolo, sin temor a equivocarme, que la empresa fue muy generosa.

-Lo que tú me estás diciendo es que el político local, con cargo, trincó un cheque apetitoso…

-Coño, Manolo, tú estás chocheando. Perdona, eh… Perdona, de verdad, que se me ha escapado…

-No te preocupes… Que a mis años yo sigo creyendo que esas cosas se hacen de tal guisa.

-Pues no. Te cuento: el empresario fue a una joyería, propiedad de un familiar del político, y pidió que le hicieran una factura ficticia por una cantidad respetable. A cambio, el joyero recibió el dinero y compró un coche de alta gama como regalo para su familiar, o sea para el político con cargo. Un vehículo de locura. El político, además, pidió también que se le instalara en su casa una cocina de las que cuestan una pasta gansa. Y, no conforme con esos dos extraordinarios presentes, aceptó otros regalos que costaron lo indecible. Así como suena.
 

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