La tertulia transcurre con
sosiego. A pesar de que la crisis sigue siendo, y lo que te
rondaré, morena, salsa de toda conversación. Aun así, he
notado entre los contertulios que se ha hablado menos que
otras veces de un asunto que nos permitirá ver la cara más
cruel a medida que se acerquen las fiestas navideñas. Pues
surgirán dramas por doquier.
Será así, porque hay seis millones de parados en una España
en la que se nos dice por parte de reputados profesores de
economía que la vida que nos espera, y sobre todo a los
jóvenes, va a ser dura como el pedernal. Hoy, sin embargo,
he creído percibir que la gente se va haciendo a la idea del
momento tan difícil que vivimos y lo va aceptando con
resignación cristiana. Más o menos la que parece
aconsejarnos Carlos Rontomé para convivir en tierra
habitada por varias culturas.
Flota en el ambiente una especie de calma chicha. De la que
uno no se fía. Ya que los bandazos y el extremismo son muy
de nuestra manera de ser. Por lo cual pasamos de la quietud
a la convulsión en un amén.
A mí, porque escribo en periódicos, los hay que se interesan
por mis ideas. Y siempre les digo lo mismo: llevo muchos
años siendo capaz de vivir tranquilamente sin ideas... Así
puedo permitirme el lujo de tenerlas cuando me dé la real
gana, sin miedo a convertirlas en absolutos.
Los contertulios me miran como diciendo que no les he dicho
lo principal; es decir, con qué partido simpatizo más. Y les
contesto que ninguno goza de mi confianza. Y, a renglón
seguido, recito de memoria una frase de Miguel Herrero de
Miñón: “Debe ser tristísimo dedicarse a la política por
necesidad, porque no se sabe hacer otra cosa”.
Los partidos políticos son un mal necesario. No lo vieron
así nuestros intelectuales del 98 y cuando se dieron cuenta
hubieron de soportar una Dictadura. La de don Miguel
Primo de Rivera. Que blanda o menos blanda, no les
permitió ya a los pensadores expresarse con la libertad
deseada.
Tras mis palabras, alguien prefiere darle un vuelco a la
conversación y habla de títulos universitarios. Nos dice que
la Universidad concede prestigio y realza cualquier opinión
que se emita frente a quienes son autodidactos. Y se tira
discurseando un rato sobre la cuestión. La cual suscita
pareceres distintos. El mío, cuando me toca intervenir, otra
vez, en relación con algo que ya ha sido muy manoseado, fue
el siguiente: Recibir una educación superior es muy
importante. Faltaría más. Pero de qué vale un título que se
ha sacado sin provecho y que acaba siendo colgado de una
pared de una sala de estar para ejemplo de cómo una carrera
universitaria muchas veces hace a los hombres inútiles.
Tontos de los pies a la cabeza.
No obstante, de autodidactos geniales podríamos hablar y no
acabar en mucho tiempo. Los ha habido escritores –Hemingway-
y estadistas –Churchill-. Científicos, actores,
actrices, músicos, poetas… En España, por ejemplo, a
Fernando Fernán Gómez, según dijera de él Umbral
–otro perteneciente a la cofradía de los intitulados-, le
faltaba solamente haber inventado el avión para poderle
llamar renacentista o leonardesco.
Como fin de fiesta, salió a relucir la higa que le ha hecho
el alcalde a los representantes de la Asociación Watani
catalana. Y el grito fue unánime: ¡Bien, coño, bien…!
Aplausos como cierre de la tertulia.
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