Lo primero que hace un delegado
del Gobierno es buscarse su rincón de seguridad. Cuando yo
llegué a Ceuta había un subdelegado en la plaza de los
Reyes: Fernando Marín López. El rincón de seguridad
de éste era Margarita Souvirón: secretaria general
que estaba buena de la muerte y a la que le dio por
frecuentar una tertulia donde a su jefe solían despellejarlo
bajo la complacencia de ella. Así que el subdelegado se
quedó sin sitio al cual asirse.
Manolo Peláez fue el primer delegado del Gobierno de
la democracia. De la seguridad del asturiano se encargaban
cuatro barbudos, elegidos por los socialistas locales, que
le acompañaban desde el amanecer hasta el anochecer. En
cuanto Peláez despidió a sus pretorianos y buscó refugio en
Francisco Fraiz, no dio pie con bola en su cometido.
Pedro González Márquez. Era cortito de mollera y
además desconocía los entresijos de la Administración
General como de la Local, a pesar de lo que él dijera, pero
acertó haciéndose con los servicios de personas que supieron
darle eficacia y cercanía ciudadana al Gabinete Técnico. Sin
esas personas, no me cabe la menor duda de que hubiera
errado mucho más de lo que erró.
María del Carmen Cerdeira. Sonrisa eterna de una
mujer con gran personalidad y muy preparada para el cargo.
Le tocó lidiar la rebelión de unos inmigrantes cuando en
España se desconocía cómo atajar un problema de tamaña
magnitud y sin apenas medios. Su rincón de seguridad
radicaba en su voluntad de servicio.
Ramón Berra era un intelectual acostumbrado a
practicar el razonamiento. Lo cual no se ejercita en
soledad, sino que hay que salir a la calle y confrontarse
con los demás. Prefirió quedarse aislado en su residencia
oficial, recibiendo asesoramientos de personas tan egoístas
cual equivocadas. Se fue poniendo mustio y la tristeza
enfermiza se presentó galopante. Decían de él que era buen
escritor. Ni siquiera le dio tiempo a encontrar un rincón
donde protegerse.
Javier Cosío venía revestido de languidez canaria. Y
cantaba folía con el mejor güisqui por delante. Pronto
descubrió que su rincón de seguridad estaba en su amistad
con Pepe Torrado.
Luis Vicente Moro. Su rincón de seguridad era su
enorme ego. Personaje merecedor de que se haga un tratado de
su paso por Ceuta. Algún día creo que se me presentará la
ocasión de preguntarle que le aportó su protección a Juan
Vivas.
Jerónimo Nieto llegó aquí porque su partido le debía
una. Llegó con cara de asco y se fue teniendo como bagaje
haber comido varias veces con paisanos suyos. Era frío como
un témpano y despreciaba hacer vida social en esta ciudad.
No se fiaba de los colaboradores.
José Jenaro García-Arreciado era un trueno. Su rincón
de seguridad estaba en su fuerte carácter. En cuanto pudo
salió corriendo sin siquiera mirar hacia atrás.
José Fernández Chacón. Encontró junto a Vivas la
confianza, el buen entendimiento y su momento de esplendor.
Así que hubo una magnífica cohabitación. Ambos se
beneficiaron de ella.
Francisco Antonio González. Sus diecisiete años en el
Congreso y sus conocimientos de ambas administraciones y de
todos los cargos de su partido le han hecho tener tablas y
sentirse seguro. Los favores que le deba a Vivas ni los sé
ni me importan. Francisco Verdú ha sido una magnífica
elección como Jefe de Gabinete.
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