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OPINIÓN - LUNES, 10 DE DICIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

El peligroso terreno de las desigualdades
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

El mundo se mueve en un peligroso terreno de desigualdades, que empiezan por indignarnos y acaban por desesperarnos. Fruto de estas diferencias entre personas, en su mayoría gestadas injustamente, son la multitud de movimientos sociales que invaden todos los países. Es imposible no enfurecerse al ver los sufrimientos humanos. Tenemos la obligación ética y moral de actuar, por un lado, ante la desigualdad en el acceso a bienes esenciales, como alimentos, agua, vivienda, salud y educación, y, por otro lado, ante las distancias entre hombres y mujeres, niños o ancianos. Cualquier tipo de discriminación no cabe duda que nos afecta, tanto individual como colectivamente, puesto que la exclusión para unos y el privilegio para otros, lo que hace es generar desasosiego y conflicto.

Evidentemente, todos tenemos derecho a que se nos atienda y considere nuestra opinión. En la actualidad nuestro mundo sigue prestando oídos sordos a los que más sufren. La desigualdad, en lugar de achicarse, crece cada día, impidiendo a sectores enteros desarrollarse. Ante estos hechos, la realidad debe imponerse, y han de modificarse estilos de vida, conductas adquiridas en buena medida desde la manipulación. Las riquezas debemos distribuirlas más equitativamente. No se trata de dejar en la miseria a personas, se deben brindar oportunidades en igualdad de mérito y capacidad para todos los ciudadanos. Pensemos en las graves desigualdades para acceder a los recursos educativos o sanitarios. Esta injusta diferenciación vulnera los más básicos derechos de la persona. Con demasiada frecuencia, determinados grupos de poder imponen sus reglas, sin escuchar la voz de los más débiles, contradiciendo de este modo el derecho internacional.

No se puede convivir con un poder que desatiende a los más necesitados. Con razón, multitud de personas se lanzan a la calle, al sufrir en propia carne, que la ley no es igual para todos. Esta marea popular, que toma las plazas en diversos países del mundo, es la expresión de lucha de los excluidos contra una clase dominante que ni les escucha, y que cuando dice escucharles, les engañan. Sin duda, un liderazgo no ejemplarizante hace un daño tremendo a la convivencia ciudadana, por mucha democracia en la que se escude. Por desgracia, muchos ciudadanos solo pueden soñar en sobrevivir día a día, mientras otras personas derrochan lo que otros no tienen. Todas estas contradicciones y situaciones paradójicas son síntomas de falta de humanidad hasta en la misma cúspide del poder.

Ninguna forma de crecimiento es ética, sin una correspondiente mejora en las condiciones de vida de su población más frágil. Para superar esta exclusión que activa tantas desigualdades en un mundo global, hay que modificar estructuras de gobierno, planear planes de igualdad, valorizar la voz de los excluidos, y revitalizar una política redistributiva de recursos sustentada por el pilar de la justicia social. El día en que todos los países queden incluidos en los ejes centrales de la economía mundial, y sus dirigentes ejerzan un liderazgo en favor del bien común, podremos decir que la igualdad ha dejado de ser un derecho, porque se ha convertido en un auténtico hecho real.

Aunque los datos nos indican todo lo contrario, los nuevos tiempos han de encaminarse hacia ese horizonte de igualdad. Habrá muchas brechas que cerrar, pero también muchos caminos que abrir. Esto exige un claro compromiso redistributivo respecto de las producciones del desarrollo y un mayor equilibrio en el reparto. La llave de esta igualdad requiere un pleno empleo, y un empleo decente, acompañado por una política social que complemente las posibles deficiencias en determinados sectores sociales que pueden ocasionar discordancias. Claro que es posible esta vocación igualitaria, siempre y cuando proyectemos otro tipo de vida más solidaria y honesta, que difunda las ganancias entre toda la sociedad. En este sentido, hace bien la Unión Europea en trazar planes de acción para luchar con más cohesión y fuerza contra la evasión y el fraude fiscal.

Ciertamente, los recursos abundan en el mundo. Lo que sucede es que están desigual e injustamente tratados; y esto se debe, entre otras cuestiones, a la existencia de una globalizada camarilla de devoradores, proclives a unas finanzas sin transparencia alguna, con gran secretismo operativo, y que facilitan el blanqueo de capitales, la evasión y el fraude. Indudablemente, el pobre no conoce de estos paraísos fiscales porque nada tiene que aportar a ellos. En cualquier caso, la gente honesta del mundo, aguarda decisiones de las instituciones internacionales para que se haga justicia ejemplarizante. Hasta ahora, los líderes del mundo, no han sido capaz de llevar prosperidad a diversos rincones del planeta, y, por ende, tampoco de reducir las tremendas desigualdades entre ricos y pobres, y aún menos de crear un mundo más justo gobernado de manera más ética.

En definitiva, para desterrar la desigualdad entre mundos dentro de un mismo planeta, se requiere romper con el origen y con la transmisión de ese nacimiento. Se trata de superar todo tipo de exclusiones y de reafirmar el valor del ser humano, como persona superior a todas las cosas. Cada uno de nosotros, desde esta diversidad de culturas hoy globalizadas, tenemos que luchar por esa igualdad perdida a causa de tantas discriminaciones consentidas. Todavía hay demasiada represión consentida, demasiada impunidad alrededor de los poderosos, demasiada mentira esparcida entre los pobres. Realmente aún nos batimos más por nuestros intereses que por nuestros derechos comunes. Nada hay más vergonzoso que un gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer. Ha llegado, pues, el momento de tomar las riendas ciudadanas, de que la luz llegue a todos los moradores del planeta, con la misma pasión que en todas las tierras el sol sale al amanecer, de que a pesar de tantas adversidades todos seamos salvados por una vida digna. Sin duda, el mejor regalo que podemos darle a un pobre es nuestra atención y nuestra comprensión. Por algo se empieza.
 

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