Se dice que los políticos son el tercer problema de España.
Es incorrecto. Eso sería así si los dos primeros problemas
(el paro y la crisis económica) y los que siguen (la
inseguridad ciudadana, la sanidad, la corrupción, el fraude,
la educación, la vivienda, etc.) no guardaran relación
alguna con los políticos, es decir, no existiera una
relación causa-efecto.
Pero ¿Quienes son los responsables de esos problemas? No son
otros que los políticos, la fuerza activa, mientras que los
problemas existentes, es lo pasivo, la consecuencia
resultante de la mala gestión que nos ha llevado a la
extrema y específica situación que vivimos hoy en nuestro
País, al margen de la crisis europea, cuyos efectos nos ha
rozado, pero no nos ha hundido; de eso, se encargaron
nuestros políticos.
Todos han sabido autoexculparse siempre; creen, sinceramente
en su honestidad y dignidad, y llevan la cabeza muy alta,
incluso cuando (¡caso excepcional!) han de abandonar su
puesto si la presunta corrupción es ya un hecho evidente.
Por sus mentes debe pasar una banda magnética con una
lectura similar a ésta: “mi sueldo debería haber sido mayor,
o más debería de haber detraído de las arcas, después de lo
mucho que he hecho por el pueblo”. Lo que esa banda
magnética de sus subconscientes no registra es lo mucho que
han colaborado, unos por acción y otros por omisión, para
dejar al pueblo en la ruina, pues nunca han tomado, ni
tomarán jamás, en general, una medida que vaya en contra de
sus propios intereses privados o políticos; es la única
condición que les impone su subconsciente. Un pequeño e
insignificante ejemplo: el día 12 de junio de este año, el
Congreso de los Diputados rechazó la admisión a trámite de
una iniciativa popular, firmada por más de medio millón de
ciudadanos, que pedía la eliminación de las prebendas de la
clase política una vez que cesaran en sus cargos, a fin de
ser tratados como el resto de los ciudadanos.
Lo peor del rechazo es que para justificarlo se han amparado
en la Constitución que, casualmente, está hecha por los
propios políticos, en vez de ampararse en sus conciencias;
la Constitución, es obra del ser humano, la conciencia es
obra de la sabia Naturaleza, que, sin duda, hubiera admitido
a trámite la iniciativa popular mencionada. Es un ejemplo de
lo poco que importa a los políticos el resto de los
mortales, para quienes, presuntamente, trabajan después de
blindarse, unilateralmente, con unas prebendas que el pueblo
no les ha concedido, ni incluido, al confiarles su voto, y
naturalmente, desea que esos privilegios, que no tiene
nadie, desaparezcan ¿Hay algo más justo? Por supuesto que,
como en todo, hay excepciones, pero que, lógicamente, no
poseen fuerza suficiente para nadar en contra del río que
les lleva. Debemos recordar el caso de un político (la
ideología, no importa, porque estamos hablando de personas,
y de su palabra) que dimitió recientemente como diputado
porque su conciencia le decía que no se ganaba los 60.000
euros anuales asignados; el caso se olvidó enseguida, ya
nadie se acuerda. La honradez no es noticia.
También hay un senador que manifestó, durante una entrevista
en televisión, la inoperancia del Senado, y que no se
justificaba su existencia; tampoco fue noticia. Sobre todo,
hay un ejemplo de buena gestión al margen de la política:
Torrelodones. Un pueblo con unos 22.000 habitantes, donde un
grupo de vecinos, hartos de una pésima gestión y corrupción,
decidieron unirse para llegar, con los votos del pueblo, a
dirigir el Ayuntamiento. Ninguno era político. Resultado:
¡en dos años han conseguido un superavit por encima de los
cinco millones de euros! Un caso único.
Nadie, absolutamente nadie, me podrá convencer nunca de que
no es posible que un grupo de vecinos de España pueda hacer
por todos nosotros lo mismo que hace un grupo de vecinos por
Torrelodones. No hay distancia que salvar; son casos
idénticos. Los políticos, aunque sean una minoría, son el
primer problema que tiene España; todos sabemos el daño que
puede causar una “minoría activa”. Ahí tenemos la lacra de
una minoría independentista vasca y catalana rodeando,
controlando y dirigiendo a la mayoría.
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