He tenido siempre muchísimo
respeto por los representantes o agentes comerciales. He
sido amigo de muchos de ellos. Cuando yo vivía en El Puerto
de Santa María, hace la friolera de treinta y algunos años,
solía tomar copas con ellos en la Ribera del Marisco. Es
decir, en los establecimientos más celebrados de la Bahía
Gaditana.
Los representantes eran, salvo raras excepciones, tipos muy
conocedores de la calle. Y sabían ganarse la voluntad de la
gente. A mí me agradaba sobremanera observar cómo se
desenvolvían para vender sus productos. Con el fin de
aprender de ellos lo que mejor sabían hacer: hacerse querer
y, sobre todo, generar confianza suficiente en los
compradores. Tarea nada fácil.
Había representantes que eran maestros del palique. Tenían
labia suficiente para engatusar. Hablaban por los codos pero
de manera que lograban interesar. Ahora bien, cuando soplaba
el viento de levante se veían obligados a cambiar de
táctica. Ya nos le valía la facilidad para hablar, sino que
debían taparse. Es decir, hacer mutis por el foro y
dedicarse a otros menesteres que no fueran ofrecer su
mercancía. Y es que el levante causa disfunciones en los
seres vivos; molestias pasables por fortuna.
Un representante sevillano, pero afincado en la Bahía
Gaditana, llamado Francisco Villanueva, lleva muchos
años viniendo a Ceuta y se conoce al dedillo los secretos y
entresijos del comercio local. Cuando la crisis principió en
la Península, Francisco Villanueva me puso al tanto de una
desgracia que tenía visos de convertir Andalucía en un
páramo. En un lugar ruinoso. Y destacaba cómo en Ceuta no se
notaba aún la decadencia económica habida al otro lado del
Estrecho.
Hoy, FV, representante o agente comercial, como ustedes
quieran nominarlo, ha estado en Ceuta y se ha dado de bruces
con la realidad: la ciudad está ya viviendo los mismos
problemas económicos que todos los pueblos andaluces. Una
situación calamitosa que él no ha digerido bien. Ya que
jamás llegó a pensar que esta tierra pudiera verse sometida
a un modo de vida cada vez más precario.
Villanueva me ha confesado que nunca ha vendido menos. Que
los comerciantes están tan bajos de moral que incluso no
desean entablar relaciones comerciales. Luego, cuando le he
preguntado sobre el ambiente en las calles, me ha comentado
que ha visto en ellas una tristeza infinita. Tristeza jamás
vista por él en una tierra cuyas calles han sido referentes
principales para unos ciudadanos que las han transitado con
alegría.
Las calles de Ceuta, y no creo que nadie pueda poner reparo
a lo que voy a decir, han sido siempre el lugar donde los
ceutíes han hecho y deshecho relaciones y han gastado su
dinero. Los dineros, en estos momentos, escasean. Los que
han perdido el empleo las están pasando canutas y los que
todavía lo conservan tienen un miedo que les atenaza.
Francisco Villanueva, representante o agente comercial, que
yo sé muy poco de tal gestión, me ha dicho que el bajón
comercial de Ceuta le ha dado motivos suficientes para
pensar que España tardará muchos años en volver a ser un
país donde se pueda vivir con dignidad. Que lo último que
esperaba es comprobar que Ceuta estaba en crisis. Y se ha
ido a la Península traumatizado. Y yo debo contarlo.
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