La suya no es exactamente una historia del CETI. Pues
Charles Osaigbovo dice que no ha pisado nunca el Centro de
Estancia Temporal de Inmigrantes. De hecho, al contrario que
el resto de inmigrantes, no quiere irse a la península, lo
que ansía es volver a su país natal, Nigeria.
Tiene 29 años, o eso le han dicho, aunque él no lo tiene muy
claro. En su país natal le aguardan su madre, que trabaja
haciendo jabones pero ahora está enferma ingresada en un
hospital, su hermano y su abuela. A su padre lo ha visto una
vez en su vida, cuando tenía 17 años, porque su madre huyó
de casa con los dos niños cuando el marido empezó a pegarle.
Su madre le ha estado mandando dinero para sobrevivir desde
que salió de Nigeria en el año 2001.
Comenzó el viaje en coche, desde su país, y atravesó Níger y
Argelia, a donde llegó a pie. Cruzó a Marruecos y allí se
quedó. Ha vivido en varias ciudades del país vecino hasta
2007. Al principio, en una ‘casa’ hecha con plásticos,
después alquiló una habitación. Durante esos años logró
reunir 1.500 euros, lo que le costaba una plaza en una
patera en la que viajaron 65 personas, cuatro de ellas
niños.
El viaje en patera duró 18 horas, hasta Motril (Granada). A
su llegada, una mujer que viajaba sola con un niño le pidió
que se hiciera pasar por su marido ante las autoridades
españolas. Estaba convencida de que así sería más fácil que
no la deportaran. “Me hicieron unas pruebas para ver si el
hijo era mío y dio que sí, la policía española se equivocó”,
explica. “La gente tenía miedo a decir que era de Nigeria,
pero yo no quise cambiar mi país”, recuerda.
Hasta que un día soñó con Dios y supo que debía contar la
verdad. Se confesó a una voluntaria de Cruz Roja y la
organización le compró un billete de tren para Bilbao. Allí
conoció a paisanos que le recomendaron pedir asilo. Pasó dos
semanas en la calle hasta que un nigeriano al que conoció le
invitó a su casa. “Pasé allí varias semanas, pero no podía
vivir con él porque no iba a la iglesia y estaba con muchas
mujeres”, explica. Se fue de su casa pero el hombre le
compró un billete para Barcelona.
La localidad catalana de Mataró sería su siguiente hogar
durante varios años. Vivió un mes en la calle, después en la
playa y finalmente pudo alquilarse un apartamento al
encontrar un trabajo como jardinero. No sabía por entonces
que el contrato que le habían hecho era falso, así que
soñaba con legalizar su situación en España. Cobraba tres
euros la hora y estaba convencido de que tras duras jornadas
de diez horas, el esfuerzo al menos serviría para conseguir
sus papeles. No sería así.
De aquellos años, Charles Osaigbovo destaca una vivencia:
cuando conoció a María Pila. “Ella vivía en la calle y comía
basura, la gente creía que estaba loca, pero yo la vi y supe
que era una santa. Hicimos el amor diez veces esa noche y
después ya no la vi más, desapareció. Ella ha sido mi única
relación, su energía no funciona. Tres años después, en la
estación de tren me la encontré, pasamos una semana juntos,
pero le dije que no podía ver mi cuerpo más”, recuerda su
historia.
Su cuento terminó de golpe. Un día se cayó de un árbol
cuando estaba trabajando. Tuvieron que llevarlo de urgencia
al hospital. Cuando llamaron a su jefe, este quiso
desentenderse de la situación y dijo que no lo conocía. Fue
entonces cuando descubrió que su contrato de trabajo era
ilegal.
No podía creerse la situación, soñó que iba a tener
problemas y decidió que había llegado el momento de regresar
a Nigeria. Pero no iba a ser tan fácil como había imaginado.
Compró un billete de autobús de Barcelona a Algeciras con el
dinero que tenía ahorrado. Era el 11 de octubre de este año.
En el autobús le robaron la documentación, casi todo el
dinero que tenía y su bolsa de equipaje. Pudo coger un barco
a Tánger pero cuando llegó no le dejaron entrar en el país
por no tener documentación. Se volvió a Algeciras y cogió el
barco a Ceuta.
Un día después, la Policía lo afilió. “La Policía me ha
engañado mucho, me dijo que me iba a ayudar para regresar a
mi país y no lo ha hecho”, lamenta. “La gente aquí me mira
como un loco, pero tengo que buscar el modo de salir de
España”, apunta.
En Ceuta ha intentado en dos ocasiones cruzar a Marruecos
para regresar a su país, pero aunque las autoridades
españolas le han dejado pasar por la frontera, las de
Marruecos le impiden el paso. Y una vez incluso le pegaron.
Así lo cuenta él.
Por eso ahora está planteándose cómo conseguir dinero y
viajar a Madrid. Cree que desde allí podrá sacarse una
identificación y coger un avión a Nigeria. Mientras tanto,
duerme entre cartones en la Plaza de África. ”Sufro mucho en
la calle”, dice. Está convencido que le persiguen los
musulmanes para matarlo por ser católico e ir a la iglesia,
así que duerme sólo en lugares donde hay cámaras de
seguridad. Pasa las noches leyendo la Biblia.
Ya es algo más de un mes y medio lo que lleva en Ceuta. “No
he dormido en toda la noche”, apunta, y enseña las
anotaciones que ha dejado apuntadas en una Biblia. También
le acompaña un pequeño rosario de madera que sostiene entre
las manos. Entre sus pertenencias, una bolsa de tela
amarrada con unas cuerdas. Dentro, una cartera marrón con
los pocos papeles que se ha sacado en Ceuta y el billete del
viaje, ya desgastado, del autobús desde Barcelona.
Se sostiene sobre un palo de madera, que lo acompaña siempre
y en el que ha escrito versículos de la biblia. “Mi abuela
me ha enseñado a encontrar de verdad el camino de Dios. Yo
la respeto a ella más que a nadie, mis padres han fallado,
ella no”, dice mientras explica las ganas que tiene de
reencontrarse con su abuela.
“Cuando tenía siete años, yo ya estaba flipado con Dios”,
añade. Ahora sólo espera que ese Dios le ayude en su camino
de regreso. Un camino, el de vuelta a casa, que no sabe muy
bien cómo emprender.
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