Cada día prolifera más en nuestras
vidas la mentalidad del absurdo. Esta crisis, por ejemplo,
está acrecentando los problemas de estratificación social a
causa de tantas desigualdades. Para más dolor, resulta
inadmisible que la pobreza cifre sus esperanzas de redención
en los ricos. No hay liberación del ser humano mientras el
valor del respeto hacia la dignidad de la persona sea una
farsa más. Por desgracia, multitud de hechos sin sentido
acontecen a diario en este desalmado mundo, que no
desarmado, dispuesto a no crear centros de humanidad, y, sin
embargo, sí a adiestrar en combate. Para peleas siempre hay
dinero. A determinados poderes les importa únicamente hacer
literatura, entretener a la ciudadanía, dar migajas de
consolación, impulsar el desconcierto y activar el
descontrol. Hay mucho político, amparado por la democracia,
que son auténticos golpistas. Sólo les interesa el negocio
para sí y los suyos. Son verdaderos timadores, que no pasan
de meros charlatanes, dispuestos a enriquecerse como sea.
Sálvese el que pueda.
A poco que penetremos en nuestro propio pensamiento,
descubriremos que es necesario reformar muchas ideas
absurdas que guían el mundo actual. ¿Cómo puede tener el
amor cabida en la mentalidad del ciudadano de hoy, envuelto
en tantas luchas incoherentes, fruto del egoísmo y del odio
que nos injertamos unos a otros? La lucha es la fuerza del
triunfo, no la del servicio a los demás. La batalla es el
estatus, la superioridad conseguida a cualquier precio, no
la ayuda prestada. Son muy pocos los que enseñan a las
personas a amarse, a reconciliarse, en al escuela de la
vida. Predicar, pues, el perdón y la paz parece que no está
de moda. Lo que se siembra es el orgullo, el rencor, el
avasallamiento hacia el débil, el espíritu de venganza.
Vivimos en la confusión, y lo que es peor, también nos
dejamos morir en ese desorden que nos hemos inventado.
La desorganización raya la mezquindad. Sirva como muestra,
el que en algunas partes del mundo, las personas se
encasillan como blancos, sí tienen más años de escolaridad y
mayor nivel de ingresos, mientras que los que se auto
clasifican como negros tienen menos años de estudio y menos
nivel de ingresos. Lo que puede llevar al absurdo desenlace
de que el dinero emblanquece y de que, inversamente, la
pobreza oscurece. Parece algo cómico, pero es tan real como
irracional.
Deberíamos huir de esta mentalidad del absurdo, del
pensamiento dirigido y necio, para entrar en razón o en
juicio, la única cosa que nos hace diferentes de los
animales. Es falso también que la razón humana esté
bloqueada por los dogmas de nuestras propias creencias. Más
allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del
subjetivismo del poder que tanto desorientan las
conciencias, evidentemente hay una experiencia intelectual y
moral que debemos explorar nosotros mismos, para superar los
horizontes de nuestro egoísmo y abrirnos a una mentalidad
más humana. ¿Para qué sirve tanto poder, si al final se
pierde la vida?. Por eso la fe es también un fuerte
incentivo de búsqueda y reflexión. Oscureciendo estas
referencias de meditación necesarias, desde el raciocinio y
los sentimientos, hemos llegado a esta crisis de valores que
vemos en la realidad presente, que ha terminado por atarnos
a los ídolos del poder.
Ahora bien, como decía Montesquieu, “los países no están
cultivados en razón de su fertilidad, sino en razón de su
libertad”. Esta independencia debe cohabitar no sólo en los
sueños, también en la vida diaria, porque precisamos
sentirnos libres para poder pensar. Un pueblo que no piensa
es más fácil engañarlo. Sin duda, ante este clima de
irracionalidades y simplezas, debemos actuar con sentido
común, obrando primero como ciudadanos de pensamiento
autónomo y, después, deliberando como personas de acción. El
absurdo es un desatino que debemos enmendar, con los ojos
del alma, mejor hoy que mañana.
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