Le tengo dicho a una mujer con la
que suelo conversar muy a menudo, a la cual respeto tanto
como estimo, que de ellas me ha atraído siempre la voluntad
y el valor. Y, en su momento, hube de explicarle que, frente
a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las
rivalidades personales, las mujeres zanjan, reaccionan,
actúan. Los hombres, en cambio, solemos vacilar, huir,
tergiversar. Tanto en el terreno conyugal como en el
profesional. Determinación, la de ustedes, que me asombra.
Ella me respondió que no convenía generalizar; pero que es
cierto que las mujeres cuentan con la cualidad de la
concreción y se emplean con la sutilidad adecuada en
momentos donde los hombres ni siquiera saben qué hacer con
sus manos. En realidad, el olfato, la sutileza y el sexto
sentido lo tenemos las mujeres muy desarrollados; de ahí que
hayamos ganado fama de brujas.
Brujas me han parecido a mí este viernes, 30 de noviembre,
las dos mujeres que han salido en el telediario de la 1 de
TVE, para ponerle cara a otro incumplimiento electoral del
Gobierno presidido por Mariano Rajoy. Más que brujas,
yo creo que los pensionistas las habrán tachado de arpías.
Debido a que han sido las encargadas de airear que el
Gobierno no actualizará las pensiones conforme al aumento de
la inflación.
Soraya Sáez de Santamaría, vicepresidenta y portavoz
del Gobierno, se está desgastando con celeridad. Por más que
ponga cara de ursulina sometida a los dictados de unos
hombres que le encargan misiones tan desagradables como es
anunciar el desvalijamiento salarial de los mayores.
De unos mayores con pensiones, mayoritariamente modestas,
que están manteniendo a esos hijos que forman parte de los
seis millones de parados que hay en España, por culpa de una
crisis económica ideada por los políticos de acuerdo con un
capitalismo de rapiña y dispuesto a darle matarile a las
clases medias.
La portavoz y vicepresidenta del Gobierno, que parece no
haber roto un plato en su vida, contraída su cara en un
puchero, parece a punto de llorar con desconsuelo. Y uno
teme que pueda derrumbarse de un momento a otro. Venirse
abajo y salir corriendo del escenario. No hay más que ver
sus ojos casi desorbitados. Prueba evidente de que le
horripila ponerle voz a otra promesa electoral incumplida
por Rajoy. ¡Pobrecita! ¡Qué lástima de ella! Y tanto
sacrificio, a cambio de nada. Por un sueldo de poca monta.
Menos mal que, a su vera, mirándola con esa compunción
femenina de velatorio, erguida la planta, Fátima Báñez,
ministra de Empleo, le ha ayudado a digerir el mal trance,
diciéndonos que la medida es necesaria por la grave crisis
económica en cinco años, que ha supuesto una pérdida de casi
tres millones de cotizantes. Eso sí, conviene decir, cuanto
antes, que en esta ocasión la onubense ha dejado a la Virgen
del Rocío en paz. Ya era hora.
Cuando vea a mi amiga, que será muy pronto, le diré que,
mientras Mariano Rajoy está siempre escondido, titubeante y
esperando que los problemas de España, que sigue
desangrándose, se arreglen por arte de birlibirloque, estas
dos mujeres, Soraya y Fátima, serán las encargadas de salir
algún viernes, al paso que vamos, diciéndoles a los
jubilados que lo mejor que podían hacer es diñarla cuanto
antes.
Todo un acto de valor y concreción. Que incluso habría que
premiarlo con largueza.
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