En defensa de lo propio, sin depreciar lo ajeno, esa es la
forma en que podría resumirse la manera en la que
precisamente no creemos.
Y lo demostramos todos los días, en lugar de aprovechar lo
conocido, nos preferimos apoyar en aquello que nos parece
mejor solo porque viene de fuera.
Produce rubor la forma en que despreciamos todo aquello que
es patrimonio de nuestra cultura y nuestra forma de ver el
mundo, para acoger de mil amores aquello que procede del
exterior.
No sentimos envidia de ver como se imponen las ideas ajenas
y nos retorcemos ante el triunfo de algún conciudadano,
resulta dolorosamente triste pero así es por desgracia.
Nuestra reacción se enfoca siempre hacia el lado negativo,
si triunfa alguien de nuestro entorno es porque algo malo
estará haciendo, algo malo que le permite sacar la cabeza
por encima de la nuestra, jamás perdonamos.
Si en lugar de Margaret Thatcher te llamas Margarita
Techador, lo tienes crudo, nunca te perdonarán que con ese
nombre aspires a gobernar un país, si te dedicas a hacer
bombillas no te puedes permitir el lujo de llamar a tu marca
comercial Ramos, tienes que darle la vuelta para que parezca
otra cosa, Osram, los ejemplos son penosos y se multiplican.
Para poder triunfar has de esconderte bajo capas y capas de
absurdas marcas comerciales que no revelen que en realidad
eres del pueblo de al lado, no te lo perdonaríamos jamás.
Pero ¿cuál es la razón, qué nos empuja a ese comportamiento
tan siniestro? Nuestra educación, nuestra cultura, nuestra
inseguridad, no lo se, en realidad no es fácil de entender,
pero el resultado lo podemos percibir todos los días.
Nosotros tenemos el ejemplo muy cerca, si una empresa decide
competir en el mercado con el marchamo de empresa ceutí,
dispuesta a afrontar los riesgos, a liderar grandes
proyectos, a enfrentarse en tiempos de crisis a la general
abulia que nos paraliza, si eso ocurre, es porque hay
intereses ocultos, tenemos que encontrarle una explicación
que nos satisfaga, y para ello no dudamos en colgarle el
sambenito, en cuestionarla, en ponerla en la picota.
Deberíamos saltar de alegría, sin embargo buscamos y
rebuscamos intentado derrumbarla, poner toda clase de
trabas, sembrar las dudas, crear el ambiente propicio para
hacerla tropezar y si es posible que se de de bruces.
Amargo es el fruto que nos depara el esfuerzo si no nos
mantenemos en el anonimato, si no nos ocultamos de la vista
de los demás.
En otros lugares el triunfo se exhibe sin ningún reparo, es
objeto de admiración aquel que es capaz de vencer las
dificultades donde otros han fracasado, se premia al
innovador, al audaz, al que se arriesga.
Aquí todo eso solo es sinónimo de juego sucio, no cabe en
nuestras entendederas que nuestro vecino sea capaz de
avanzar.
Para nuestra cultura el trabajo es sinónimo de vergüenza,
solo si eres capaz de vivir sin trabajar estás bien
considerado, es nuestra más alta aspiración, los que
trabajan son aquellos que no sirven para otra cosa.
Es nuestra herencia, y de ella buena parte de culpa la tiene
la vieja aspiración de ennoblecer nuestros apellidos para
así poder vivir de las rentas, en lugar de mercaderes o
artesanos, nuestros antepasados deseaban con todas sus
fuerzas alcanzar los blasones que solo los nobles podían
mostrar, y con ello el desprecio al trabajo y a quienes lo
practican.
Ciertamente hemos evolucionado, ojo, digo evolucionado, que
no avanzado, ahora aspiramos a ser funcionarios, liberados
sindicales, anodinos jefes de negociado, dueños de nuestro
pequeño territorio en el que nos volvemos inaccesibles,
inalcanzables y desde donde pontificamos sobre el bien y el
mal, ¿que nos importa que afuera haga frio o calor?
Quiero dar un paso al frente, quiero estar con todos
aquellos a los que nada protege de las inclemencias de un
día a día incierto, lleno de promesas pero también de
peligros.
Me produce una honda satisfacción el que a pesar de las
dificultades, a pesar de encontrar cada día una razón para
arrojar la toalla, todavía encontramos hombres y mujeres,
con espíritu emprendedor, con deseo de avanzar, de mejorar.
Empresas que con el viento en contra, sean capaces de
navegar en este mar proceloso plagado de inesperados
enemigos, enemigos que atacan siempre por debajo de la línea
de flotación, que solo buscan hacer daño sin más resultado
que la extraña satisfacción de ver hundirse un proyecto que
cuesta esfuerzo y dedicación sacar adelante.
Y para todos aquellos que solo se alimentan de la envidia,
del rumor infundado, que viven protegidos por un sistema al
que en lugar de servir, utilizan para su propia comodidad, a
ellos solo recodarles aquello de que en el pecado está la
penitencia.
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