Desengáñate, Manolo, dice
mi interlocutor, mientras saboreamos un rioja, en la mayoría
de los casos no son los expertos quienes descubren a los
“virtuosos de guante blanco”, sino sus contrariados colegas
o sus despechadas o despechados amantes. Si quieres
descubrir cómo se lo lleva crudo cualquier político, lo
primero que tienes que hacer es adentrarte por la senda de
sus desvaríos y acabarás dando con alguien que te ponga al
tanto de todos los latrocinios cometidos por el personaje en
cuestión.
Mira, Manolo, la vida de los políticos está llena de
sorpresas. Porque cuanto más poder atesoran más confiados se
vuelven y más errores cometen. Errores de bulto. De ahí que
no me causara extrañeza lo que dijo Margaret Thatcher
en su día: “Una de las cosas que estar en la política me ha
enseñado es que los hombres no son un sexo razonable ni
razonado”. Por tal motivo, alguien dijo que la regla básica
de la política es que jamás te pillen en la cama con un
hombre vivo o con una mujer muerta.
De acuerdo. Llevas razón. Pero esa tarea que propones me
parece repugnante. De hecho me puse en su contra cuando
ocurrió lo de Gordillo. Ya que hay que tener mucho estómago
para preparar semejante encerrona y seguir viviendo sus
autores como si nada hubiera pasado.
Más repugnante, Manolo, es llevárselo crudo con mordidas
procedentes de los dineros públicos y encima estar todo el
día pensando en cómo hacerle daño a quienes no les bailan el
agua. No te olvides que quien a hierro mata a hierro debe
morir. En sentido figurado, claro es.
Quien conversa conmigo es persona seria. Amigo de sus amigos
y cuenta, además, con conexiones dispuestas a ponerlo al
tanto de informaciones confidenciales. Y, de vez en cuando,
más o menos cuando coincidimos, que es de higos a brevas,
suele contarme algunas acciones de políticos que, aunque no
me causan ningún tipo de extrañeza, son convenientes
saberlas.
Por consiguiente, acabo por prestarle la atención debida
mientras él va enumerándome conductas de políticos que, de
ser aireadas, los pondría a todos contra la pared. En una
situación tan incómoda como dañina para la reputación de
cada uno. Incluso me desliza el nombre de alguien que cuenta
en su poder con motivos suficientes para dejar abatido al
más pintado. Por más que esté convencido de que su posición
le permite tomarse todas las libertades del mundo. Vamos,
que está a salvo de cualquier contingencia. Es decir, de
cualquier suceso posible e imprevisto, de carácter negativo
o que se ve como tal.
Tras la información recibida, no me queda sino decirle a mi
confidente que aprecio de veras todo lo que me ha contado.
Por más que tenga el mismo valor que náuseas me produce.
Asco de conocer cómo unos Fulanos, parapetados detrás de los
votos obtenidos en las urnas, se aprovechan de ellos para
ser cada vez más perversos.
No todos. Faltaría más. Pero los hay. Algunos los tengo
apuntados, con nombres y apellidos, en la libreta de mi
memoria. Esperando que, en cualquier momento, se encienda la
luz verde que me permita ahondar en sus desvergüenzas. Ese
día, sin duda alguna, no me temblará el pulso a la hora de
contar como un político ha sido agasajado por un empresario
agradecido. Será muy pronto.
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