Agustín Olmo Aventajado era
de una religiosidad que llamaba la atención. Desde niño se
le vio siempre muy feliz entre rezos, ayudas a misa,
rosarios, ejercicios espirituales y sabatinas. Vivía
entregado a su fe y fue creciendo bajo la atenta mirada de
cuantos estaban convencidos de que acabaría ingresando en un
seminario. Pero no fue así. Lo cual tampoco le quitó un
ápice de su fe ni, mucho menos, le hizo desistir de
continuar asistiendo a todos los actos religiosos habidos y
por haber.
Tino, hipocorístico por el cual le conocíamos todos sus
amigos, era un tío simpático, sencillo y estaba dotado de
una gracia natural que nos hacía reír sin siquiera
proponérselo. A Tino le gustaba tanto el vino fino como el
morapio. Y tampoco le hacía ascos a las bebidas de tragos
largos. Era además un consumado catador de manzanilla y
hablaba de los vinos olorosos con predilección. Él se lo
achacaba a que, habiendo sido monaguillo distinguido, había
tenido la oportunidad de saborear los mejores caldos.
A Tino, que era de corta estatura, la verdad sea dicha,
cuando se le recordaba su arte para hacernos reír, solía
decir que tal vez era porque no tenía el menor reparo en
exponernos, cara a cara, sus propios defectos. Y es que Tino
era inteligente de veras.
A Tino había que verle, sobre todo, cuando se colocaba. Eso
sí, por más que se hubiera bebido lo impensable, permanecía
tan lúcido como erguido. Aunque solía decir que su trasero
estaba tan cerca del suelo que no había peligro nunca de que
perdiese la verticalidad.
A Tino, cuando estaba con el colocón, si se le preguntaba si
alguna vez había recibido la llamada de Dios, respondía con
celeridad y de manera palmaria: “Llevo mucho años pidiendo
que Dios me envíe una señal clara. Como por ejemplo hacer un
gran depósito a mi nombre en un banco suizo”.
Tras varios años sin verle, debido a que yo cambié de
residencia, un día coincidí con Agustín Olmo en un
establecimiento muy popular y, tras los saludos de rigor,
quise saber si gozaba ya de la cuenta en un banco suizo. Y,
tras celebrar mi interés, con aquella manera suya tan de
sacristía, me dijo que en cierto modo sí. Y no tuvo el menor
inconveniente en ponerme al tanto de su vida política.
Como bien sabes, Manolo, yo fui siempre socialista.
Ya que la izquierda reúne todos los valores cristianos. Me
afilié al partido. Pero un día me di cuenta de que mi sitio
estaba en el PP. Y acerté. Tras semejante acierto, el azar
quiso que hubiera un voto de censura contra los socialistas
y me nombraran alcalde: Así que llevo ya la tira de tiempo
sentado en la poltrona.
Ni que decir tiene que me reí con Tino de lo lindo. Comimos
varios días y hasta me llevó a varios espectáculos que
preparaban expresamente para él en sitio… En ese sitio,
claro es, nadie se atrevía ya a mencionarlo si no era
dirigiéndose a él como don Agustín Olmo Aventajado. Tan
aventajado que, cuando me dio por hacer pesquisas sobre cómo
se había comportado durante tantos años en la alcaldía, por
poco me da un patatús.
La verdad es que no había necesitado que Dios le abriera una
cuenta en un banco suizo. Se había conformado con invertir
todos los dineros procedentes de mordidas en Gibraltar. Y
hasta se había comprado viñedos en la Rioja para hacerle la
competencia a Bertín Osborne. Agustín, perdón, don
Agustín, sigue riéndose de sus defectos y brinda con
manzanilla La Guita. Un vino sublime.
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