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OPINIÓN - MARTES, 27 DE NOVIEMBRE DE 2012

 

OPINIÓN / EL OASIS

Gibraltar y las mordidas
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Agustín Olmo Aventajado era de una religiosidad que llamaba la atención. Desde niño se le vio siempre muy feliz entre rezos, ayudas a misa, rosarios, ejercicios espirituales y sabatinas. Vivía entregado a su fe y fue creciendo bajo la atenta mirada de cuantos estaban convencidos de que acabaría ingresando en un seminario. Pero no fue así. Lo cual tampoco le quitó un ápice de su fe ni, mucho menos, le hizo desistir de continuar asistiendo a todos los actos religiosos habidos y por haber.

Tino, hipocorístico por el cual le conocíamos todos sus amigos, era un tío simpático, sencillo y estaba dotado de una gracia natural que nos hacía reír sin siquiera proponérselo. A Tino le gustaba tanto el vino fino como el morapio. Y tampoco le hacía ascos a las bebidas de tragos largos. Era además un consumado catador de manzanilla y hablaba de los vinos olorosos con predilección. Él se lo achacaba a que, habiendo sido monaguillo distinguido, había tenido la oportunidad de saborear los mejores caldos.

A Tino, que era de corta estatura, la verdad sea dicha, cuando se le recordaba su arte para hacernos reír, solía decir que tal vez era porque no tenía el menor reparo en exponernos, cara a cara, sus propios defectos. Y es que Tino era inteligente de veras.

A Tino había que verle, sobre todo, cuando se colocaba. Eso sí, por más que se hubiera bebido lo impensable, permanecía tan lúcido como erguido. Aunque solía decir que su trasero estaba tan cerca del suelo que no había peligro nunca de que perdiese la verticalidad.

A Tino, cuando estaba con el colocón, si se le preguntaba si alguna vez había recibido la llamada de Dios, respondía con celeridad y de manera palmaria: “Llevo mucho años pidiendo que Dios me envíe una señal clara. Como por ejemplo hacer un gran depósito a mi nombre en un banco suizo”.

Tras varios años sin verle, debido a que yo cambié de residencia, un día coincidí con Agustín Olmo en un establecimiento muy popular y, tras los saludos de rigor, quise saber si gozaba ya de la cuenta en un banco suizo. Y, tras celebrar mi interés, con aquella manera suya tan de sacristía, me dijo que en cierto modo sí. Y no tuvo el menor inconveniente en ponerme al tanto de su vida política.

Como bien sabes, Manolo, yo fui siempre socialista. Ya que la izquierda reúne todos los valores cristianos. Me afilié al partido. Pero un día me di cuenta de que mi sitio estaba en el PP. Y acerté. Tras semejante acierto, el azar quiso que hubiera un voto de censura contra los socialistas y me nombraran alcalde: Así que llevo ya la tira de tiempo sentado en la poltrona.

Ni que decir tiene que me reí con Tino de lo lindo. Comimos varios días y hasta me llevó a varios espectáculos que preparaban expresamente para él en sitio… En ese sitio, claro es, nadie se atrevía ya a mencionarlo si no era dirigiéndose a él como don Agustín Olmo Aventajado. Tan aventajado que, cuando me dio por hacer pesquisas sobre cómo se había comportado durante tantos años en la alcaldía, por poco me da un patatús.

La verdad es que no había necesitado que Dios le abriera una cuenta en un banco suizo. Se había conformado con invertir todos los dineros procedentes de mordidas en Gibraltar. Y hasta se había comprado viñedos en la Rioja para hacerle la competencia a Bertín Osborne. Agustín, perdón, don Agustín, sigue riéndose de sus defectos y brinda con manzanilla La Guita. Un vino sublime.
 

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