Cuenta Jordi Llovet , catedrático de Literatura Comparada,
en su libro “Adiós a la Universidad. El eclipse de las
Humanidades” , que los planes de estudio de educación
secundaria han llevado a este país a la ruina cultural. No
lo dice por decir. Sus alumnos de primer curso universitario
desconocían “si León Tolstoi había nacido antes o después de
Goethe; no sabían quién era Kandinsky y nunca habían
escuchado una sinfonía de Mozart”. Las lenguas clásicas les
eran desconocidas y el español actual casi también. Faltas
de ortografía, dificultades para expresarse tanto oralmente
como por escrito, vocabulario paupérrimo, son síntomas
clarividentes de que algo va mal o muy mal en nuestro
desprestigiado sistema educativo. Eso sí, los alumnos
manejan el Power Point como nadie, pero de leer un libro
nada de nada y al paso que vamos la democracia no merecerá
llevar tal nombre, porque los ciudadanos no tendrán
capacidad intelectual para el discernimiento.
El mismo Llovet narra una anécdota en la que un colega suyo
le preguntó a una alumna por qué no había hecho el trabajo
que le mandó. “Porque no me sale del chocho”, respondió la
joven. Puede imaginarse el lector el jolgorio y la rechifla
general que causó la respuesta de la joven entre sus
compañeros. Ver para creer.
Hace ya demasiado tiempo que todas las evaluaciones
internacionales, fundamentalmente el informe PISA elaborado
por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), certifican el fracaso de nuestro sistema
educativo y aconsejan introducir reformas, para mejorar los
resultados de las enseñanzas que se imparten en los colegios
de primaria y los institutos de secundaria .
Esta realidad es la consecuencia del modelo educativo de la
izquierda, que es el único que se ha ensayado en este país,
con los resultados por todos conocidos: pérdida de la
autoridad del profesor y por ende de la disciplina en clase
y el deterioro de la calidad de la enseñanza, donde
conceptos como esfuerzo, disciplina, exigencia, interés, son
poco menos que proscritos. El objetivo de tal estrategia ha
sido el igualitarismo, es decir socavar cualquier clase de
estímulo para los estudiantes más brillantes o más capaces.
Lo importante es que los alumnos aprueben. Cuantos más
mejor. No importa que se den títulos de Graduado en
Secundaria con dos suspensos. Ni que los institutos donde se
imparte por las tardes la E.S.A.- Educación Secundaria de
Adultos-, regalen aprobados por el mero hecho de asistir a
clase, la realización de algún trabajito encargado por el
profesor de la asignatura correspondiente y, en ocasiones,
superar algún simulacro de evaluación que causaría sonrojo a
un niño de primaria.
Y la prueba palpable del deterioro que esta política
educativa ha causado al país es que recientemente una
asociación de padres, la Ceapa, de ideología izquierdista,
se alió con sus hijos en contra de la reforma educativa que
promueve el ministro Wert, declarándose varios días en
huelga.
No tiene o no ha tenido suerte el PP en su intento de
cambiar el sistema educativo. Por una razón u otra ha
fracasado hasta la fecha. Recordemos que la malhadada Logse
parida en 1990 bajo el gobierno socialista de Felipe
González y con Maravall, Marchesi y un tal Pérez Rubalcaba
como presentadores del engendro fracasó rotundamente, con
legiones de analfabetos logsianos salidos de las aulas,
fruto de la impudicia y la falta de escrúpulos de estos
salvapatrias.
La primera respuesta del PP para intentar cambiar el
sistema, surgió en el primer gobierno de Aznar cuando
Esperanza Aguirre, ministra de Educación, se propuso el
cambio en la enseñanza, pero he aquí que Aznar no se atrevió
a respaldarlo, probablemente por la presión de la izquierda,
cesando a Aguirre y sustituyéndola por Mariano Rajoy, que
optó por no hacer nada.
El segundo intento se produjo en el segundo cuatrienio
aznarista con la mayoría absoluta por bandera. Pilar del
Castillo logró sacar adelante la LOCE, Ley Orgánica de
Calidad de la Enseñanza, donde se volvía a recuperar los
tres años de bachillerato y una mayor atención a las
Humanidades, entre otras medidas, para rectificar tanto
desafuero como se había cometido hasta la fecha.
Sin embargo dicha ley no llegó tampoco a ver la luz, ya que
inesperadamente el PSOE ganó las elecciones de 2004 y lo
primero que hizo Zapatero tras tomar posesión fue derogarla.
A cambio alumbró la LOE, Ley Orgánica de la Enseñanza, un
sucedáneo de la Logse.
El resultado de más de veinte años de legislación socialista
en materia educativa está a la vista: una generación perdida
de españoles con graves carencias en su formación académica
en general y de dominio de la lengua en particular. Resulta
desolador prestar atención a un medio de comunicación
cualquiera, ya sea hablado o escrito, y comprobar con
desaliento cómo triunfa el error, cómo se propaga el
vulgarismo, la frase torpe, la incorrección ortográfica, el
desconocimiento de la sintaxis, los abusos de expresiones
como “al objeto de” , “de cara a”, en vez de “para”; la
manía de confundir el infinitivo del verbo “prever” por el
inexistente “preveer” y, en fin, la moda boba del
extranjerismo cursi y descontrolado.
Tiene tarea por delante el ministro Wert. Representa la
oportunidad definitiva de cambiar el orden natural de la
enseñanza, en manos de izquierdistas que están esencialmente
en contra del sistema, a los que repugna el libre mercado.
En la mente del PP está el corregir tanto desafuero como se
ha ido cometiendo a lo largo de estas dos últimas décadas.
La LOMCE -Ley Orgánica de Mejora de la Calidad de la
Enseñanza- está en el paritorio. Si Wert no es capaz de
triunfar sobre la alianza inmoral y autodestructiva de
padres con alumnos agitados convenientemente por la
izquierda, este país perderá de nuevo la oportunidad de
aprobar esta asignatura pendiente que lleva “repitiendo”
desde hace más de veinte años, con los resultados ya
conocidos.
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