Un día cualquiera en una ciudad
cualquiera, con el cielo cubierto de extrañas nubes que no
son vapores de agua condensados, sino una especie de bruma
que sólo la imaginación puede verla.
Nubes extrañas que se ciernen sobre nuestro país ante la
decisión gubernamental de fomentar a inmigrantes a que se
entrometan poco a poco en el ámbito socio-económico español.
Mientras pienso cómo continuar este artículo, que he
empezado de manera tan estrafalaria, me vienen los recuerdos
del pasado fin de semana.
Un fin de semana pleno de emociones, de encuentros, de
participaciones extraordinarias en los ámbitos culturales y
sociales.
Con la Casa de Ceuta en Barcelona, como referente y su
organización de los actos correspondientes a su XLVI
Aniversario, un sábado cualquiera se convierte en un sábado
importante.
Misa rociera que llega al alma, aunque yo siempre dudo de su
existencia, dirigida por mi buen amigo Salvador Serra,
titular de la parroquia de San Paulíno de Nola, santo
francés que antes era senador y que se casó con la
barcelonesa Teresa y con la que tuvo un hijo llamado Celso
que se fue al cielo abierto a los ocho días de nacer.
Ignoraba que los casados fueran santos.
Como curiosidad: no me he fijado muy bien en el edificio que
alberga esta parroquia que menciono y que está ubicada
frente por frente al local social de la Casa de Ceuta, pero
lo cierto es que ignoro si dispone de campanario, si así lo
fuera sería inasumible por cuanto el santo es el patrón de
los campaneros. La próxima vez me fijaré más.
Que se largara a Nola (Nápoles) es tan comprensible como si
a mí se me hubiera muerto un hijo único: me habría largado a
Ceuta. Al menos no correría el riesgo, que corría San
Paulíno, de recibir lluvias de cenizas, precedidas de lava,
del Vesubio. El Monte Hacho no es un volcán que yo sepa.
Tras la misa entramos en el local de la Casa para disfrutar
del vino español que ofrecía la entidad. Un vino español en
el que destacan las tapas, que las diligentes damas de la
entidad prepararon con tanto amor y esmero la víspera, con
vistas a las subidas de tensión, y no eléctricas
precisamente.
Tapas de las que destacaron la morcilla, malagueña supongo,
y una especie de mojama, suponiendo que fuera mojama.
Desaparecieron bien pronto de los platos.
Entre tantos ilustres invitados, saludo efusivamente a
Salvador Serra y entablo una enriquecedora conversación con
los generales Antonio Reijo Moreno, jefe de no escribo qué
importante división y con Fernando González Artiaga,
Gobernador Militar de Barcelona, con quién comento mi
experiencia de haber vivido en el edificio que alberga el
Gobierno Militar, edificio con viviendas tan enormes que
para ir de una habitación a otra se precisan patinetes.
Me quedo gratamente sorprendido de tener delante de mí a la
vice consejera de Cultura de la Ciudad Autónoma de Ceuta,
Rocío Salcedo López, una persona maravillosa en muchos
aspectos, y con la que mantengo una pequeña conversación.
Pequeña por los compromisos en que se ve arrastrada la vice
consejera por el infatigable Rafael Corral que, con su
protocolo, me la aleja. Antes le pido que lleve el mensaje a
Juan Vivas de que tenemos una comida pendiente.
Joana Ortega, la vice presidenta de la Generalitat de
Catalunya, se me acerca y me saluda directamente,
interesándose por mi salud, cosa que es de agradecer. Es una
mujer formidable que va sintiendo las cosas de Ceuta como
suyas propias.
Antes he mantenido una conversación con los ‘Mossos
d’Esquadra’ que la escoltan, más bien con la ‘Mossa
d’Esquadra’, conversación que versa sobre varias incidencias
ocurridas días pasados y de las que la prensa deja malparado
al cuerpo policial. Su jefe, el ‘conseller’ de Interior,
Felip Puig, es amigo mío desde hace tiempo. Tengo pendiente,
también, una cena con él…
Pero bueno, la idea primaria de este artículo no era la de
narrar lo que acabo de escribir y ya hemos llegado al final.
Otro día será.
|