Alguien dijo que el primer
requisito de un estadista es ser aburrido. Así que
convendrán ustedes conmigo que, si nos atenemos a esta cita,
Mariano Rajoy puede recibir el Premio Nobel en esta
disciplina. El presidente del Gobierno está haciendo uso de
dos armas mortales para satisfacer los deseos de los
dictadores alemanes: una es la ya consabida operación
recortes a mansalva. Con el fin de que los parados vayan
aumentando hasta conseguir que la mitad de los españoles
mueran de inanición. La otra es matarnos de aburrición.
La estrategia del hombre que acaba de cumplir un año como
inquilino del Palacio de la Moncloa (¿o es Moncloa sin más?)
es tan primaria como efectiva. Y al 2014, año en el cual
según él los brotes verde serán ya talluditos, sólo llegarán
los más fuertes. Es decir, los ricos, los banqueros, los
políticos, los sindicalistas, los amigos y familiares de los
políticos y todos los que sean capaces de superar el hastío
que produce los discursos de un gallego a quien Julio
Camba, de haber vivido en esta época, le recomendaría
que se diera una mano de barniz humorístico. A ver si
imitando al recién fallecido Miliki, el último de los
payasos de la tele, alegra, al menos, la vida de los muchos
niños que ya no son admitidos en los comedores sociales por
falta de alimentos.
Conviene decir que de los hombres aburridos, que a su vez
echan mano de la hipocresía a cada paso, fiarse es exponerse
a recibir un varapalo mortal por la espalda. Es lo que le ha
ocurrido a Arturo Mas; a quien se le han descompuesto
las facciones de actor alemán, con las acusaciones que van
saliendo en ‘El Mundo’. Y es que Rajoy será tedioso, soso
hasta la desesperación e incluso se ha ganado el derecho,
por incumplir las promesas electorales, a que se le tache de
mentiroso compulsivo, pero nunca podrá ser calificado de
carajote.
Carajote, en el habla de Cádiz, significa tonto, el que se
pasa de bueno. Y Rajoy ha demostrado, mediante bajonazo al
presidente de la Generalidad, en forma de informes
policiales más peligrosos que la forma de actuar de la
Federación de Fútbol de Ceuta, que tiene tripas por
estrenar. O sea, que su cara de hombre apocado es la idónea
para esgrimir la daga de la traición y quedarse tan pancho.
Lo de fumarse un puro es ya harto sabido. Y hasta puede que,
después de haberse vengado, decida sestear en la mesa de
camilla, teniendo a su vera un gato negro al que acariciarle
el lomo.
Acariciar a un gato negro, sentado en cómoda butaca de la
salita de estar, parece ser que se está poniendo de moda
entre los políticos. Yo conozco a uno muy principal de esta
tierra que viene haciendo proselitismo de lo que él llama
una terapia placentera y que le insufla, además, fuerzas
suficientes para hacerle frente a sus muchos adversarios.
Aun recomienda la conveniencia de hablarle al felino de
proyectos y de filias y fobias. Porque el poder, cuando lo
es todo para el poderoso, deja a éste sometido a los
caprichos del minino negro.
Un gato va a necesitar, cuanto antes, Yolanda Bel. Un
mininino a quien confesarle sus errores entre mimos y
arrumacos. Porque últimamente los viene cometiendo a
tutiplén. De momento, no le arriendo las ganancias con el
alojamiento de los MENA en el albergue sito en la barriada
de San José. Asunto que la hace contradecirse a cada paso.
Mucho me temo que habrá lío. ¡Uf!
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