El segundo escrito de un ciudadano indignado. Al parecer en
el primer escrito o colaboración “política” reflejé, según
los comentarios de los que me leyeron, representativos
cabreos colectivos dentro o fuera de las redes sociales,
quejas de cafés o bares y reivindicaciones de pancartas de
bastantes mareas y colores, incluso las de algunos
seguidores desengañados del bipartidismo.
Pero, ¿qué legitimidad tiene un ciudadano desconocido para
señalar que “el emperador va desnudo” o que la corrupción
política, como las meigas, haberla, hayla? ¿Puede un
ciudadano -que no come de la política- plantearse cuestiones
reservadas, hasta no hace tanto, a “sacerdotes políticos”
adoradores del becerro de oro de la política, forjado por
medio de los impuestos o el dinero de todos?
Hay que bajar a la diosa Política del pedestal al que la han
elevado “castas del Poder” y socializar o democratizar la
política. La “res pública” o, en castellano, política
moderna es cosa de todos, nos guste o no. La política es
algo demasiado importante para dejarla solo en manos de los
llamados “políticos”. La verdad es que, visto lo visto,
sufrido lo sufrido, han puesto, en general, el listón muy
bajo los que ejercen la política. Por ello tendríamos que
bajar también del pedestal del panteón parlamentario a los
políticos. Tendrían que ganarse la autoridad y verdadera
legitimidad entre los distanciados ciudadanos más allá de
los votos depositados una mañana dominical.
Tendrían que dar ejemplo, si no es pedirles demasiado.
Actualmente no hace falta ser un lumbreras, un experto o un
líder para ser político. Para ser político o vivir de la
política se requeriría -dentro de una sociedad democrática
moderna que aspira a algo mejor a lo ofrecido
tradicionalmente por nuestros representantes políticos-
bastante formación, habilidades sociales, capacidad de
reacción, contacto con los problemas reales, sentido común,
ética y vocación de servicio público, mucha vocación. Un
político -no tendría que recordarlo- es un servidor público
temporal, no aquél que se sirve de lo público hasta las
próximas elecciones o hasta el próximo nombramiento.
Nuestros políticos tendrían que incorporar en sus
diccionarios las palabras dimisión, humildad,
responsabilidad, autocrítica y escucha atenta, entre otras,
pues parece que son sustantivos de otras lenguas y países.
Hay quien dice que tenemos los políticos que nos merecemos.
Son políticos de una sociedad todavía de pseudosúbditos -que
no saben o recuerdan que son ciudadanos- o de ciudadanos
pasivos, al menos para determinadas cuestiones vitales como
la política o el medio ambiente; sin embargo, si el equipo
del deporte rey, baja de categoría, la que se arma o
moviliza. Que conste que no tengo nada contra el fútbol como
deporte. Pero otra cosa distinta es el fútbol como opio del
pueblo o negocio con “privilegios” fiscales, donde algunos
millonarios, entre contratos de imagen de muchas cifras
obscenas ante tantos recortes, sacrificios, desahucios y
necesidad general, dan pataditas a un esférico para delicia
de propios y extraños. Mientras otros -no todos- con el
cheque en blanco cuatrienal de los votantes, hacen y
deshacen a su antojo cuando las mayorías lo permiten,
vendiéndonos que lo hacen por el interés general, pareciendo
más bien que es por el beneficio particular o el de su
enriquecedor partido.
La desafección de la política por parte de los ciudadanos,
¿es casual o es algo maquiavélicamente calculado? El aumento
de la abstención, de los votos en blanco y nulos, de los
movimientos cívicos callejeros ¿realmente importa a los que
se han servido tradicionalmente de la política? A lo mejor o
a lo peor, por poco representativos que sean los partidos
gobernantes, prefieren que los dejemos en paz, que vayan a
lo suyo sin oposición y sin participación ciudadana.
¡Menudo incordio que no te dejen tranquilo para… incumplir
programas electorales prometidos! Actualmente hablamos de
democracias representativas, pero todos sabemos que son
verdaderamente poco representativas -no solo para el
movimiento 15M y los que tratan de acaudillarlo- y poco, muy
poco participativas. Y esos son, desde mi punto de vista,
los dos verdaderos problemas de la política en general: la
desproporcionada y, valga la redundancia, poco
representativa representatividad -desvirtuada para más inri
por nuestra obsoleta ley electoral que impide que todos los
votos valgan lo mismo- y la escasa participación de una
sociedad que empieza a despertar.
|