La semana pasada, durante una
sobremesa, se me preguntó por parte de un comensal, cómo era
el fútbol de su tierra cuando los años cincuenta estaban
tocando a su fin. Época en la que -viviendo yo el último
tramo de mi alocada adolescencia- formaba parte de la
plantilla del filial del Córdoba. Un Atlético cordobés
compuesto por jóvenes y buenos futbolistas.
Y mi respuesta fue tan rápida como repleta de
convencimiento. En el fútbol cordobés, de aquel tiempo,
destacaba José Paz “El Chuli”, por encima de todos
los demás futbolistas. Era la figura indiscutible de un
equipo que consiguió al ascenso a Primera División, siendo
Roque Olsen su entrenador.
Mi interlocutor, que tenía la tira de años menos que yo,
hizo un gesto como dando a entender que el nombre de Paz le
sonaba a chino. Vamos, que nunca antes había oído mencionar
su nombre. Y, antes de relatarle quién era tan fenomenal
futbolista, caí en la cuenta de que es pena que tantas
personas pasen dejando sólo una huella que muere con quienes
le conocieron.
Verás, le dije, Paz era el único futbolista de aquel Córdoba
extraordinario, que no se acongojaba nunca ante la autoridad
de Olsen: técnico revestido de una altivez, casi hierática e
impenetrable, que infundía más que respeto canguelo entre
los componentes de la plantilla. Incluso se comentaba entre
bromas, por los mentideros deportivos, que El chuli se hacía
tirabuzones con el sempiterno gesto ceñudo del técnico
argentino.
Esa forma de ser suya, desenfadada a tiempo completo, la
compensaba El Chuli resolviendo en el césped las situaciones
más comprometidas. Era el jugador ceutí, sin duda alguna, la
alegría del viejo Arcángel y el paño de lágrimas de todos
los desharrapados que pululaban por el centro de la capital.
Cuando en España el hambre aún se resistía a hacer mutis por
el foro.
José Paz “El Chuli” era cliente habitual de El Negresco y
del Gran Bar, establecimientos situados en la plaza de las
Tendillas. Raro era el día en el cual no se le veía sentado
a una mesa de cualquiera de esas terrazas, rodeado de
limpiabotas, pedigüeños, pícaros, vendedores de lotería,
descuideros y toda esa corte de los milagros que lo admiraba
sin pedirle nada a cambio.
Miento. Claro que le pedían: le pedían el poder acapararlo
para que los ciudadanos viesen que el hombre del momento se
sentía muy a gusto entre los más necesitados. Y si encima
sacaban, muchas veces, siempre, para el café, la cerveza, un
par de zapatos, pantalón y camisa, miel sobre hojuelas.
Aquella patulea compuesta por supervivientes, lo idolatraba
y a Paz se le veía la muela del juicio con las ocurrencias
que se generaban entre gente falta de lo más elemental.
Paz fue también mi ídolo durante mucho tiempo. Yo creo que
sigue siéndolo. Así que en cuanto se me presenta la ocasión
no dudo en recordar la grandeza de su juego. Porque sus
exquisiteces con el balón no le quitaban un ápice de
eficacia a sus actuaciones. Manejaba la pierna izquierda con
una habilidad rayana en el insulto para los adversarios.
Brillaban sus controles perfectos, sus centros matemáticos,
sus regates diabólicos, sus tiros desde la media distancia,
sus cambios de orientación… Jugaba como los ángeles. Fue
decisivo en el primer ascenso del equipo a la máxima
categoría. El comensal cordobés se quedó boquiabierto. José
Paz, “El Chuli”· ha sido un grande del fútbol. Y fue nacido
en Ceuta.
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