Desbaratada toda la caballería, Vercingetórige recogió
sus tropas según las tenía ordenadas delante los reales; y
sin detención tomó la vía de Alesia, plaza fuerte de los
mandubios, mandado alzar luego los bagajes y conducirlos
tras sí. César, puestos a recaudo los suyos en collado
cercano con la escolta de dos legiones, siguiendo el alcance
cuanto dio de sí el día, muertos al pie de tres mil hombres
de la retaguardia enemiga, al otro día sentó sus reales
cerca de Alesia. Reconocida la situación de la ciudad, y
amedrentados los enemigos con la derrota de la caballería,
en que ponían su mayor confianza; alentando los soldados al
trabajo, empezó a delinear el cerco formal de Alesia. Cayo
Julio Cesar. La Guerra de las Galias, libro VII, LXVIII
Tuvo lugar en el mes de septiembre del año 52 a.C. y
enfrentó a los ejércitos de Roma, comandados por Cayo Julio
Cesar, con una federación de tribus galas capitaneadas por
Vercingetorix, jefe de la tribu de los Avernos. Supone el
final de la resistencia gala, la conversión de la Galia en
provincia romana y uno de los ejemplos más destacados del
genio militar de Julio Cesar.
Los antecedentes
Ocho largos años de guerra sin interrupción en territorio
galo, supuso su conquista. En el 58 a.C. Cesar venció a los
Helvecios, en el 57 a.C. sometió a las tribus belgas, en el
56 a.C. derrota a los vénetos primero y después a los
aquitanos, en el 55 a.C. atraviesa el Rin y posteriormente
desembarca en Britania. En el 52 a.C. Julio Cesar es
derrotado por los galos acaudillados por Vercingetorix,
posteriormente les será devuelta la derrota, Alesia será la
fortaleza en la que sucumbirán los sueños de Vercingetorix.
Los ejércitos
La federación de tribus galas comandadas por Vercingetorix
contaba con 90.000 hombres, que quedaron atrapados en la
fortaleza de Alesia. El ataque exterior de las fuerzas de
socorro se calcula que lo ejecutaron 200.000 galos. Por su
parte Cesar contaba con 70.000 hombres entre legionarios,
alaes y tropas auxiliares.
La batalla
Un día estuvieron los galos sin pelear, gastándolo todo en
aparejar gran número de zarzos, escalas, garabatos, con que
saliendo a medianoche a sordas de los reales, se fueron
arrimando a la línea de circunvalación, y de repente alzando
una gran gritería que sirviese a los sitiados por seña de su
acometida, empiezan a tirar zarzos, y con hondas, saetas y
piedras a derribar de las barreras a los nuestros y aprestar
los demás instrumentos para el asalto. Al mismo punto
Vercingetórige, oída la grita, toca a rebato, y saca su
gente de Alesia. De los nuestros cada cual corre al puesto
que de antemano le estaba señalado en las trincheras, donde
con hondas que arrojaban piedras de a libra, con espontones
puestos a mano y con balas de plomo arredran al enemigo. Los
golpes dados y recibidos eran a ciegas por la oscuridad de
la noche; muchos los tiros de las baterías. Pero los legados
Marco Antonio y Cayo Trebonio, encargados de la defensa por
esta parte, donde veían ser mayor el peligro de los
nuestros, iban destacando en su ayuda de los fortines de la
otra soldados de refresco. Cayo Julio Cesar. La Guerra de
las Galias, libro VII, LXXXI
Un ataque frontal sobre un recinto amurallado erigido en lo
alto del monte no es una buena idea, Cesar no se precipitó,
un asedio para rendir por hambre a sus ocupantes era la
mejor solución. Ordenó la construcción de una empalizada que
aislará la fortaleza e impidiera las posibles salidas de sus
enemigos. Tres semanas tardaron las legiones romanas en
disponer de un muro de 4 metros de alto y 18 kilómetros de
longitud con torres de vigilancia intermedias, se
complementó con fosos en la cara que daba a la ciudad.
Trampas y afiladas estacas completaron el trabajo.
Las salidas intermitentes de la caballería gala dificultó
los trabajos y sus enfrentamientos con la romana se saldó
con derrotas galas, que no querían verse encerrados. En una
de esas salidas un grupo de caballería gala consiguió
escapar por uno de los tramos sin finalizar. Para Cesar
significaba la llegada de refuerzos desde el exterior, lo
que le hizo pensar en la necesidad de crear un nuevo
perímetro defensivo, que le guardara de los ataques
exteriores a la fortaleza. Mandó construir el segundo muro,
esta vez de 21 kilómetros de longitud. Entre ambos muros
quedarían encerradas todas sus tropas, su condición ahora
era doble, sitiador por un lado, sitiado por otro. En el
interior de la ciudad, con 90.000 soldados encerrados y la
población civil las condiciones eran muy difíciles, por lo
que a Vercingetorix se le plantearon dos soluciones, la
primera era sacrificar a los 10.000 caballos que poseía su
caballería la segunda era expulsar a la población civil, se
escogió la segunda, esperando que fuesen los romanos los que
acabasen con sus provisiones atendiendo a mujeres y
ancianos. Julio Cesar fue contundente, les ordenó volver por
donde habían venido, con las puertas cerradas y la negativa
romana quedaron en tierra de nadie, sin alimento ni lugar
donde guarecerse, aguardando una muerte segura.
Septiembre llegaba a su fin cuando llegaron los refuerzos
comandados por Comio, jefe de los Atrebates. El ataque
exterior alertó a Vercingetorix que hizo lo propio desde el
interior. El ataque combinado de ambas fuerzas no consiguió
sus objetivos y cuando el día finalizado la lucha se
extinguió sin haber conseguido superar las defensas romanas.
El siguiente ataque se produjo de noche, los galos obligaron
a los romanos a abandonar algunas de sus posiciones, pero la
rápida intervención de la caballería romana comandada por
Marco Antonio y Cayo Trebonio hizo tambalear el ataque galo,
que de nuevo se vio abocado al fracaso. Por su parte desde
el interior se lanzó un ataque que fue rechazado, a la
dificultad propia del ataque a la muralla se añadió la
presencia de trincheras y campos plantados de lo que los
legionarios romanos llamaban coloquialmente lirios y cepos,
que cercenaban y atrapaban los pies de los atacantes,
retrasando el ataque y evitando el factor sorpresa.
En el interior de ambas fortificaciones, la situación para
los romanos tampoco era especialmente buena, los ataques
masivos realizados por los galos del exterior en un
desesperado intento para sobrepasar las líneas romanas y
liberar a los sitiados, obligaba a los romanos a un esfuerzo
titánico para mantenerlos a raya, sobre todo en el punto más
débil de la fortificación, la zona conocida por los romanos
como monte Rea, los intentos repetidos en esa área
particularmente vulnerable estuvieron a punto de tener éxito
y solo la decidida actuación de Julio Cesar, apostándose con
sus hombres, insuflándoles valor, logró contener los duros
ataques galos.
La actuación de la caballería romana fue de capital
importancia, debía aguantar en las zonas en las que los
galos abrían brechas por las que poder entrar, dando un
respiro a los legionarios para reagruparse y cerrar las
posibles entradas. De particular importancia en el contexto
de la batalla es la actuación del propio Julio Cesar que, en
un gesto poco habitual entre los generales romanos, decidió
atacar personalmente, al mando de 6.000 jinetes la
retaguardia gala, la consecuencia inmediata fue la
desorganización y huida gala que condujo a su total derrota.
Vercingetorix contempla desde su fortaleza la huida de sus
compañeros de armas en el exterior y observa con desolación
como los romanos aniquilan a las tropas en desbandada, ya no
habrá más refuerzos, solo queda esperar la derrota. Al día
siguiente Vercingetorix se rinde, entrega sus armas sin
librar una última batalla.
Al otro día Vercingetórige, convocada su gente, protesta «no
haber emprendido él esta guerra por sus propios intereses,
sino por la defensa de la común libertad; mas ya que es
forzoso ceder a la fortuna, él está pronto a que lo
sacrifiquen, o dándole, si quieren, la muerte o entregándolo
vivo a los romanos para satisfacerles»… Cayo Julio Cesar. La
Guerra de las Galias, libro VII, LXXXIX
Las consecuencias
Alesia supuso el final de la resistencia gala, su territorio
pasó a convertirse en provincia romana. No volvería a haber
levantamientos de las tribus salvo uno de escasa magnitud
que fue aplastado por los romanos. Vercingetorix fue
exhibido ante el pueblo de Roma y ejecutado posteriormente,
como era costumbre entre los romanos.
Cayo Julio Cesar fue el gran vencedor, obtuvo un enorme
prestigio militar y político, aunque no hubo Triunfo, ya que
el Senado se lo denegó a instancias de su acérrimo enemigo,
Catón.
Hoy entendemos que el final de las guerras gálicas y la
negativa del Senado a reconocer el valor de la conquista,
empujaron a Cesar a cruzar el Rubicón e iniciar la guerra
civil que acabaría con la República e iniciaría un nuevo
periodo en la historia de Roma, el Imperio.
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