Muchas han sido las veces que los
sondeos de opinión nos han dicho que la gente de la calle
tiene mal concepto de los políticos, odia a los banqueros,
siente aversión hacia los sindicalistas y desconfía de la
Justicia.
Este panorama no ha cambiado. Es más, se han recrudecido los
pareceres reseñados, excepto en lo referente a la Justicia.
Que está siendo mejor mirada gracias a que los jueces han
decidido dar muestras humanitarias ante la terrible
situación que atraviesan las personas que están siendo
desalojadas de su vivienda.
Los desahucios, si algo bueno han tenido, es hacernos ver,
ya era hora, que impartir justicia es muy difícil,
tremendamente difícil, y que las personas que lucen puñetas
en la bocamanga de la toga tienen también sus sentimientos a
flor de piel cuando se ven obligadas a afrontar decisiones
que les desagradan en extremo.
En la calle se percibe cada vez más la tirria que se les
tiene a los políticos. Están en el punto de mira de todas
las protestas y de todas las desesperanzas que van
aumentando con el paso de los días. Se les achaca la ruina
económica que se ha instalado entre la clase media.
Comparten el ciento por ciento de culpabilidad con los
Bancos.
Políticos y banqueros son forjadores de una trama donde los
dineros han circulado más con fines apropiados para
enriquecerse ellos que para el fin primordial al que se
deben. Y han conseguido que la mendicidad se vaya imponiendo
entre la clase media e incluso que los pobres de pedir los
sean más.
La gente sigue preguntándose cómo es posible que un alcalde
gane más de setenta y tantos mil euros años. Que viaje en un
coche blindado y que perciba dietas hasta para ir al baño.
La gente no comprende que un simple concejal gane más dinero
que un especialista capaz de poner a punto el corazón de
cualquiera de nosotros. La gente no entiende que un patán,
que a lo más que podría aspirar es a ser vigilante de
jardines, con todos mis respetos para los vigilantes de
jardines, se esté haciendo rico como concejal de no sé qué.
Y encima se permite el lujo de hacer chistes obscenos del
alcalde. La gente, cada vez que abre la boca un senador,
acerca de cómo ayudar a los jóvenes a formarse en una
industria, no concibe que este hombre viva de un cargo que
no vale para nada. La gente…
La gente, cada vez que ve una fotografía de políticos
reunidos, riéndose a mandíbula batiente, se muerde los
labios para no comenzar a farfullar interjecciones contra
ellos. Porque los políticos deberían saber que (debido al
hambre que hay en España, debido a la gente que ha pasado de
tener un vivir digno a verse sometida a la humillación de
quedarse sin nada y obligada por tanto a frecuentar los
comedores sociales, debido a…) festejar públicamente su
extraordinaria situación produce rabia infinita. Cólera
indefinida. Ira multitudinaria.
Así que cuidado… Cuidado con las ostentaciones porque no
está el horno para bollos. Pues cómo explicarles a las
gentes lo que está ocurriendo; cuando, como dice un amigo
mío, miles de españoles descubren con espanto que sus heces
ya ni siquiera tienen la consistencia necesaria para atascar
el retrete.
Hacen mal los políticos en seguir pavoneándose del fracaso
de la huelga pasada. Ya que el estallido social puede
producirse en cualquier momento. Se palpa. Se ve venir. Oído
al parche.
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