Llegados al momento de las declaraciones para valorar la
jornada de huelga en una la Plaza de los Reyes con varias
pancartas agitadas al viento y algunos corrillos de
manifestantes, los medios de comunicación se quedaron
estupefectos cuando el secretario general de Comisiones
Obreras, ese demócrata de pro, Juan Luis Aróstegui, el azote
de tantas y tantas causas (de todo tipo) dijo que él no
hacía declaraciones. “No quiere hablar”, trajo como mensaje
uno de sus ‘adláteres’. “Pues yo no le ruego a nadie”, dijo
alguien de una emisora de radio micrófono en mano. “Vamos
para allá, donde está a ver si le cogemos alguna palabra”,
tercio otro. El entusiasmo de los medios por recoger las
palabras de Aróstegui no fue, precisamente, indescriptible.
Nadie se movió de su lugar en la céntrica plaza.
Juan Luis Aróstegui, rodeado de acólitos se pavoneaba de su
actitud: “Estoy en rebeldía”, replicó a “Queco” Moreda
cuando éste intentó interceder para convencerle de que
hablara como secretario general de Comisiones Obreras. No lo
logró y menos, con un Juan Luis Aróstegui despotricando
contra los trabajadores públicos de la Ciudad: “Los
funcionarios votantes del PP…”, con esa obsesión perniciosa
que le trastorna sobre quién vota a quién con lo demócrata
que es él.
Bien es verdad que Ramón Morena del Valle-Inclán, no creía,
en principio que fuera cierto que su jefe de filas se negara
a hablar y quiso cerciorarse. Se encontró con la negativa de
Aróstegui y volvió a su encuentro con los medios cabizbajo,
respetando la decisión de su jefe, aunque dando la sensación
de no compartirla.
El asunto de las huelgas con el baile de números y cifras en
cuanto a seguimiento crean el fracaso más absoluto de las
matemáticas que, según se dice siempre, nunca mienten, nos
lleva a situaciones esperpénticas. En este asunto de las
huelgas, fallan hasta las leyes matemáticas y sólo triunfa
la demagogia. En las huelgas los hay listos, muy listos y
listillos. Al margen de las condiciones previas que forman
parte de los cálculos aproximados de quienes van o no a la
huelga, luego hay una serie de variantes o circunstancias
que sitúan el baremo a otros niveles de desconcierto: ¿Y
cuando no van a la huelga ni los propios del sindicato? ¿Y
cuando esos “propios”, nuestra gente, en vez de dar la cara
amagan con darla pero dicen que nones? Hay casos de
sindicalistas, delegados ellos, de Comisiones Obreras, que
en la jornada de huelga o se encuentran de vacaciones o se
la han pedido (¡oh, casualidad!) como “asuntos propios”.
¡Qué inoportunidad, por Dios! Y todo para justificar ante
sus empresas la ausencia y eludir así el descuento de la
jornada.
Arrebatar de forma tan vil el mensaje al bueno de Aróstegui
que se desgañita con sus proclamas y ni él mismo las cumple:
“Para que no nos callen”, decía una de ellas. Vaya, y el que
se calla, el que no dice ni pío es el mismísimo Juan Luis
Aróstegui. Una decisión que dice bien poco, no sólo del
secretario general de Comisiones obreras que no ejerce de
tal en un día tan señalado (¿habría que descontarle el
sueldo de secretario general por no hacer de tal?), sino de
la propia filosofía de la manifestación, si quienes han de
hablar no lo hacen y se sitúan en el grupo de los
silenciosos.Y en los corrillos, una “ugetista” descompuesta
y muy contrariada diciendo que “han abierto todos, hasta los
puestos de pipas”, como síntoma inequívoco de adversidad
ante la causa.
Claro, con este panorama tan desolador (secretario general
en rebeldía, delegados sindicales escaqueados de la huelga
pero justificando a sus empresas la ausencia para eludir el
descuento de la jornada y con los comercios abiertos), no es
extraño que Juan Luis Aróstegui calle, porque ni los parados
-dónde están esos 14.000 desempleados si no tenían otra cosa
mejor que hacer- ni los funcionarios, ni los pensionistas,
ni ese 90% de trabajadores de la construcción que para los
sindicatos secundaron la huelga y que físicamente estarían
en sus casas de la península, ni los propios delegados del
sindicato, se unieron a la huelga. Tampoco es extraño que
Juan Luis Aróstegui no tenga ganas de hablar. Su
credibilidad y la de los suyos es cada vez menor.
Por tal motivo, mejor estar callado y tragarse el sapo de
unas ausencias que dicen más de lo que parece. Hay silencios
que hablan por sí solos aunque algunos no digan ni pío.
|