Hace ya muchos días,
sesentaitantos tal vez, se me ocurrió visitar a Diego
Sastre en su oficina, sita en el edificio del Ceuta
Center. Y ante la presencia de un compañero suyo, cuyo
nombre lamento no acordarme cuando escribo, le hablé, porque
se encartó, de la miseria que reinó en Andalucía durante los
llamados años del miedo. Es decir, los años de la posguerra.
Lo informé sobre cómo era la vida en aquellos terribles años
cuarenta y parte de los cincuenta: una auténtica provocación
de los ricos hacia los pobres. Por algo tan simple como la
situación de las viviendas. Había barrios repletos de calles
en las que junto a una casa donde los niños lloraban
permanentemente, aunque con languidez, la canina que
arrastraban, se erguía otra en la cual afloraba la riqueza y
el despilfarro era lo habitual mediante celebraciones de
fiestas mundanas.
Frente a la opulencia de aquellas mansiones estaban las
casas vecinales en las que primaba el hambre, la indigencia,
y la gente que se iba muriendo a chorro por culpa de no
tener medios para combatir la tuberculosis. Casas donde el
odio de sus moradores contra los poderosos iba creciendo por
encima incluso de sus necesidades y dolencias.
Muchas veces, a las tremendas carencias diarias, en todos
los sentidos, se unía una situación extrema que sacaba de
quicio a los pobres. Estado propicio para cometer cualquier
locura contra quienes más tenían y hasta se permitían el
lujo de hacer ostentaciones. Sabiendo que en la casa de
enfrente se lloraba la pérdida de un hijo desnutrido y por
no tener dinero para comprar las unidades de penicilina
necesarias para combatir la enfermedad. Pero rebelarse
suponía ser detenido inmediatamente y, tras la paliza
estipulada, acabar en la cárcel.
Diego Sastre, a quien le seguí contando situaciones
horripilantes de aquello años de hambruna, mientras los
ricos miraban hacia otro lado -los ricos y los protegidos de
los ganadores de la guerra-, me respondió que aquella
desgracia no volvería a ocurrir nunca jamás.
Y yo no tuve el menor inconveniente en advertirle de que ya
nos estábamos deslizando por el camino conducente a repetir
aquella triste página de la Historia de España. Aunque por
otros motivos. Por mor de una guerra económica, declarada
por el capital contra la clase media. La que ha venido
exigiendo, desde la Segunda Guerra Mundial, ser ese colchón
muelle que debe existir entre pobres y ricos.
Hoy, tras leer lo que viene sucediendo en Jerez de la
Frontera, ciudad en la que reina el caos en todos los
sentidos, tengo más que asumido que los españoles no vamos a
levantar cabeza en muchos años. Jerez no es sino la prueba
evidente de cómo han robado los políticos. A mansalva. Jerez
se ha convertido en un ejemplo de ciudad donde se ha dado la
suma perfecta de errores que han llevado a España a una
situación insostenible.
Errores como el crecimiento municipal a crédito,
desmantelamiento de industrias, apuesta por el urbanismo
feroz y obras faraónicas.”Una burbuja sin aire donde ahora
reina la ruina y ya dan igual las protestas de sus 34.000
parados”. Eso sí, en los tiempos que corren, y conociendo la
ciudad de la cual escribo, ojalá que a los ricos no se les
ocurra, por más que ya vivan alejados de la periferia y de
casas vecinales, hacer exhibiciones de tipo suntuario.
Porque Jerez ha sido siempre cuna de anarquistas. Oído al
parche.
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