El único punto de desacuerdo en este asunto es una cuestión
semántica: matrimonio. Nuestra tendencia sexual no la
elegimos nosotros, sino que nos viene dada por la
Naturaleza, por lo que todas son dignas de igual respeto. El
matrimonio es la unión entre hombre y mujer. Deriva del
Derecho Romano como institución social y jurídica, y su
etimología es “matri-monium”, o el derecho que adquiere la
mujer para ser madre. Es fácil entender que la unión
homosexual no puede llamarse matrimonio por no darse las
circunstancias, física y biológica, de su propia definición.
Si no matriz, no hay matrimonio. El Tribunal
Político-Constitucional, ha sentenciado recientemente, que
la Constitución admite una interpretación evolutiva a la luz
de las exigencias de la sociedad actual; pero no dice nada
de la matriz, la cual no ha evolucionado lo más mínimo, y
sigue siendo parte esencial en el matrimonio; las
definiciones no evolucionan si no lo hacen antes las
circunstancias que llevaron a su definición. Lo que han
hecho, por tanto, no es defender y proteger la Constitución,
sino legislar, misión ésta que no corresponde al
Constitucional ¡Y han estado siete años para llegar a esa
incorrección! Lo que no puedo entender es que los
homosexuales insistan en utilizar un término que no
corresponde, ni define, la justa y natural unión entre
ellos; todos entendemos una tendencia natural que ejercen
con el mismo derecho y respeto que nosotros la nuestra, y
para la que, sin duda, existe nombre específico y concreto.
Unión conyugal, puede ser una. Han trabajado mucho para
conseguir un derecho que nadie les debió negar nunca, y me
alegro de que, al fin, puedan casarse entre ellos; lo dictó
la Naturaleza antes que el Hombre. Pero insistir en llamarle
matrimonio es echar leña al fuego apagado de una causa que
ganaron por justa.
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