Estoy cansado de decir que en la
calle se generan problemas de la misma manera que se
resuelven. Por tal motivo, a mí me agrada sobremanera darme
mis barzones. Es sábado. Ha dejado de llover y no dudo en
encaminar mis pasos hacia el centro de la ciudad.
En mi interior bulle el deseo de hablar con la gente.
Necesito charlar con ella. Máxime cuando hemos llegado a una
situación donde la desesperanza, siempre más aterradora que
la desesperación, ha cundido entre las clases más
necesitadas. Sin embargo, los ricos son cada vez más ricos.
Deberían tener mucho tiento.
Me dirijo al Mentidero. Reconozco que me cae muy bien
Jesús Vázquez, su propietario. Y allí coincido con dos
lectores de este periódico. Lectores desde hace muchos años.
Son Juan Manuel Canca Román y Luis Cos García.
Y, como no podía ser de otra manera, les pongo al tanto de
que nuestra página web tiene una media diaria de nueve mil
visitantes. Se alegran. Se alegran de verdad.
En la Esquina Ibérica me encuentro con Antonio Tirado
y Margot, su mujer; ambos se muestran con la
cordialidad que en ellos es habitual y me permiten pasar un
rato muy agradable. Los sábados, me dice Antonio, se los
dedico a Margot. Y ella asiente con esa afabilidad que la
caracteriza.
Me llego a Pedro’s. Y me pongo a pegar la hebra con
Alejandro Diacomanolis Ruiz. Su primer apellido es
griego. Así que no hay por qué extrañarse de que haga del
ocio un ejercicio diario. Y hasta se permite recitarme de
memoria algo bien conocido y que, en principio, no aceptaban
los romanos: “Las grandes ideas que han hecho progresar a la
Humanidad nunca fueron fruto del estudio, sino del ocio”.
Con Alejandro suelo yo pegar la hebra a menudo. Y me lo paso
en grande. Pues suele derrochar un humor fino que para sí lo
quisieran quienes viven de hacer reír. Profesionales de la
burla fina que no le llegan ni a la suela del zapato a este
conocido mío que tiene un apellido tan majestuoso como
Diacomanolis. Los griegos, a pesar de que ahora les haya
dado por suicidarse, por mor de la malaleche que viene
exhibiendo la señora Merkel, son gente a la que le
debemos lo que somos. Mis palabras llenan de satisfacción a
Alejandro.
Hablando con él estaba, es decir, con Alejandro Diacomanolis,
cuando llegan Manolo Vega y Juani, su mujer, a
Pedr’os. Y nos cunde la cháchara. Eso sí, en un momento
determinado sale a relucir el accidente que estuvo a punto
de costarle la vida a Paquita; hija del matrimonio.
Y, seguidamente, surge el nombre del policía a quien Paquita
le debe que ahora mismo esté respirando y con renovados
bríos de vivir.
Me cuentan la gesta de José Antonio Artiel. Quien por
socorrer a Paquita se hizo añicos un hombro. Amén de que en
el empeño auxiliador por poco se desnuca. Juani y Manolo me
ruegan que haga público el deseo que tienen de conocer a
Artiel. Al cual todavía no han podido expresarle su
agradecimiento. Misión cumplida.
También tenemos palabras elogiosas para Eduardo Hernández:
dueño que fue de La Esmeralda y regidor de los destinos de
la tertulia del Muralla durante muchos años. La calle, en
Ceuta, como ustedes pueden comprobar, da para mucho. Lo que
hay que saber es pasearla y vivirla intensamente.
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