Me cuento entre los peores
televidentes del país. Y no lo digo para darme pote. Con el
fin de equipararme a esas personas de reconocido intelecto
que suelen abominar de cuanto se nos ofrece por la que nunca
dejará de llamarse pequeña pantalla. Lo cual no significa
que llegue al ayuno y, menos aún, a la abstinencia de
pantalla. Como bien decía un gran escritor a quien conviene
leer de vez en cuando para que la sintaxis no se nos
desmadre y las palabras no sufran de anomia.
Confieso, por tanto, que zapeo, veo y, normalmente, vuelvo
al zapeo. Eso sí, nunca se me ha ocurrido cambiar de canal
si el Madrid aparece en el aparato. El jueves pasado,
zapeando, me di de bruces con Intereconomía TV. Y llegué a
tiempo de empaparme de cuanto decían los tertulianos acerca
de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el
matrimonio entre iguales.
Antes de continuar, me urge decir que por vía telefónica
pidió la entrada en el programa el presidente del grupo de
Intereconomía, Luis Ariza, y tentado estuve de
ponerme a zapear. Cómo es posible que la cabeza visible de
un grupo tan fuerte de medios de difusión se expresara de
manera tan farragosa y sin venir a cuento acerca de lo que
se estaba debatiendo.
Lo que se estaba debatiendo es un asunto muy complejo.
Complicado. Confuso. Que no tiene nada que ver con que las
personas del mismo sexo se casen. Sino que se nomine
matrimonio a esa unión legítima. Y es que la palabra
matrimonio, como explicó, así por encima, Joaquín Moeckel,
abogado sevillano de renombre, está hecha a la medida de la
unión entre hombre y mujer.
Lo que dijo Moeckel, con su hablar desenfadado pero preñado
de lecturas, lo sabemos todos los que cada día nos dejamos
la vista leyendo hasta los prospectos. Y es que el
significado de matrimonio necesita de la presencia de lo
femenino. A lo que se agarra la Iglesia. Que defiende a
ultranza que el origen del matrimonio no es sólo cultural,
sino que procede de la misma naturaleza humana en cuanto que
(como dice el libro del Génesis -1-27- en la Biblia) al
principio “Dios los creó hombre y mujer”.
No obstante, creo que la Iglesia ha perdido esta batalla; ya
que el Artículo 32 de la Constitución española, en su primer
párrafo, reza así: “El hombre y la mujer tienen derecho a
contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Los padres
de la Patria, como podemos apreciar, se durmieron en los
laureles. Aunque sería injusto obviar que, cuando redactaron
la Constitución, no podían imaginarse que el matrimonio
fuera a imponerse entre personas del mismo sexo. Puestos a
mediar, bien podría haber habido entre quienes forman parte
de los iguales, que ven en el casamiento logro tan justo
como añorado, la intención de dialogar con la otra parte
para dar con la palabra precisa que definiera su enlace.
Dejando el vocablo matrimonio para uso exclusivo de los
heterosexuales. Pero no ha sido posible.
Conviene recordar que hay religión que condena la
homosexualidad a rajatabla. Que no se aviene a ningún tipo
de comprensión en cuanto concierne a las relaciones entre
iguales. No hace falta adentrarse en un asunto que hoy no
toca. Así que no acabo de entender muy bien cómo Jóvenes
Caballas aplaude al colectivo LGBT por haber “aguantado
tantísimas vejaciones por parte de políticos y
personalidades religiosas”. Pero alguien me saca pronto de
dudas: se ha impuesto el peso específico de Aróstegui.
Bien.
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