Cualquiera que lea la historia
académica y profesional de Luis de Guindos, ministro
de Economía y Competitividad, lo primero que piensa es que
está ante uno de esos hombres que nacen cada mucho tiempo.
Es lo que me ocurrió a mí. Incluso me atreví a decir, ante
testigos, que tales lumbreras son nacidas dos o tres en
medio siglo. Y aseguré que me estaba quedando corto.
Mis palabras llenaron de gozo a un militante del PP que
compartía mesa conmigo y con otros comensales, y, todo
entusiasmado, calificó a De Guindos de cráneo privilegiado.
Y hasta se atrevió a pronosticar: Con el talento, el
prestigio y las amistades celebérrimas que tiene Luis en el
mundo mundial –sí, el militante popular se refería al
ministro como si hubieran crecido juntos y quedaran todos
los fines de semana para comer en familia-, ten por seguro
que el Gobierno de Mariano acabará con la crisis
económica en un suspiro.
Fue entonces cuando uno de los contertulios se nos quedó
mirando con esa expresión de malaleche presta a entrar en
combate dialéctico, sin reparo alguno. Se le notaba a punto
de estallar. Pero, tras carraspear lo justo para aclararse
la voz, sólo se le ocurrió decir: no creo que vuestra
intención sea quedaros conmigo. Porque si es así, ahora
mismo os puedo mandar muy lejos. Lejísimos. Y, seguidamente,
nos enumeró las tropelías cometidas por De Guindos en Lehman
Brothers. Esa banca de inversión que arruinó a medio mundo y
al otro medio también.
De lo reseñado han pasado ya varios meses. Y hoy me he
acordado de aquella conversación porque he leído las
opiniones vertidas por el ministro de Economía y
Competitividad en “The Wall Stret Journal”. El titular es un
clamor: El futuro de España es brillante, dice De Guindos.
Y, a continuación, insiste en las mismas muletillas de
siempre: Que a menudo se nos olvida que el Gobierno lleva
menos de un año gobernando; que las medidas tomadas lo
arreglarán todo y harán posible que no haya que pedir el
rescate; que los sacrificios son necesarios. Es decir, que
si hay que seguir aumentando el número de pobres se hace y
no pasa nada. Que en todas las guerras ya se sabe: el muerto
al hoyo y el vivo al bollo. Y, como no podía ser de otra
manera, nos recuerda lo mucho que está haciendo el Gobierno
para resolver el paro. Que si está en el 25% se debe,
principalmente, al pinchazo del ladrillo, que ha afectado al
sistema financiero, y al déficit público. Y bla, bla, bla.
Eso sí, es la primera vez que no le oigo mentar a
Zapatero como hacedor de todos los males habidos y por
haber. Con tales declaraciones (máxime tratándose de un
ministro tan importante, inteligente, repleto de títulos, y
que lleva muchos años codeándose con lo mejorcito del mundo
financiero, o sea, con quienes cada equis tiempo deciden,
aliados con los políticos de turno, regar la tierra de
muertos en vida), a uno se le caen los palos del sombrajo.
Tras la decepción, y como no podía ser de otra manera, la
pleamar de la malaúva afluye. Y las ganas de jugar con De
Guindos al abejorro se incrementan. Y para más INRI, cuando
estoy acordándome del ministro de Economía y Competitividad,
con las del Beri, suena el teléfono y me llega la voz opaca
del contertulio que nos dijo un día, al militante del PP y a
mí, durante una sobremesa, que De Guindos, con todo su golpe
de títulos, mentía como mienten los tontos que van de
pillos: de manera superflua. Es decir, que miente pero que
no engaña a nadie. Como los análisis de la FAES. ¡Viva
Aznar!
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