Tenemos que pensar mucho más en la
ciencia, como estética de vida, como ética de la
inteligencia, como alma de nuestro camino, como
tranquilizante y duda, como esencia y morada de luz. Nos
interesa a todos para avivar la paz y el desarrollo. Hay que
tomar un rumbo nuevo. Las sociedades tienen que ser más
ecológicas, más respetuosas con el medio ambiente, más
científicas, porque la verdadera ciencia enseña, por encima
de todo, a respetar y a descubrir el orden y la medida de
las cosas, mediante una cadena de razonamientos que nos
humanizan. Precisamente, el propósito de celebrar todos los
años el día mundial de la ciencia (10 de noviembre), ha de
ser un motivo para meditar y hacer hincapié en la
utilización responsable de esta sapiencia en beneficio de la
ciudadanía. Por desgracia, el mundo parece desorientado, sin
capacidad para discernir los nuevos problemas y afrontarlos
de manera global.
A propósito, pienso que la comunidad científica en este
sentido tiene mucho que aportar a toda la familia humana. No
sólo hay que dejarles que nos presenten sus avances, lejos
de condicionamientos económicos o ideológicos, también
debemos potenciar esa creatividad con nuestro incondicional
apoyo, bajo un ambiente de cooperación entre pueblos y
naciones. Desde luego, hace falta compartir más y mejor los
nuevos descubrimientos, despojarlos de intereses
individuales, interrogarnos sobre tantos caminos,
popularizar la ciencia sin obviar la información rigurosa.
Realmente, en los tiempos actuales, no hay un periodismo
científico capaz de entusiasmarnos por el asombro de esa
ciencia, a pesar de que es un abecedario apasionante.
Acercarnos a la naturaleza, con el desvelo de descifrar su
místico lenguaje, por si mismo ya es conmovedor. Por eso,
cuesta entender que los recortes presupuestarios afecten a
la ciencia, a las sendas de la invención que son siempre
caminos que nos llevan a avanzar.
El mundo tiene que acrecentar el tejido científico como
generador de esperanza. Lo debe hacer desde una ética de la
reflexión. Vivimos momentos de gran incertidumbre, para
muchos ciudadanos de desesperación total, y hace falta poner
esa ciencia al servicio de la humanidad, de toda la
humanidad, no al servicio de unos pocos privilegiados como
sucede en ocasiones. Por consiguiente, a mi juicio, urge
tomar conciencia de esta ciencia unida a otras dimensiones
del saber científico, sin reduccionismos, con el deseo de
activar el pensamiento. Pensar siempre es bueno para no caer
en el fanatismo, en la idiotez o en la cobardía. Ya lo dijo
el filósofo chino, Confucio, “aprender sin pensar es inútil;
pensar sin aprender, peligroso”. Para cambiar algo antes hay
que recapacitar interiormente. Podemos tener un sin fin de
conocimientos adquiridos, pero si nos falla tomar nota del
mejor libro de moral que poseemos, la conciencia,
difícilmente vamos a poder tener capacidad de
discernimiento.
Ciertamente, no se entiende la ciencia sin reflexión. Es una
energía necesaria. Al igual que la muerte sólo tiene
importancia en la medida que nos hace meditar sobre el valor
de nuestra existencia, sucede lo mismo con los avances
científicos, la trascendencia radica en que la exploración
nos active el deseo de búsqueda a través de la potencialidad
de la mente. Bravo, entonces, por los que poseyendo la
capacidad de análisis, renuevan ese afán de profundización
para ofrecerlo al mundo. Bravo por esas personas que
facilitan la comunicación entre la comunidad científica y
los encargados de adoptar decisiones púbicas. Bravo por la
adopción y aplicación de principios éticos y códigos de
conducta para desarrollar las investigaciones que faciliten
un auténtico desarrollo humano. Bravo, en definitiva, a
todos aquellos que ponen a disposición su talento creativo,
con el objeto de promover el avance de la ciencia en sí
misma.
Evidentemente, la ciencia es cada día más relevante en
nuestra vida diaria. Mucho se habla de sociedades
sostenibles. El papel de la ciencia y los científicos es
fundamental. También se habla mucho del cambio climático.
Gracias a la visión creativa de mujeres y hombres de ciencia
se pueden prever algunos fenómenos y controlar sus efectos.
En consecuencia, nos conviene a todos disminuir la brecha
entre la ciencia y la sociedad. Un país que olvida el mundo
científico, que piensa que ya lo ha descubierto todo, es un
país sin deseos; y, el deseo, al fin y al cabo son las alas
del espíritu de las grandes hazañas.
Desde la producción agrícola e industrial a la medicina,
desde los avances científicos a los tecnológicos, desde los
métodos científicos a la observación, hay un ansia por
descubrir lo no conocido y por describir esa sed de
resultados. A los seres humanos nos encanta maravillarnos
ante el misticismo de los hechos, sobrecogernos ante la
semilla de la ciencia, extasiarnos ante la sabiduría
científica, cautivarnos en suma ante la vida misma. Por otra
parte, para hacer frente a los muchos problemas que se nos
presentan, sólo pueden ser satisfechos con los esfuerzos
conjuntos.
Además la ciencia es una empresa colectiva. La colaboración
ha de estar presente en el centro de toda labor científica,
así como la difusión y el fecundo intercambio entre culturas
y comunidades. Para que se desarrolle esta afán de explorar,
ha de universalizarse y arraigarse, haciéndose más accesible
a todos. Téngase en cuenta que el conocimiento siempre ha
progresado gracias al intercambio y a la interacción entre
unos y otros. Por ello, es preciso cultivar el ánimo de tal
modo que se promueva la capacidad de comprensión y de juicio
interno, de contemplación y admiración, de lucidez e
ingenio, hacia una constante dedicación al progreso
científico del planeta y sus moradores. No en vano, en este
pensamiento científico siempre están presentes elementos de
la poesía. ¿Quién no llega por los caminos de la
autenticidad a la belleza? En el fondo de cada uno siempre
late una inspiración, deseosa de ser poesía antes que
desencanto. No es insólito, pues, que hallemos nuestro
propio pulso.
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