Aníbal fue el primero en ordenar que tocaran las trompetas y
Escipión le respondió de igual manera. Los elefantes fueron
los primeros en comenzar el combate, preparados para
provocar el terror y aguijoneados con picas por sus
conductores…” Apiano, Historia Romana, I, 43
Esta es la contienda que decide el final de la Segunda
Guerra Púnica, en ella se van a enfrentar Aníbal, que había
abandonado la península itálica y Publio Cornelio Escipión,
tuvo lugar en el 19 de Octubre del año 202 a.C. en las
llanuras de Zama, en Numidia (África). Significó el
encumbramiento del romano y el senado le concedió el honor
de añadir a su nombre el del lugar en que había demostrado
su valor, desde entonces se le conoce como Publio Cornelio
Escipión el Africano.
Antecedentes
Aníbal desaprovechó la ventaja obtenida tras su victoria en
Cannas, en lugar de tomar Roma se dedicó a recorrer la
península itálica. Ello a pesar de contar con las ciudades
griegas que se aliaron con Cartago.
Maharbal, capitán de su caballería númida lo resume: “los
dioses no han concedido a un mismo hombre todos sus dones.
Sabes vencer Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria”.
Por el contrario, Escipión, que acaba de finalizar su guerra
en Hispania, no se detiene y se propone atacar a la propia
Cartago, para ello desembarca en sus inmediaciones y se
dedica a atacar las ciudades próximas, el senado cartaginés,
asustado, ordena a Aníbal que abandone Italia y regrese para
enfrentarse al impulsivo Escipión, tras más de diez años en
la península itálica, Aníbal regresa a su tierra para la
batalla final.
Los contendientes
Aníbal contaba con 37 000 infantes (50 000, según Apiano) en
tres líneas, 3000 jinetes en los flancos y alrededor de 80
elefantes en el frente. Escipión disponía de 20 000
legionarios, más 14 000 auxiliares, y la caballería, que
comprendía 4000 jinetes númidas traídos por Masinisa y 2700
equites romanos.
El equilibrio de soldados de a pie se rompía con la
presencia de la caballería que, gracias al apoyo del númida,
se desequilibraba a favor de los romanos, en contraposición,
Aníbal contaba con gran número de elefantes.
La batalla
“Hubo allí una gran matanza y terribles heridas, acompañadas
por los gritos de dolor de los que caían y aquellos otros de
jactancia de sus matadores…” Apiano, Historia Romana, I, 45
Pasaba una hora del amanecer del 19 de Octubre de 202 a.C.
en el valle de la localidad cartaginesa Zama, y después de
una protocolaria entrevista (todavía objeto de controversia
entre los historiadores) entre los dos grandes generales de
aquella época. Los ejércitos Cartaginés y Romano se
preparaban para una batalla que había de dirimir el destino
de las naciones mas poderosas de la época, así como el final
de la Segunda Guerra Púnica.
De un lado, y ocupando la posición defensiva formaba el
ejército Cartaginés dirigido por el invicto Aníbal Barca.
Este, formó a sus 37.000 soldados de infantería en tres
líneas, la primera formada por 12.000 infantes entre ligures,
galos, mauritanos y baleares, la segunda, por africanos y
cartagineses, de los cuales, entre éstos últimos, había
muchos ciudadanos que iban a luchar para defender su patria,
y una legión de 4.000 macedonios al mando de Sópatro y la
tercera formada por la infantería veterana de Aníbal, en su
gran mayoría brutios e hispanos, directamente bajo sus
órdenes.
Delante de todos ellos, los 80 elefantes, con la intención
de que estos rompieran la infantería romana y espantaran a
su caballería sembrando el caos. En las alas 2000 jinetes
que formaban su caballería, a la derecha los cartagineses y
a la izquierda los númidas que aún permanecían fieles al
general Bárcida.
Los romanos adoptaron la disposición clásica de batalla de
la legión, denominada triplex acies: hastati en primera
línea, prínceps en segunda, triarií, armados con lanzas
largas, en la tercera. Las unidades se encontraban separadas
por pequeños pasillos que les permitían maniobrar, por los
cuales debían escapar los hostigadores vélites cuando la
carga cartaginesa se hiciera insostenible, al mismo tiempo
que evitarían que los elefantes rompieran la formación
dejándoles paso libre en su acometida.
Según el historiador griego Polibio, la batalla se inició
con una escaramuza entre la caballería númida de ambos
bandos. Mientras ocurría esto, los elefantes cartagineses
iniciaron su devastadora y temida ofensiva. A pesar del
tamaño de su temible contrincante, los romanos reaccionaron
con agilidad, valentía y determinación. Un grupo de animales
atropelló a parte de la infantería ligera romana produciendo
numerosas bajas. El resto de los elefantes vieron encauzados
y repelidos sus ataques por los pasillos creados por los
romanos entre su infantería,. Una vez desactivados los
elefantes, salió la caballería romana dirigida por Cayo
Lelio y la de su aliado el príncipe númida Massinisa.
Los supervivientes del ejército de Magón se lanzaron contra
los hastati, acabando con gran número de ellos. Aníbal
ordenó avanzar a la segunda línea para apoyar el ataque, sin
embargo, los legionarios romanos comenzaron el contraataque
antes de que llegara el apoyo. Provistos de sus escudos
corporales, consiguieron rechazarles. Esta falta de
cooperación sembró el caos en las filas púnicas, que se
vieron obligadas a retroceder. Mientras tanto, los
legionarios de Escipión acosaron a sus enemigos en retirada
hasta que recibieron la orden de repliegue.
Una vez estuvieron los cartagineses en posiciones más
retrasadas, los romanos lanzaron una nueva ofensiva. Aníbal,
dispuso a su infantería veterana al frente, formando una
fila perfecta de lanzas. Los oficiales púnicos dieron
órdenes a las tropas en retirada de bordear a la tercera
línea.
Para entonces el campo se hallaba cubierto de sangre y
cadáveres, de modo que los veteranos hubieron de mantenerse
a la defensiva. La entrada en combate de los veteranos de la
guerra en Italia, inclinó la balanza del lado de Aníbal,
cuyas tropas comenzaron a ganar terreno. No sin encontrar
una fiera resistencia en las legiones romanas, que años
atrás se vieron diezmadas por Aníbal en la batalla de Cannas
y que ese día formaban de nuevo frente a cartagineses
deseosos de una sangrienta venganza.
Cuando parecía que la caballería romana no volvería a
tiempo, regresó Cayo Lelio embistiendo al ejército
cartaginés por la retaguardia. Su ataque significó el final,
los restos del ejército de Aníbal huyeron. Las bajas
cartaginesas se elevaban a alrededor de 20.000 muertos,
junto con 11.000 heridos y 15.000 prisioneros. Los romanos
capturaron también 133 estandartes militares y once
elefantes. Entre las filas romanas hubo 1.500 muertos y
4.000 heridos. Además de las importantes muertes de sus más
leales oficiales de los cuales solo se pudieron salvar Cayo
Lelio y Silano. Aníbal logró escapar.
Las consecuencias
Esta derrota marcaba el final de la Segunda Guerra Púnica y
con ella el declive cartagines. Las condiciones impuestas a
Cartago fueron humillantes. Aníbal, que había ganado todas
las batallas en Italia y en los Alpes, había sido derrotado
en su propio terreno. Tras esto ejerció como funcionario del
tesoro en Cartago, pero los sufetes le acusaron de robar
fondos del estado. Sintiéndose amenazado, huyó de la ciudad,
pues sus dirigentes pretendían entregarle a Roma, en la cual
había rumores de que el cartaginés se rearmaba para entrar
nuevamente en guerra.
Como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Púnica,
Cartago sería forzada al desarme militar, prohibiéndosele
además tener una flota de guerra, algo que rompía su estatus
de potencia. Sus acciones militares quedarían condicionadas
a la autorización romana, algo que junto con diversas
humillaciones, terminaría desembocando en la Tercera Guerra
Púnica, en la que la ciudad de Cartago sería finalmente
arrasada.
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