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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE NOVIEMBRE DE 2012

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

La batalla de Zama

Por Juan Manuel Sánchez Valderrama


Aníbal fue el primero en ordenar que tocaran las trompetas y Escipión le respondió de igual manera. Los elefantes fueron los primeros en comenzar el combate, preparados para provocar el terror y aguijoneados con picas por sus conductores…” Apiano, Historia Romana, I, 43

Esta es la contienda que decide el final de la Segunda Guerra Púnica, en ella se van a enfrentar Aníbal, que había abandonado la península itálica y Publio Cornelio Escipión, tuvo lugar en el 19 de Octubre del año 202 a.C. en las llanuras de Zama, en Numidia (África). Significó el encumbramiento del romano y el senado le concedió el honor de añadir a su nombre el del lugar en que había demostrado su valor, desde entonces se le conoce como Publio Cornelio Escipión el Africano.

Antecedentes

Aníbal desaprovechó la ventaja obtenida tras su victoria en Cannas, en lugar de tomar Roma se dedicó a recorrer la península itálica. Ello a pesar de contar con las ciudades griegas que se aliaron con Cartago.

Maharbal, capitán de su caballería númida lo resume: “los dioses no han concedido a un mismo hombre todos sus dones. Sabes vencer Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria”.

Por el contrario, Escipión, que acaba de finalizar su guerra en Hispania, no se detiene y se propone atacar a la propia Cartago, para ello desembarca en sus inmediaciones y se dedica a atacar las ciudades próximas, el senado cartaginés, asustado, ordena a Aníbal que abandone Italia y regrese para enfrentarse al impulsivo Escipión, tras más de diez años en la península itálica, Aníbal regresa a su tierra para la batalla final.

Los contendientes

Aníbal contaba con 37 000 infantes (50 000, según Apiano) en tres líneas, 3000 jinetes en los flancos y alrededor de 80 elefantes en el frente. Escipión disponía de 20 000 legionarios, más 14 000 auxiliares, y la caballería, que comprendía 4000 jinetes númidas traídos por Masinisa y 2700 equites romanos.

El equilibrio de soldados de a pie se rompía con la presencia de la caballería que, gracias al apoyo del númida, se desequilibraba a favor de los romanos, en contraposición, Aníbal contaba con gran número de elefantes.

La batalla

“Hubo allí una gran matanza y terribles heridas, acompañadas por los gritos de dolor de los que caían y aquellos otros de jactancia de sus matadores…” Apiano, Historia Romana, I, 45

Pasaba una hora del amanecer del 19 de Octubre de 202 a.C. en el valle de la localidad cartaginesa Zama, y después de una protocolaria entrevista (todavía objeto de controversia entre los historiadores) entre los dos grandes generales de aquella época. Los ejércitos Cartaginés y Romano se preparaban para una batalla que había de dirimir el destino de las naciones mas poderosas de la época, así como el final de la Segunda Guerra Púnica.

De un lado, y ocupando la posición defensiva formaba el ejército Cartaginés dirigido por el invicto Aníbal Barca. Este, formó a sus 37.000 soldados de infantería en tres líneas, la primera formada por 12.000 infantes entre ligures, galos, mauritanos y baleares, la segunda, por africanos y cartagineses, de los cuales, entre éstos últimos, había muchos ciudadanos que iban a luchar para defender su patria, y una legión de 4.000 macedonios al mando de Sópatro y la tercera formada por la infantería veterana de Aníbal, en su gran mayoría brutios e hispanos, directamente bajo sus órdenes.

Delante de todos ellos, los 80 elefantes, con la intención de que estos rompieran la infantería romana y espantaran a su caballería sembrando el caos. En las alas 2000 jinetes que formaban su caballería, a la derecha los cartagineses y a la izquierda los númidas que aún permanecían fieles al general Bárcida.

Los romanos adoptaron la disposición clásica de batalla de la legión, denominada triplex acies: hastati en primera línea, prínceps en segunda, triarií, armados con lanzas largas, en la tercera. Las unidades se encontraban separadas por pequeños pasillos que les permitían maniobrar, por los cuales debían escapar los hostigadores vélites cuando la carga cartaginesa se hiciera insostenible, al mismo tiempo que evitarían que los elefantes rompieran la formación dejándoles paso libre en su acometida.

Según el historiador griego Polibio, la batalla se inició con una escaramuza entre la caballería númida de ambos bandos. Mientras ocurría esto, los elefantes cartagineses iniciaron su devastadora y temida ofensiva. A pesar del tamaño de su temible contrincante, los romanos reaccionaron con agilidad, valentía y determinación. Un grupo de animales atropelló a parte de la infantería ligera romana produciendo numerosas bajas. El resto de los elefantes vieron encauzados y repelidos sus ataques por los pasillos creados por los romanos entre su infantería,. Una vez desactivados los elefantes, salió la caballería romana dirigida por Cayo Lelio y la de su aliado el príncipe númida Massinisa.

Los supervivientes del ejército de Magón se lanzaron contra los hastati, acabando con gran número de ellos. Aníbal ordenó avanzar a la segunda línea para apoyar el ataque, sin embargo, los legionarios romanos comenzaron el contraataque antes de que llegara el apoyo. Provistos de sus escudos corporales, consiguieron rechazarles. Esta falta de cooperación sembró el caos en las filas púnicas, que se vieron obligadas a retroceder. Mientras tanto, los legionarios de Escipión acosaron a sus enemigos en retirada hasta que recibieron la orden de repliegue.

Una vez estuvieron los cartagineses en posiciones más retrasadas, los romanos lanzaron una nueva ofensiva. Aníbal, dispuso a su infantería veterana al frente, formando una fila perfecta de lanzas. Los oficiales púnicos dieron órdenes a las tropas en retirada de bordear a la tercera línea.

Para entonces el campo se hallaba cubierto de sangre y cadáveres, de modo que los veteranos hubieron de mantenerse a la defensiva. La entrada en combate de los veteranos de la guerra en Italia, inclinó la balanza del lado de Aníbal, cuyas tropas comenzaron a ganar terreno. No sin encontrar una fiera resistencia en las legiones romanas, que años atrás se vieron diezmadas por Aníbal en la batalla de Cannas y que ese día formaban de nuevo frente a cartagineses deseosos de una sangrienta venganza.

Cuando parecía que la caballería romana no volvería a tiempo, regresó Cayo Lelio embistiendo al ejército cartaginés por la retaguardia. Su ataque significó el final, los restos del ejército de Aníbal huyeron. Las bajas cartaginesas se elevaban a alrededor de 20.000 muertos, junto con 11.000 heridos y 15.000 prisioneros. Los romanos capturaron también 133 estandartes militares y once elefantes. Entre las filas romanas hubo 1.500 muertos y 4.000 heridos. Además de las importantes muertes de sus más leales oficiales de los cuales solo se pudieron salvar Cayo Lelio y Silano. Aníbal logró escapar.

Las consecuencias

Esta derrota marcaba el final de la Segunda Guerra Púnica y con ella el declive cartagines. Las condiciones impuestas a Cartago fueron humillantes. Aníbal, que había ganado todas las batallas en Italia y en los Alpes, había sido derrotado en su propio terreno. Tras esto ejerció como funcionario del tesoro en Cartago, pero los sufetes le acusaron de robar fondos del estado. Sintiéndose amenazado, huyó de la ciudad, pues sus dirigentes pretendían entregarle a Roma, en la cual había rumores de que el cartaginés se rearmaba para entrar nuevamente en guerra.

Como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Púnica, Cartago sería forzada al desarme militar, prohibiéndosele además tener una flota de guerra, algo que rompía su estatus de potencia. Sus acciones militares quedarían condicionadas a la autorización romana, algo que junto con diversas humillaciones, terminaría desembocando en la Tercera Guerra Púnica, en la que la ciudad de Cartago sería finalmente arrasada.
 

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