Arroyo Centella, Pepe Ariza, los
Cepero, Guerrero, Pepe Benítez, Miguel Palomares,… y una
larga relación fueron alumnos de la desaparecida Escuela de
Formación Profesional de la Industria Militar, de la que se
responsabilizaba, primero el Parque y Maestranza de
Artillería, después, sólo Parque de Artillería. Se ingresaba
mediante una prueba de cultura general, a la edad de catorce
o quince años. Al finalizar los cuatro cursos, en general
sólo continuaban como obreros con categoría de profesional
de tercera, los que habían conseguido superar los cuatro
cursos y obtener el número uno de su promoción, al que se le
otorgaba el llamado “Premio Elorza”. En algunas promociones,
según las necesidades del Centro, obtenían plazas otros
alumnos que habían finalizado los cuatro cursos.
Coincidí con Miguel Palomares, aunque él me llevaba dos
cursos por delante. El había aprendido el oficio de
electricista y progresaba adecuadamente, de forma y manera
que al llegar al finalizar los cuatro cursos reglamentarios
consiguió obtener el número uno de su promoción, el llamado
“Premio Elorza” y su plaza como electricista de tercera
categoría.
Él, por su cuenta estudió Mecanografía y Contabilidad, lo
que le posibilitó, una vez conseguida su plaza, acceder a
una vacante de promoción interna, a escribiente u oficinista
de taller, con lo cual, años después coincidimos en la misma
responsabilidad, yo en otro taller. Transcurrido unos años,
lamentablemente la escuela dejó de funcionar, por lo que
cumplía dentro del campo de la Formación Profesional un
importante papel, dejando huérfano a la juventud en el campo
laboral, donde salieron magníficos profesionales en las
distintas profesiones: torneros, fresadores, montadores,
electricistas, laboratorio…
Como quiera que conseguir plaza era una labor muy difícil,
algunos alumnos no finalizaban los cuatro cursos,
abandonando e incorporándose, en general, al ejército, donde
sí con la magnífica preparación adquirida, triunfaron…. Lo
que sí hicieron muchos ex-alumnos fue incorporarse a los
estudios de Bachillerato Nocturno, que, en aquellos momentos
posibilitaron que con esta iniciativa se les abrieran las
puertas, para posteriores logros, ya que los estudios de
Formación Profesional de la Industria Militar, no
posibilitaba ninguna proyección.
Con mi amigo y compañero Miguel compartí la “aventura” del
traslado del Parque a la que fue una nueva ubicación:
“Cuartel de las Heras” (en la actualidad también
desaparecido). Y fue, a partir de este momento, cuando
empezó la decadencia de la Escuela de Formación, pese a los
buenos deseos de los responsables de aquellos momentos,
donde a las convocatorias que se realizaban cada vez
concurrían menos alumnos. Fue un hecho muy lamentable su
desaparición. También, a partir de este momento se produce
el distanciamiento de mi amigo y compañero Miguel. El haber
finalizado yo la carrera de Magisterio –Miguel no quiso
seguirme- y obtener plaza en la primera oportunidad que se
me presentó, mi alejamiento enfrió mi relación Miguel.
Mientras, Miguel no permaneció inactivo y, dentro del mismo
Parque continuó con su actividad como escribiente, no ya de
oficina de Talleres, sino en la Oficina General, con la
intención de hacer una oposición y conseguir plaza como
funcionario de Civil de la Administración Militar,
consiguiéndola y ocupando plaza en las distintas Oficinas
Militares de nuestra ciudad. Miguel, persona muy activa,
disponiendo de la tarde libre, la dedicaba a colaborar en el
aspecto administrativo en una importante farmacia de nuestra
ciudad. Pienso que la dejaría cuando se jubiló. Jubilado ya,
sentó sus bases en Málaga, donde se pudo dedicar por
completo a su familia. Pero un problema de salud, que pese a
sus enormes cuidados, llegó un momento, que puso fin a su
vida.
Yo tenía una llamada pendiente, que no pude realizar; se la
debía; que de haberla hecho, con toda seguridad me hubiese
informado del estado en que se encontraba, ya que su
problema había empeorado. Pero así son las cosas, y cuando
ya no tuvo remedio fue la llamada de un familiar el que me
comunica el triste final de mi gran amigo Miguel. Así, que
sorprendido por la llamada del familiar, también me informa
que el sepelio se realizaría en la mañana del día siguiente,
en el Cementerio de nuestra ciudad. Sus cenizas sería
colocadas junto a los restos de uno de sus hijos, fallecido
en plena juventud.
No me lo pensé mucho en estar con los familiares en esa
cita. Quise acompañarles en ese último y definitivo adiós a
Miguel. Un adiós muy especial, en una mañana poco agradable,
con amenaza de lluvia. Un silencio, interrumpido por el
revolotear de algunas gaviotas, acompañó al de los
asistentes, que en número reducido, sólo familiares y amigos
y compañeros, presenciamos las operaciones de los obreros
para dejar, por unos momentos el nicho ocupado por los
restos del hijo de Miguel, libre e introducir la urna de su
padre, que se supone que sería una especie de homenaje al
hijo desparecido en plena juventud.
Y quizá también, sus deseos de se enterrado en su tierra
natal, su querida Ceuta, a la que él amó entrañablemente.
¡Qué Dios lo haya acogido en su seno!
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