Dicen los filósofos que no vivimos, que viven-piensan por
nosotros. Desde pequeños nos encaminan por las inercias u
obligaciones del almanaque: el cumpleaños del amigo del cole,
el festivo sin madrugón ni recreo… Crecemos sin que nos
dejen pensar-vivir: la publicidad y las mentiras bien
maquilladas, el fútbol casi diario, las obligaciones
ineludibles del día a día, etc. Y un buen día, todo se
acabó. En un instante, dicen, aparece ante nosotros toda
nuestra vida a modo de celuloide resumido: exámenes,
facturas, el sábado sabadete, las votaciones cada cuatro
años, entre otras vivencias.
En realidad, pocas veces somos conscientes de que, cual
santa mística, “vivimos sin vivir”. ¡Qué desperdicio de
evolución! Ese animal social, que hemos llegado a ser, queda
domesticado históricamente -casi sin darnos cuenta- por
medios tan heterogéneos como la vida misma: la educación, la
publicidad, la cultura, la propaganda…, sirviendo a
insospechados intereses creados, al Poder. A fecha de hoy
mismo, se nos sigue tratando -por parte de ese Poder a veces
invisible, otras con forma bipartidista- como súbditos
pasivos en lugar de ciudadanos activos; como homo ludens
futbolensis en vez de homo sapiens politicus (completando la
clasificación del naturalista Linneo); en resumidas cuentas,
como manipulados votantes cuatrienales en lugar de
informados demócratas diarios, que intentan ser dueños de su
destino.
Por eso, los que tenemos sangre en las venas (en mi caso de
color magenta), los que nos indignamos también fuera de las
plazas, necesitamos, deseamos, exigimos vivir, y no que
vivan por nosotros. Debemos vivir en comunidad, como el
verdadero animal social y político que somos, entre
contratos sociales, necesitando, como necesidad primaria, el
aire, el alimento o la política. Sí, y no exagero.
Tenemos que tomar conciencia de que una vida humana plena es
la suma misteriosa de muchos elementos: biología,
espiritualidad (o incredulidad)… e irremediablemente el
componente social y político.
La política, en un sentido moderno, extrapolando un artículo
de nuestra bicentenaria y desconocida Constitución de 1812,
nació principalmente para que la mayoría vivíeramos más
felices, que no es poco. Con anterioridad a “la Pepa”,
durante el Antiguo Régimen (la política de unos pocos), sólo
buscaban la felicidad los de siempre, no todos.
Por consiguiente, actualmente, no tiene ningún sentido que
la política, que es cosa de todos, no solo de los políticos,
mantenga despotismos trasnochados como “todo para el pueblo
pero sin el pueblo”, en donde solo importa la llamada
puntual a las urnas cada cuatro años, sin relación alguna
con la felicidad o la vida real de los ciudadanos.
* Simpatizante de UPyD
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