Los “gases de guerra” fueron,
según la propaganda al uso, arrojados sobre el Rif de forma
“masiva” e “indiscriminada”, por decirlo en palabras del
actual director del Instituto Cervantes de Orán (Argelia),
el converso de la raja David Alvarado. ¿Pero fue realmente
así?. Si el bombardeo con fosgeno y sobre todo iperita es un
hecho incontrovertible, las cantidades realmente empleadas
no se corresponden en absoluto con las habitualmente
manejadas por los voceros al uso, entre otras aspectos por
falta de capacidad y tecnología: la artillería usada era del
calibre 155 mm (originariamente obuses Schneider del calibre
155/13, fabricados desde 1917 y bajo licencia en la fábrica
asturiana de Trubia) y las bombas de aviación solían
arrojarse “a mano” o por medio de un sencillo mecanismo
manual. Si durante la I Guerra Mundial (1914-1918) se
arrojaron en los campos de Europa unas 12.000 toneladas, a
lo largo de los últimos años de la guerra del Rif (entre
1923 y 1925) la cantidad utilizada fue sensiblemente menor:
así, en mayo, julio y noviembre de 1924, el Taller de Gases
de Nador (sito junto al Atalayón) no alcanzó a producir poco
más de 1 tonelada, estimándose la producción total entre 400
y 470 toneladas de gases, fundamentalmente iperita,
matizando que no toda fue empleada sobre la región.
Es decir, las cantidades fueron mínimas por lo que se echa
por tierra la leyenda sobre el “uso masivo” de gases tóxicos
por España en la guerra del Rif, siendo también inconcebible
que esas cantidades pudieran ser culpables de las altas
tasas de cáncer de la región, por lo demás no constatables
en Europa después de la I Guerra Mundial. ¿Acaso la genética
de los rifeños es diferente a la de los europeos…?.
Por lo demás, fuentes rifeñas (caíd Haddu ben Hammu) afirman
en varias ocasiones (la primera el 2 de diciembre de 1921)
disponer también de “gas”, si bien no en grandes cantidades
y en 1923 el hermano de Abdelkrim intentó adquirir (los
rifeños llegaron a hacer el desembolso) “50 bombas de gas”.
Estos datos son absolutamente contrastables, de los que se
infiere que si la República del Rif no utilizó también la
guerra química fue, sencillamente, porque no pudo. No
obstante, días antes del desembarco de Alhucemas los rifeños
rociaron con compuestos artesanales, entre ellos iperita,
aquellas zonas que presumían podían llegar a ser ocupadas
por los españoles, logrando parciales resultados.
En todo caso y hasta que en enero de 1923 y previo pago de
un rescate de cuatro millones de pesetas Abdelkrim (quien
inicialmente exigía cinco) no liberó a los 1.500 prisioneros
españoles que retenía en Axdir, por cierto en penosas
condiciones (bajo torturas y ejecuciones sumarias al uso),
es dudoso que el ejército usara los “gases de guerra” en
profundidad por motivos evidentes. Si ayer comentábamos los
combates de Tizzi Azza de junio de 1923 como primer
documento fehaciente de la utilización de gases
(artillería), es posible que puntualmente se diera también
algún otro caso en otoño de 1922, según denunció el propio
Abdelkrim ante la Sociedad de Naciones. Si bien la aviación
inglesa fue la pionera, ensayando el lanzamiento de bombas
químicas desde aeroplanos en 1919 sobre el Ejército Rojo
durante el transcurso de la guerra civil en Rusia, fue
España quien efectivamente normalizó la aviación militar
para este cometido, realizando el primer bombardeo con
“bombas x” (químicas) sobre posiciones del enemigo en el
aduar de Amesauro (cabila de Tensamán, al este de Alhucemas)
el 14 de julio de 1923, manteniéndose el bombardeo sobre la
zona oriental del Rif a un ritmo medio de ocho bombardeos
aéreos dos veces por semana, empleándose bombas cargadas con
gases tóxicos junto a otras convencionales de trilita (TNT)
e incendiarias. Una prueba más de que los bombardeos no
pudieron ser sistemáticos son las difíciles condiciones de
vuelo: una orografía tortuosa y la excelente ubicación de
las fortificaciones rifeñas obligaba a los pilotos a volar a
baja cota (unos cien metros), muchas veces letales y los
mismos aparatos no tenían capacidad para transportar un
número elevado de bombas.
Por lo demás, el ejército perdió a lo largo de la guerra un
total de 131 aviones, sufriendo unas 84 bajas entre
oficiales y suboficiales. En mayo y junio de 1924, es
bombardeado primero con fosgeno (14 bombas de 26 kilos) y
luego con iperita (hasta 99 bombas C-1) el acuartelamiento
central de Abdelkrim en Ait Kemara y su residencia en Axdir.
Dado que la potente carga explosiva de las C-1 neutralizaba
gran parte de la iperita, éstas fueron sustituidas
progresivamente por las más pequeñas C-5. Previo al primer
desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925, la aviación
arrojó un total de 254 bombas de iperita sobre Alhucemas, 35
sobre el Alto Nekor (Zoco El Arbaa de Taurirt) y 27 sobre la
desembocadura del río Kebir. El mismo día del desembarco se
arrojaron 17 bombas C-5, que por efectos de “fuego amigo”
llegaron a lesionar a las tropas propias.
En conclusión, las cifras son elocuentes: ni por la
producción alcanzada ni por los medios al uso, puede
hablarse responsablemente de un “uso masivo y sistemático de
gases tóxicos” sobre el Rif. Afirmar lo contrario es no solo
una falacia, sino una burda manipulación. Nos quedan dos
aspectos por tratar: los efectos de las “gases de guerra”,
sobre todo el gas mostaza o iperita y las eventuales
responsabilidades, para algunos, derivadas de su
utilización: ¿el Rey de España o el Sultán de Marruecos?.
Interesante cuestión.
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