Vivimos en el desencanto
permanente, fruto del desengaño que nos cerca. Los
conflictos y la crisis económica mundial nos dejan fríos y,
lo que es peor, sin ilusiones. Las sombras del absurdo, de
las contrariedades, expanden sus huellas por todos los
caminos de la vida. Cada día más, el mundo se resiste a
creer las palabras que no van acompañadas de acciones. Hemos
sembrado demasiados discursos sin esperanza, vacios de
contenido, lenguajes sin alma, que lo que hacen es alejarnos
unos de otros. Desde luego, así no podemos avanzar hacia
ningún desarrollo, sino se supera la visión materialista e
interesada de las cosas. Hay dimensiones humanas que
precisan del calor del encuentro, de la confianza en sí
mismo y en los demás, de la hondura de vivir en definitiva.
Bajo este desencanto que nos injertamos a diario, pienso que
es clave encontrar puntos coincidentes que respeten, sobre
todo, al ser humano. Las violaciones de los derechos
humanos, actualmente aún muy lejos de ser respetados, son un
claro testimonio de la falta de humanidad en el mundo. Sin
sensibilidad difícilmente vamos a poder cambiar la historia
de desencuentros, entre familias y políticas públicas, entre
naciones y políticas internacionales, entre la búsqueda de
un nuevo orden mundial y las políticas sociales. En este
sentido, las diversas protestas sociales que proliferan hoy
por el planeta, debieran considerar que con la violencia se
contradicen, puesto que crean más problemas sociales y no
resuelven nada. El buen talante es lo que aviva el
encuentro. No precisa de ninguna hazaña fanática. Por el
contrario, un mal juicio si requiere del terror para imponer
su lenguaje del miedo.
Sin duda, tenemos que salir de esta atmósfera irrespirable
de desencuentros y desencantos, cultivando en verdad las
bases de un diálogo intercultural de apertura, de mano
tendida. Es la única motivación para el encuentro entre
personas y culturas. A propósito, la recomendación del poeta
y prosista español, Antonio Machado, de que “para dialogar,
preguntad primero; después, escuchad” puede ayudarnos a
salvar las discrepancias. Aquel que no escucha lo que dice
el otro, difícilmente comprenderá nada. No olvidemos que
atender es el mejor remedio para percibir, o sea, para
descubrir y observar. Sin duda, a veces la cuestión está en
saber mirar, y en verse asimismo en esa mirada, para
fomentar el encuentro, puesto que todos nos necesitamos para
conquistar esa felicidad inadvertida para muchos y que está
ahí, en los momentos de ternura, de contemplación de la
belleza, en la generosidad.
Está visto, que la falta de personas generosas es lo que
verdaderamente origina un mundo de decepciones, como es la
falta de progresos del programa de desarme y el incremento
de tantas amenazas globales. Estoy convencido de que el
problema de este mundializado desencanto ciudadano se
resolverá en la medida que llevemos a cabo acciones
colectivas, bajo el espacio de unión y unidad, que son los
derechos humanos, en claro contraste con la grisura de la
cotidiana lucha por la supervivencia. Así, como dijo el
escritor británico Clive Staples Lewis, “la amistad no tiene
un valor de supervivencia, sino más bien es una de las cosas
que da valor a la supervivencia”. Hace falta, pues, ese
vínculo de amigos encantados, reconciliados, para ensanchar
la paz y construir un mundo libre de ataduras. Al fin y al
cabo, ha llegado el momento de que la libertad deje de ser
el privilegio de algunos, para ser el derecho de todos.
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