Aurelio Sánchez no se cansa
de decir que su hijo puede estar jugando al fútbol, a pleno
rendimiento, hasta los cuarenta años por su genética. La
clave reside en la leche materna, porque hasta los seis años
se enganchaba al pecho de la madre. Y cree lo que dice a
pies juntillas.
El hijo de AS es Joaquín: futbolista del Málaga que
está jugando de manera impresionante en el equipo de la
Costa del Sol, tras haber pasado parte de su carrera en el
Valencia, con cierta tristeza. Traspasado por un equipo que
fue el que lo puso en la órbita futbolística: el Betis.
El padre de Joaquín es un tío estupendo. Al que yo tengo en
alta estima. Y motivo hay para airearlo. Aurelio, padre de
la criatura que es capaz de trastornar cualquier férreo
sistema defensivo con la genialidad de los elegidos, iba
acumulando hijos con la misma facilidad que jugaba a
cualquier juego recreativo.
Aurelio tuvo la suerte de tener un hermano al que todos los
portuenses conocíamos por su alias: El chino. Y, claro, su
negocio, que era un bar situado en los soportales de la
Ribera del Río, se rotulaba así. El chino se había hecho con
una clientela de obreros, de buscavidas, de artistas
incipientes y de los que ya estaban consagrados pero
necesitaban acudir al lugar donde estaban grabados a fuego
sus orígenes.
Con El chino, tío de Joaquín Sánchez, se entendían los
pobres y los ricos que llegaban al bar ávidos de conversar
con flamencos de la talla de Pansequito y del
inolvidable Ramón Núnez Núñez, “Orillo del Puerto”;
bailaor y cantaor festero, hermano mayor de Rancapino.
En el local, una especie de cuchitril ventilado y bien
limpio, los clientes adoraban a El chino y éste mantenía el
orden con la mirada. Era una mirada limpia y dispuesta
siempre a entender los problemas de quienes cada día se
levantaban buscando el jornal de la supervivencia. Ni que
decir tiene que era generoso. Por serlo, nunca ganó más
dinero que el justo para atender a sus necesidades y las de
su hermano Aurelio. Cuya mujer, Ana, iba camino de
dar a luz su octavo hijo: Joaquín
Nació Joaquín en verano. Concretamente en el de 1981. Cuando
mi amistad con su padre y con su tío era tan grande como
para que yo les hubiera concedido a ambos la oportunidad de
viajar con el Portuense: que era entonces un equipo que
había enardecido a los portuenses y a toda la Baja
Andalucía. Durante tres temporadas El Chino y su hermano,
Aurelio, viajaron por toda España con el equipo entrenado
por mí y disfrutaron de lo lindo. Prudentes, desprendidos e
incapaces de meterse en camisa de once varas, se ganaron el
respeto de los profesionales.
El chino descubrió un día que su sobrino Joaquín era un
fenómeno con la pelota en los pies. Y puso su dinero para
que el chaval se costeara los desplazamientos a Sevilla para
entrenar con los niños del Betis. Entre él y Aurelio, padre
de la criatura, moldearon a Joaquín. Y acertaron: porque a
ver quién es el guapo que pone en duda que el futbolista del
Puerto no es de los que causan placer viéndole jugar y
actuar. Joaquín ha vuelto, pasada la treintena, a demostrar
que es capaz de derribar fortalezas defensivas con sus
quiebros, fintas y descaro ante cualquier ambiente y equipo.
Y yo disfruto. Y me alegro por él y, sobre todo, por su
padre: Aurelio. Lo que se ha perdido El Chino. Joaquín
siempre lo recuerda.
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