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OPINIÓN - DOMINGO, 28 DE OCTUBRE DE 2012

 
OPINIÓN / CARTA PERSONAL

¡Adios, y hasta algún día, Conchita, mujer de Pedro!

Por Ángel Díez


Jugamos a vivir todos los días!. Pero la vida tiene sus leyes, leyes que a veces son leyes terribles y que uno no quiere entender. Y conforme a una de estas ultimas, con estupor, sorpresa y daño he sabido que el pasado día 26 de octubre del 2012, recibía sepultura en el cementerio de Málaga una persona muy querida para mí. Mucho había luchado, pero al final el fatal destino de todos ganó una lucha en la que siempre inexorablemente nos vence la vida. ¡Y yo, sé de que hablo!.

Conchita Iñiguez, se ha ido de nuestro lado. Se fue una amiga entrañable; una persona rica de espíritu. ¿Cómo pudo marcharse cuando quería tanto vivir?. Pero ella, conocía desde hacia mucho tiempo esa terrible ley a la cual jamás le dio la espalda sino que la miraba de frente, cara a cara. Y por eso, estoy seguro que se fue serena y bellamente emprendiendo la más grande salida que uno puede hacer de sí mismo. Su vida se ha hecho noche hasta el día que escuche aquellas palabras hondas y eternas que dirán: ¡Levántate y anda!. Porque fue una promesa hecha, y las promesas se deben cumplir.

Ahora, que se ha ido, he pensado mucho en ella y en lo que significaba para todos nosotros, los que la conocíamos y queríamos, por eso he tardado bastante en escribir estas líneas. No porque no supiera lo que escribir, sino por querer decir demasiadas cosas con tan pocas letras y transmitir aquello que siento. Es mucho el sentimiento personal de cariño que anida en mí. ¿Cuántas de sus palabras cobraron el valor de la advertencia para mi propia forma de vida?. Nunca olvidare las palabras y regañinas que con cariño me dedicaba, y yo siempre sorprendido de que ella pudiera ver en cada cosa algo peculiar, que yo no entendía.

Dicen que la vida de las personas se debe juzgar al final de la misma. Cuando es lógico que nos preguntemos ¿Qué ha hecho de su vida?. Y por ello, Conchita, puede sentirse satisfecha, ya que fue necesaria no solo para ella misma sino para muchos de nosotros. Ya que no fue solamente una gran persona, sino que al tiempo y con gran expresividad buscaba ser útil para los demás. Su compañía era un agradable temblor en nuestras existencias, que con gran vitalidad nos animaba a seguir superando los problemas que se nos presentaban.

¡La vida no es fácil para nadie! Y para Conchita tampoco. En los últimos tiempos mucho era ya el barro que se pegaba a su alma, pero siempre lucho contra ello. Cosas y abandonos que tanto le dolían y que entristecían su corazón. Es el resultado de ese mal social que nace de los necios y cobardes, que solo buscan destruir la felicidad y el sosiego de los demás. ¡Fue mucho el daño que hicieron!. ¿Por qué tanto rencor azuzado y arbitrario en estos absurdos jueces que pretenden que dependamos de su opinión personal, mientras que ellos por su parte tan solo dependen de la apariencia? ¡Alguien, algún día les demandara por sus hechos!. ¡Todo esto, es estupido y aborrecible!. Sin duda no se puede buscar refugio tranquilo en la vida de sociedad. Mas si pretendían con ello que su carácter cambiase, no lo consiguieron, porque ignoraban que en cada cosa y en cada relación ella veía algo diferente que los demás ignorábamos, ese era su enigma y virtud, y aunque fuera solo por eso y nada más que por eso muchos nos encariñábamos con ella.

Porque, en ella, los sentimientos adquirían dimensiones enormes y por ello el cariño que nos profesaba, convertido en un semillero de ilusiones y proyectos, se transformaba en un cariñazo desmedido. Por eso, con su marcha ha anidado dentro de nosotros un desconsuelo firmemente cerrado que fluye de su recuerdo. Su voz se ha apagado dejando vacías las calles de sus palabras. Sentiremos que se haya ido, pero le daremos gracias por haber existido. Ahora, olvidando la farsa y engaño que es la sociedad, ella vuela libre dejándonos encerrados en nosotros mismos entre las paredes de nuestra propia estupidez.

Ya toda esta necedad social, que nos rodea, no le preocupa. Nos ha dejado solos con nuestras mezquinas desnudeces humanas. Y a los que la quisimos y…¡Queremos!, solo nos queda la esperanza de saber que en nuestra naturaleza, lo que uno ha sido subsiste en alguna parte. ¡Solo los muertos entierran a los muertos!, los que todavía andamos y respiramos nunca los enterramos ¡Los mantenemos vivos en nuestros recuerdos!. Al menos, es así como tomo yo la vida de los míos. Porque la muerte entre los que creemos en algo ¡Jamás debe triunfar sobre la vida!.

Consecuentemente, esta no es una carta para tanto superfluo que nos rodea y que tan bien describía en uno de sus versos el poeta Horacio: “Nos numeri sumus, fruges consumere acti”. Porque esta es una carta de hechos y sentimientos, y no tiene ningún objeto opinar sobre ellos, ya que los hechos se demuestran por sí mismos, y la vida de estos superfluos para muchos de nosotros: ¡N´est rien…!.

Y a ti, Pedro, una vez pasado el tiempo de aislamiento, daño y dolor tan necesario para los que os queremos, solo recordarte que tus amigos aquí seguimos estando. Y que Conchita, en cada flor en vuelo que mires, para ti y para nosotros…¡Sigue existiendo!.
 

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