Jugamos a vivir todos los días!. Pero la vida tiene sus
leyes, leyes que a veces son leyes terribles y que uno no
quiere entender. Y conforme a una de estas ultimas, con
estupor, sorpresa y daño he sabido que el pasado día 26 de
octubre del 2012, recibía sepultura en el cementerio de
Málaga una persona muy querida para mí. Mucho había luchado,
pero al final el fatal destino de todos ganó una lucha en la
que siempre inexorablemente nos vence la vida. ¡Y yo, sé de
que hablo!.
Conchita Iñiguez, se ha ido de nuestro lado. Se fue una
amiga entrañable; una persona rica de espíritu. ¿Cómo pudo
marcharse cuando quería tanto vivir?. Pero ella, conocía
desde hacia mucho tiempo esa terrible ley a la cual jamás le
dio la espalda sino que la miraba de frente, cara a cara. Y
por eso, estoy seguro que se fue serena y bellamente
emprendiendo la más grande salida que uno puede hacer de sí
mismo. Su vida se ha hecho noche hasta el día que escuche
aquellas palabras hondas y eternas que dirán: ¡Levántate y
anda!. Porque fue una promesa hecha, y las promesas se deben
cumplir.
Ahora, que se ha ido, he pensado mucho en ella y en lo que
significaba para todos nosotros, los que la conocíamos y
queríamos, por eso he tardado bastante en escribir estas
líneas. No porque no supiera lo que escribir, sino por
querer decir demasiadas cosas con tan pocas letras y
transmitir aquello que siento. Es mucho el sentimiento
personal de cariño que anida en mí. ¿Cuántas de sus palabras
cobraron el valor de la advertencia para mi propia forma de
vida?. Nunca olvidare las palabras y regañinas que con
cariño me dedicaba, y yo siempre sorprendido de que ella
pudiera ver en cada cosa algo peculiar, que yo no entendía.
Dicen que la vida de las personas se debe juzgar al final de
la misma. Cuando es lógico que nos preguntemos ¿Qué ha hecho
de su vida?. Y por ello, Conchita, puede sentirse
satisfecha, ya que fue necesaria no solo para ella misma
sino para muchos de nosotros. Ya que no fue solamente una
gran persona, sino que al tiempo y con gran expresividad
buscaba ser útil para los demás. Su compañía era un
agradable temblor en nuestras existencias, que con gran
vitalidad nos animaba a seguir superando los problemas que
se nos presentaban.
¡La vida no es fácil para nadie! Y para Conchita tampoco. En
los últimos tiempos mucho era ya el barro que se pegaba a su
alma, pero siempre lucho contra ello. Cosas y abandonos que
tanto le dolían y que entristecían su corazón. Es el
resultado de ese mal social que nace de los necios y
cobardes, que solo buscan destruir la felicidad y el sosiego
de los demás. ¡Fue mucho el daño que hicieron!. ¿Por qué
tanto rencor azuzado y arbitrario en estos absurdos jueces
que pretenden que dependamos de su opinión personal,
mientras que ellos por su parte tan solo dependen de la
apariencia? ¡Alguien, algún día les demandara por sus
hechos!. ¡Todo esto, es estupido y aborrecible!. Sin duda no
se puede buscar refugio tranquilo en la vida de sociedad.
Mas si pretendían con ello que su carácter cambiase, no lo
consiguieron, porque ignoraban que en cada cosa y en cada
relación ella veía algo diferente que los demás ignorábamos,
ese era su enigma y virtud, y aunque fuera solo por eso y
nada más que por eso muchos nos encariñábamos con ella.
Porque, en ella, los sentimientos adquirían dimensiones
enormes y por ello el cariño que nos profesaba, convertido
en un semillero de ilusiones y proyectos, se transformaba en
un cariñazo desmedido. Por eso, con su marcha ha anidado
dentro de nosotros un desconsuelo firmemente cerrado que
fluye de su recuerdo. Su voz se ha apagado dejando vacías
las calles de sus palabras. Sentiremos que se haya ido, pero
le daremos gracias por haber existido. Ahora, olvidando la
farsa y engaño que es la sociedad, ella vuela libre
dejándonos encerrados en nosotros mismos entre las paredes
de nuestra propia estupidez.
Ya toda esta necedad social, que nos rodea, no le preocupa.
Nos ha dejado solos con nuestras mezquinas desnudeces
humanas. Y a los que la quisimos y…¡Queremos!, solo nos
queda la esperanza de saber que en nuestra naturaleza, lo
que uno ha sido subsiste en alguna parte. ¡Solo los muertos
entierran a los muertos!, los que todavía andamos y
respiramos nunca los enterramos ¡Los mantenemos vivos en
nuestros recuerdos!. Al menos, es así como tomo yo la vida
de los míos. Porque la muerte entre los que creemos en algo
¡Jamás debe triunfar sobre la vida!.
Consecuentemente, esta no es una carta para tanto superfluo
que nos rodea y que tan bien describía en uno de sus versos
el poeta Horacio: “Nos numeri sumus, fruges consumere acti”.
Porque esta es una carta de hechos y sentimientos, y no
tiene ningún objeto opinar sobre ellos, ya que los hechos se
demuestran por sí mismos, y la vida de estos superfluos para
muchos de nosotros: ¡N´est rien…!.
Y a ti, Pedro, una vez pasado el tiempo de aislamiento, daño
y dolor tan necesario para los que os queremos, solo
recordarte que tus amigos aquí seguimos estando. Y que
Conchita, en cada flor en vuelo que mires, para ti y para
nosotros…¡Sigue existiendo!.
|